Pese
a que pueda parecer lo contrario, es relativamente sencillo explicar a un lego
en cuestiones económicas cómo hemos llegado hasta aquí. Quizás la cosa resulte
algo más compleja en lo tocante al ámbito financiero, pero es de catón en lo
que al empleo y el modelo productivo se refiere. En cualquier caso, la
conclusión resulta decepcionante: destrucción continuada de empleo.
La
perdida de un puesto de trabajo conlleva consecuencias personales dramáticas
que, sin embargo, el anonimato esconde aunque los rasgos generales coinciden y son bien conocidos.
Pero, ¿hasta qué punto es la empresa consciente de las consecuencias?, ¿hasta
qué punto es capaz de ir más allá de la burda ecuación perdidas – ganancias?
La
perdida de un puesto de trabajo, más allá de la casuística estrictamente
profesional, es quizás una de las peores noticias que una empresa puede
recibir. El despido de un profesional, sea cual sea su cualificación, es la
perdida de una parte del ser de la empresa. Cuando alguien sale por la puerta,
no sólo marcha la persona, también lo hace su conocimiento, sus habilidades, su
talento y, sobre todo, una inversión en tiempo, dinero y recursos que resultará
difícil de asumir.
Más
allá de gran parte de las empresas localizadas en el ladrillo y el turismo, caracterizadas
por un uso intensivo de la mano de obra temporal y de baja cualificación, la
perdida de una persona es el fracaso de una apuesta con nombre y apellido
aunque también comienza a ser el fracaso del proyecto empresarial en su
totalidad.
La
empresa es el tercer gran ámbito de aprendizaje y desarrollo del talento que
una persona encuentra a lo largo de su vida después del socio – familiar y el
escolar. Hasta las empresas ubicadas en países con modelos educativos avanzados
se ven en la necesidad de enseñar – invertir en las personas que
progresivamente se incorporan a su proyecto. Las empresas españolas deben
realizar una apuesta más arriesgada y sistemática con el fin de paliar los
efectos de un sistema educativo caduco y obsoleto aunque bien es cierto que
ellas son parte responsable de ese desaguisado por su bajo nivel de exigencia,
colaboración y compromiso. Pero, en cualquier caso, la conclusión es evidente:
necesitamos una inversión en tiempos y recursos considerable con el fin de
“aclimatar” al recién llegado. Pero una vez que lo conseguimos, contamos con un
motor de generación de experiencia y, en consecuencia, de conocimiento.
Contamos también con una fuente de talento potencial que podremos explotar y si
lo hacemos bien, dispondremos de un nuevo agente emocional que ayude a
cohesionar aún más al conjunto de personas de la organización. Con el paso del
tiempo, esa persona será una parte de la memoria vital de la empresa, una
porción de su edificio de conocimiento, un fragmento de su sabiduría.
Todo
esto será lo que se pierda el día que la empresa decida prescindir de su
aportación con el fin de equilibrar su cuenta de resultados sin darse cuenta de
que, en realidad, la está complicando aún más si cabe. Perderá conocimiento,
experiencia, talento y memoria que es lo mismo que decir eficacia, eficiencia
y, en definitiva, calidad, competitividad y excelencia. Pero también perderá
credibilidad, confianza, cohesión y adhesión por lo que el talento,
conocimiento y experiencia que aún permanezca se verá afectado, mermado y hasta
paralizado por el miedo y la incertidumbre.
En
estos días de oscuridad, dicen nuestros políticos que en medio de la tormenta
hay sufrimiento. No es cierto. En la tormenta sólo puede haber determinación,
unión, voluntad y, sobre todo, una inmensa capacidad de renacimiento. Predicar
el sufrimiento es la expresión más palpable de la impotencia y en definitiva de
la estupidez y el abandono.
Cuando
alguien deja la empresa, no sólo marcha una persona, también lo hace una parte
de ella y si el fenómeno se repite con insistencia, eso sólo puede tener un
nombre: suicidio.
8 comentarios:
Pues sí, parece que estamos en un suicidio colectivo. Mal que nos pene.
Un abrazo.
Buen post José Luis. Como dices, cuando alguien marcha de una empresa también se va parte de ella, eso sí, como siempre matizable, porque a veces el despedido era parte del problema o hacía tiempo que ya se había ido. Por otra parte no está el mundo para desperdiciar talento o tirar por la borda inversiones y en ese sentido, el despido es un suicidio que pasa de lo individual a lo colectivo.
Un abrazo
Buen artículo José Luis. Es habitual que estas decisiones siempre se toman respecto a coste del empleado y coste de su despido y como afectan en el corto plazo a la cuenta de resultados.
Un saludo
Hola Javi
Más que suicidio, creo que estamos en genocidio calculado...
Cuidate
Hola Fernando
Por supuesto algunas despedidas son "bienvenidas"...pero de esas ni me ocupo... ya sabes que soy de la opinión de no gastar ni un segundo en los "irreductibles"
Cuidate
Hola Alfonso
Efectivamente, es la consecuencia de una cultura empresarial más simple que el mecanismo del sonajero.
Gracias por pasarte
¿hasta qué punto es capaz de ir más allá de la burda ecuación perdidas – ganancias?
Creo que no tienen intención de hacerse esta pregunta. Algunas empresas ya están reduciendo jornadas par evitar el despido
Como siempre metes el dedo en la llaga. Ojalá seamos todos de una vez coscientes para ser consecuentes.
Un abrazo y buen finde
Hola Katy
Efectivamente, no es el mejor momento, pero hay empresas que se apuntan "a la moda" por si acaso y esas lo debieran meditar
Cuidate buen weekend
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