
EMPRENDEDOR
Emprendedor es aquella persona que enfrenta con resolución, acciones difíciles.
RAE
Este país tiene, entre otras, la extraña cualidad de desvirtuar el significado real de muchos vocablos. El término emprendedor no se ha escapado a esta circense habilidad y como tal se entiende a la persona que se atreve a iniciar un negocio. “Atreverse” no es “osar” pero casi, casi y no les digo nada en los tiempos que corren. De tan silvestre interpretación se puede derivar que la abundancia de emprendedores puede ser tanto una bendición como una plaga babilónica para la economía de un país. Todo depende de algo tan vulgar como el azar. Imagínense que los Cien Mil Hijos del Emprendimiento coinciden en el tipo de negocio a desarrollar. Démonos por jodidos que decía el Beato Joaquín. Imagínense, aunque ciertamente es mucho imaginar, que los cien mil se atreven con negocios emergentes, innovadores, cool del Pirineo, startup que te mueres mariloli. En ese caso, démonos por bendecidos, pero, como decía, eso es mucho elucubrar.
¿Recuerdan la crisis de los ochenta? Aquella fue la época dorada del “emprendimiento cañí”. Indemnizaciones, subsidios y demás mareas acabaron convertidas en videoclubs de barrio, tasquitas de barriada y, algo más tardíamente, en zocos de todo a cien.
Como anunciaba la definición de la RAE, emprendedor es aquel fulano que enfrenta con resolución, acciones difíciles. Traducido al romancero gitano: ¡con dos cojones!
Evidentemente, una acepción más adecuada sería la que considera al emprendedor como la persona capaz de enfrentarse a un problema generando estrategias de solución. Al menos, esta es la interpretación compartida en múltiples lugares de este ancho y lejano mundo.
En la misma línea, podemos hablar por igual de “emprendimiento” y “emprendimiento interno”, entendiendo por este último a la cultura que existe en una empresa en relación con la detección de problemas, su conversión en oportunidades y su traducción en soluciones que aporten valor. Entendiéndolo así, el emprendimiento interno es el punto de partida de cualquier proceso de cambio, incluida la innovación en cualquiera de sus manifestaciones. Continuando el argumento, el emprendimiento nos remite a las personas de una empresa, de un sector, de una región o de un país. Algunos nacerán emprendedores, de hecho el propio acto de nacer ya es una acción emprendedora de mucho cuidado, pero la mayoría debemos aprender a serlo. Eso sí, siempre que haya voluntad de enseñar tal cosa, al menos en igualdad de condiciones que la célula, las gestas de Viriato o los afluentes del Sil.
Como les decía, este país tiene la extraña habilidad de desvirtuar el significado de las cosas. Pero no acaba aquí la historia. Nuestros insignes políticos tienen, entre otras, la curiosa virtud de banalizar lo oportuno convirtiéndolo en chascarrillo demagógico y muletilla socorrida. ¿Qué cómo salimos de esta? Con mucho emprendimiento y mucha innovación. Al menos eso decía Don Pepín Blanco al día siguiente de la debacle socialista. Por mi parte le diría que, para empezar, de esta hay que salir con mucha pedagogía y algo más de responsabilidad. Por si acaso, los mayores del lugar ya se han mosqueado con la acción emprendedora del lehendakari vasco.
Pero no crean que son sólo los políticos. Los empresarios y altos directivos también se apuntan a la verbena de La Perdiz. Pero, a la hora de la verdad, esto de “permitir el emprendimiento” suena a repartir poder, es decir mejor que no. Incluso ese petroglifo que son los sindicatos coinciden, aunque solo sea en esto. ¿Que el trabajador le solucione el problema al empresario y, además, por la jero? ¡Anda ya! ¡Huelga general!
En fin, no se si es mejor aspirar a “emprendedor cañí” o emprendedor a secas. Al menos, en el primer caso, vas de machote, mientras que en el segundo te buscas la ruina con tu jefe y, además, te cascan la etiqueta de pelotari como poco.
Dice un antiguo dicho del Baztan que “todo lo que tiene nombre existe”. Al menos es un consuelo.