La relación entre personas y rutinas en una empresa apenas
si suscita dudas: se espera la máxima eficiencia posible en su ejecución. Sin
embargo, cuando hablamos de problemas, el binomio se resiste a una explicación
lógica al escapar a los límites contractuales establecidos. Esta es una vieja
cuestión pendiente de un sistema que nació con una estructura de gestión
piramidal pensada exclusivamente para producir.
Hoy en día, nadie se plantea la viabilidad de esta premisa.
La volatilidad de los mercados, las exigencias competitivas, la complejidad
tecnológica, la arbitrariedad de una demanda manipulada por la oferta y la
globalidad consagrada como la nueva religión de la modernidad vacua, exigen
nuevas consideraciones más allá del “libre encuentro” de la fuerza de trabajo y
el capital.
Sin embargo, cuando llega la hora de articular una “empresa
más humanista” en aras de su supervivencia y crecimiento, surgen los viejos
perjuicios de una y otra parte. “No me pagan por pensar” es una frase que se
repite con insistencia, pero no menos aún escuchamos aquella que sentencia que
“una empresa nunca podrá ser democrática”. En definitiva y como decía el
refranero gitano: entre unos y otros la mataron.
La estrategia del “estímulo positivo” ha sido algo así como
el Summer Hill de la calidad, la innovación,
el talento y el emprendimiento, entendidas estas como la máxima
expresión práctica de la revolución en los Recursos Humanos en la empresa. Una
esperanza basada en las personas, sus capacidades, su habilidad para aunar retos
y esfuerzos, su valioso conocimiento y, sobre todo, la búsqueda de alternativas
a un sistema viejo y enfermo que no acaba de encontrar un sucesor digno y
fundamentalmente digno de confianza. Es algo así como tratar de vestir a un
cura de aldea de rabiosa actualidad. Al final, parece que se dirige al carnaval
del pueblo vecino, ni demasiado convencido, ni demasiado animado por lo que
acabará en una esquina del prado viendo a otros disfrutar de la fiesta.
Quizás lo primero que debiéramos de replantearnos debiera
ser la naturaleza y condiciones del aspecto contractual. ¿Para qué se contrata
a una persona? De momento, la respuesta apenas ha variado desde los tiempos de
Smith y Ricardo y hasta formularse la pregunta parece ser un insulto a la
inteligencia. La empresa contrata a una persona para trabajar. Adórnese como se
quiera que, al final, dos y dos son cuatro. Refinando la respuesta, podríamos
decir que se busca la máxima eficiencia en la ejecución de tareas, el respeto a
las normas y la adhesión a los principios, la misión y los valores, buscando el
máximo de fidelidad en términos de producción de valor y baja generación de
conflictos y problemas añadidos. A cambio, la empresa, ese ente incorpóreo pero
cuya existencia nadie pone en duda, promete cuidar de la persona, no sólo en lo
que a prevención y seguridad se refiere, sino también tratando de conciliar lo
laboral y privado, ayudando a un desarrollo profesional pleno, por supuesto sin
llegar a explicitar demasiado que supone esto y sin dudarlo, pagando religiosamente
el salario establecido.
Si por algún sitio debemos comenzar “la revolución de las
personas en la empresa” es por algo tan prosaico como alterar el modelo
tradicional de relación contractual de ambas. Si se insiste en contratar a
cambio de eficiencia en las rutinas, no tiene sentido plantearse otras
obligaciones más allá de estas por muy loables, contemporáneas y beneficiosas
que parezcan.
Si la empresa es realmente consciente del valor integral y
potencial de las personas, el nuevo modelo contractual debiera recoger tal
aspiración, insistiendo en el valor que se concede al talento individual para
afrontar problemas y aprovechar oportunidades más allá de las rutinas
establecidas, sea cual sea la cualificación, ubicación, responsabilidad y retribución de la persona. La empresa,
entendida en estos términos, ni regala, ni explota, convirtiéndose en una
auténtica oportunidad de desarrollo no
sólo profesional, sino también social e individual. Y todo ello, sin menoscabo
de la necesidad de una estructura de gestión, de un principio de autoridad y de
un escalafón de responsabilidad. Pero lo cortes no quita lo valiente.
Siempre tendremos directivos y mandos que se empeñen en
defender la primacía de la pirámide como último recurso para ocultar su
castración emocional. Siempre contaremos con vagos profesionales que aludan al
viejo recurso del trabajo – salario como camuflaje a su fracaso vital. Siempre encontraremos
personajes anodinos, zombis laborales que pasan por la vida con menos estruendo
que una ligera brisa de verano. Pero todo ellos, nunca deben ser ni excusa, ni
freno para permitir que los buenos sean mejores.
6 comentarios:
Desde luego que lo que propones es como debería ser. El problema es que la transformación no es exclusiva de los directivos, es de todos los integrantes. A menudo se va en distintas frecuencias y, lo que es peor, sin voluntad de cambiar. Hay que seguir en ello.
Hola Fernando
Efectivamente, es una cuestión de todos, no solamente los directivos. De hecho, debo confesar que por cada directivo que me encuentro opuesto a ello, topo con cinco de los que no se les paga para pensar...aunque también son más proporcionalmente. Pero, es un problema de todos, de eso no hay duda.
Cuidate
Excelente exposicion de la situacion, el problema sin duda es global, de todos los integrantes,todos aportan su granito de arena. Pero los valientes q afronte la revolicion, solo pueden ganar
Hola Arien
Gracias por el comentario
Efectivamente es global, el problema es de todos y quien no lo entienda así, tiene los días contados.
Un saludo
No cabe duda de que la pirámide ya no tiene sentido. Para los que quieren superarla, hay alternativas y me atrevo a decir que unas cuantas.
Muchas veces (por lo que veo a mi alrededor) el hecho de decidirse por un modelo, puede suponer un grave problema.
Quiero decir, que superada la fase de aquello de... "tenemos que cambiar", llega la segunda que es la de... "cómo".
Un abrazo.
Genial foto la que ha puesto en tu cabecero. Felicidades. Muy bien elegida y retrata a toda nuestra generación de prisas y estrés. Me recuerda a la obra de teatro "Esperando a Godot"
Y me encanta la pregunta que es la base de todo el tinglado montado:
¿Para qué se contrata a una persona?
es casi casi como preguntar salvando la distancia:
¿Para qué tener un hijo?
Un abrazo
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