Los trabajos son algo así como los pimientos de Padrón, unos pican y otros no. Nuestras vivencias y sentimientos hacia el trabajo recorren todo el pantone emocional, desde la pasión al tormento pasando por la indiferencia o la triste penitencia. La naturaleza del trabajo en sí mismo puede influir en nuestra percepción. De partida, no es lo mismo investigar en un laboratorio que dar paso a los vehículos en una olvidada carretera moviendo de izquierda a derecha el stop&go. Pero ésta no es la única, ni última causa de nuestra felicidad o infortunio. Tomen por ejemplo el mundo de la educación, un espacio vital que puede ir desde la satisfacción absoluta a la maldición más enconada. Personalmente, siempre he mantenido que quien accede a ese mundo, puede hacerlo de dos formas: con vocación y entonces hablamos de “educadores” o por necesidad o resignación y entonces hablamos de “profesores”. Pero jamás me he permitido juzgar a unos u otros a sabiendas de que desconozco multitud de factores que explicarían sus actitudes. Factores personales que pueden tener su origen diez o veinte años atrás, entornos sociales, familiares o profesionales, desarrollos psicoevolutivos contrapuestos o, simplemente, oportunidad, azar o necesidad. De una u otra forma, la diversidad se expresa con toda su riqueza aunque también crudeza en el interior de una organización, entendida como empresa, sea cual sea su tamaño, dimensión, actividad o grado de éxito o fracaso.
En una empresa siempre tendremos quienes trabajen por vocación y pasión, aquellos que lo hacen por obligación y quienes ni siquiera sepan por qué lo hacen más allá de la necesidad vital de sobrevivir un mes tras otros. Esa y no otra es la realidad, nos guste o no. Pero esta evidencia, en forma alguna, debe conducirnos al fatalismo y, en consecuencia, la renuncia a ser cada día un poco mejores a través de la búsqueda de oportunidades y resolución de los problemas, cambiando, avanzando, progresando.
Cuando alguien piensa en dar una oportunidad a su empresa para ir más allá de las rutinas, los riesgos controlados, los beneficios calculados y, en definitiva, confiar más en la posibilidad que en la probabilidad, tarde o temprano, acaba pensando en la reacción de las personas. ¿Adhesión? ¿Indiferencia? ¿Oposición? Ni una, ni otra, sino más bien todas al tiempo y si no es así, comience a preguntarse si realmente conoce su empresa lo suficiente o vive en el limbo de los justos.
La tolerancia humana a la incertidumbre es inversamente proporcional a su necesidad de seguridad. Podemos relativizar esta afirmación, pero como describió acertadamente Orwell: “todos los animales son iguales, ¡pero algunos son más iguales que otros!” En definitiva, cualquier propuesta que implique la posibilidad de un cambio siempre recibirá de partida un significativo rechazo acompañado de algunas muestras de recelo, expresiones de neutralidad y, finalmente, apasionadas adhesiones. De hecho, si no recibe estímulos negativos, comience a pensar que, una de dos, o se explicado usted mal o están a punto de metérsela doblada.
Aceptada y asumida esta diversidad, a continuación, surge la obligada pregunta: ¿cuál será su respuesta?
La experiencia desgraciadamente nos dice que un alto porcentaje de “activadores” concentrarán sus esfuerzos en convencer a los renuentes de la bondad y necesidad del cambio que se propone. Error fatal. Consumirán todos sus recursos materiales y emocionales en una empresa de éxito más que dudoso teniendo en cuenta que, en estos casos, a mayor atención, mayor ofuscación en la actitud y finalmente, cuando llegue el momento de iniciar el cambio, apenas quedarán fuerzas, ni adhesiones iniciales que se han visto olvidadas y desatendidas. En una palabra, todo no seguirá igual, sino que habrá ido a peor. La próxima tentativa apenas tendrá posibilidades. Los impermeables al cambio se habrán tornado más irreductibles si cabe y aquellos que eran tan permeables como un terreno arcilloso comenzarán a militar en las filas de la indecisión y la neutralidad.
¿Debo encomendarme a la providencia y tirar para adelante?
No es necesario que eleve plegarias, pero sí, debe seguir adelante apoyándose en aquellos que creen firmemente en el reto. No dedique ni un minuto a la conversión de los agnósticos. Todo a su tiempo. Ahora la prioridad es avanzar y, sobre todo, comenzar a demostrar que es posible, no simplemente probable. A medida que lo haga, comenzará a percibir cierto desplazamiento de actitudes neutrales o ligeramente escépticas hacia sus posiciones. ¡Bienvenidos!
¿Pero y los irreductibles?
Crearán algún que otro problema, pero nada que sea insalvable. Recuerde que son adoradores de la seguridad estática y hasta la creación de emboscadas les produce incertidumbre. Y, sobre todo, comprenda que no entienda su actitud. Es su mejor estrategia.
Finalmente, cuando las nuevas propuestas comiencen a imponerse, demostrando su viabilidad, posibilidades de éxito y, en definitiva, se vayan consolidando como nuevas rutinas, los irreductibles comenzarán a integrarse en la nueva realidad que, al parecer, les puede ofrecer esa seguridad y monotonía que tanto desean. Nunca llegarán a ser esas personas activas, creativas, colaboradoras y estratégicas que usted desearía. Pero recuerde, los pimientos de Padrón son así, unos pican y otros no. Hay educadores y profesores. El objetivo es que cada vez haya más razones y oportunidades para que nadie se contente con ser simplemente profesor.
Siempre quedará alguno, pero no se preocupe, es parte de la vida y, además, si no existiera el blanco, ¿cómo podríamos percibir el negro? El objetivo es conseguir ir más allá del gris.
PD
Este post es, en realidad, una respuesta a mi buen amigo Fernando López, Soul Business puro.
9 comentarios:
Hola José Luis:
En primer lugar, gracias por la mención. Coincido en el planteamiento que haces. Yo suelo poner un ejemplo. Imagina un barco que navegue hacia lo desconocido. No sabe lo que se encontrará, puede haber tormentas y huracanes, pero existe una determinación de avanzar. En cualquier barco (empresa) la tripulación está formado por tres tipos de marineros. Los que tienen pasión, les gusta lo que hace, corren riesgos y saben por qué están allí. Los que creían saber por qué estvab allí, pero no pueden soportar la incertidumbre de la navegación (los más proclives a amotinarse, pero también los que pueden convertirse en estupendos marineros) y los que se enrolaron por necesidad o sin saber para qué. Estos últimos tarde o temprano abandonarán el barco, los segundos pueden pasar de ser "profesores a educadores" y los primeros siempres serán felices, con adversidad o sin ella.
Hoy en la oficina, hicimos una especie de terapia de grupo hablando entre otras cosas de actitudes, empatia, compromiso y posibilidades.
Un abrazo y gracias por compartir conocimeinto y experiencia
Pues qué casualidad, hoy mi hija, que está en 1º btto. me ha dicho que en mate ha suspendido toda la clase y que el PROFESOR les ha dicho que eso pasa por no estudiar.
Me temo que siguen quedando unos cuantos.
Hola Fernando
Excelente analogía, con tu permiso la utilizaré si la ocasión se presenta.
Espero haber respondido a tu duda aunque se que no lo era, creo que por ahí no cojeas.
Cuidate
Javi
Siempre quedarán, eso ni lo dudes y, además, es parte del entrenamiento para la vida, no?
Cuidate
Cierto.
Y que no falten, aunque sea para poder dar "ejemplo".
Querido JLMON,
aceptar esa pluralidad es como aceptar la pendiente en el ski: se necesita para deslizarse, para coger velocidad, para avanzar y tambien puede dar miedo. Pero estoy contigo: hay que poner el peso hacia adelante y seguir...seguir. Adelante.
un abrazo.
Muy buen post. Lo comparto.
María.
A los educadores y a los profesores añadiría otros dos más, los formadores y los instructores. Y por este orden:
educadores, formadores, instructores.
Los profesores son una reliquia del pasado, que desgraciadamente sigue habiendo.
Bs.
Hola MaS
Encantado de volver a tenerte...
ya veo que hablamos de la misma pelicula...
Cuidate
Hola Betariz
Acertadisima la puntualización.
Cuidate
Publicar un comentario