miércoles, 18 de febrero de 2009

PROMESAS DEL ESTE

No, no voy a hablar de cine, aunque Promesas del Este, la última obra de David Cronemberg bajo guión de Steven Knight sea una película más que recomendable para quien todavía no haya tenido oportunidad de visionarla.
Las Promesas del Este a las que me refiero son los países que después de la caída del Muro y de la Unión Soviética volvieron a encontrarse con la Vieja Europa. Tierras de abundancia para los saturados mercados de la Unión que no perdió mucho tiempo en abrirles los brazos fraternalmente por aquello de la Europa sin fronteras.
Promesas de nuevos mercados, nuevas legiones de trabajadores especializados a precio de saldo, deslocalizaciones, Little China a la europea y todos esos argumentos que alimentaban el optimismo hasta hace algunos meses. Incluso los más críticos recordaban a Hobson y sus viejas predicciones (si no han leído Estudio del Imperialismo, háganlo, es una lectura más que recomendable).
Pero todas están quedando en Promesas Incumplidas que, por cierto, también tiene su versión cinematográfica a cargo de Lesli Linka Glatter y con el inefable Kenneth Branagh como protagonista.
La crisis que parece no tener fondo también ha llegado ineludiblemente al Este. No podía ser de otra manera, dada la situación de sus mecenas occidentales. Apenas si han tenido tiempo para disfrutar de la fiesta después de tantas décadas de pesadilla. Ellos que se las prometían felices como ciudadanos de hecho y derecho de la Vieja Europa. Ellos que comenzaban a ver como sus ciudades se clonaban a partir de los modelos del Oeste. Ellos que se miraban en el espejo de España e Irlanda y esperaban ansiosos los fondos y ayudas que cambiarían sus vidas. Ellos que no daban abasto para digerir la llegada de tantas y tantas corporaciones y multinacionales dispuestas a levantar factorías, almacenes logísticos, acerías y hasta bloques y bloques de modernas casas que sustituirían a la pesadilla arquitectónica socialista.
Pero el sueño se ha roto y las promesas de prosperidad amenazan con convertirse en nuevas pesadillas en forma de crispación social, extremismos políticos, paro y desertización de la asistencia social. La Unión aportará fondos, nadie lo duda, pero tendrán carácter de emergencia, nunca de equiparación, porque la urgencia es general.
Si alguien va a pagar la factura de los sueños de riqueza de los grandes ejecutivos del Oeste y su coro de tecnócratas que nadie dude que van a ser ellos: checos, polacos, húngaros, rumanos, estonios, letonios, lituanos, búlgaros y eslovenos. Gentes que siempre han conformado países jóvenes, tan jóvenes que nunca les da tiempo a envejecer saludablemente.
Mientras tanto, las gentes de la Vieja Europa, aunque sufridores estoicos de la crisis, se consuelan sabiendo que las deslocalizaciones han cesado y que, posiblemente, cuando la tormenta pase, la reconstrucción siempre se iniciará por el Oeste aunque el Sol salga por el Este. Es un triste consuelo, no cabe duda. Pero, como dice Vigo Mortensen en una escena del film de Cronemberg: yo, soy chofer, tuerzo a izquierda, derecha y ya está.

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