
Imagínense a la Madre Teresa de Calcuta trabajando por nada en los olvidados arrabales o a Marcelino Camacho deshojando la margarita en una celda de Carabanchel por nada. Piensen en los mineros asturianos o leoneses bajando al tajo por nada o al bueno de Picasso matándose la cabeza con el retrato de Marie – Thérèse por amor al arte.
Nadie trabaja por nada, al menos en su sano juicio. Pero, no debiéramos olvidar que la gente no trabaja sólo necesariamente por dinero. Y si alguien lo piensa, sinceramente, acabará muriendo sin saber exactamente qué hacía en este mundo. De hecho, es algo más que dramático encontrar personas que, apenas con media vida laboral a sus espaldas, sólo expresen sus deseos de llegar a la jubilación para acabar de ingenieros – asesores en las obras de alcantarillado de su barrio. No puedo saberlo con certeza porque no he llegado a experimentarlo, pero tiene que ser una sensación más que terrible. Desamparo, desconcierto, vacío o quizás simplemente resignación.
Nadie trabaja por nada, pero no necesariamente se trabaja sólo por dinero. Hay quienes lo hacen porque necesitan saberse necesitados. Los hay que agradecen una pequeña palmadita en la espalda por el trabajo bien hecho. Hay quienes lo hacen por el afán de descubrir. También los hay que desean saber si las cosas pueden cambiar. Algunos trabajan por sentirse acompañados, amparados en el equipo. Hay quienes ofrecen sus ideas, otros sus manos, quizás su cuerpo y hasta sus más intimas convicciones. Hay quien trabaja para sentirse simplemente bien y los hay que han conseguido identificar momentos de plena felicidad que superan los oscuros temores que también existen.
Cuatro millones y medio de personas no pueden experimentar ninguna de estas variantes en este país. Muchos de ellos quisieran trabajar, en este momento por pura necesidad y quizás mañana por simple felicidad. Algo menos de la mitad no volverá a trabajar y continuará sin querer despertar cada mañana a la oscura realidad del sol que ilumina su ventana. Algunos millones retornarán al trabajo poco a poco y dejarán pasar los días en rutinas apenas deseadas, pero necesarias. Los habrá que acaben por encontrar su primer trabajo, sus primeros sueños de futuro. En este país, hoy, muchos trabajarían por dinero, pero hay muchos más que lo harían por sentirse vivos.
Como le comentaba ayer a mi buena amiga Astrid Moix, las organizaciones, empresas si prefieren, nunca podrán ser instituciones benéficas, es más, ni siquiera debieran intentarlo. Pero sí debieran ser conscientes de un imperativo, ni siquiera moral, simplemente humano: llegar a ser beneficiosas para las personas que trabajan en ellas. Y todo ello sin llegar a citar la palabra dinero.