La
búsqueda de valor a partir de la gestión del cambio en cualquiera de sus
expresiones es uno de los fenómenos más dispares que se puede encontrar en la
estructura organizativa de las empresas españolas y, todo ello, conlleva
inevitablemente unos resultados discretos cuando no mediocres de algo que
debiera ser una de las principales fuentes de valor de forma sostenida. Las
razones para ello son múltiples y no afectan por igual a todas ellas aunque
podemos encontrar elementos coincidentes.
Quizás
la causa genérica más extendida sea la ausencia de una visión global y
estratégica del concepto de cambio y su relación directa con la generación de
valor a medio y largo plazo. Todo ello conlleva la aparición de distintas corrientes internas relacionadas
con el cambio y la participación de las personas en el mismo que frecuentemente
se solapan. Las consecuencias son de sobra conocidas: multiplicidad
metodológica, baja optimización en la distribución de recursos, problemas de
forma y fondo en la ubicación organizacional de todas las iniciativas y, sobre
todo, una progresiva y alarmante desmotivación de las personas ante todo
aquello que debiera suponer una oportunidad para el desarrollo del talento
individual y corporativo. Cuando este tipo de situaciones se consolidan,
resulta prácticamente imposible una marcha atrás, dados los grupos de interés
creados, los recursos comprometidos y, sobre todo, el esfuerzo necesario para
dotar de coherencia a algo tan humano como la búsqueda de la mejora continua.
Tan sólo el concurso de las direcciones generales o consejeros, así como su
firme voluntad, permiten poner remedio al pandemónium, pero es tan poco
frecuente que apenas ocurre.
La
ausencia de visión global deja también las puertas abiertas a las sucesivas
corrientes que llegan en relación con la gestión del cambio. De hecho, el
oportunismo y la tendencia general las hacen irresistibles permitiendo una
colonización de la estructura que consolida la organización de la
desorganización. A poco que hagamos memoria, recordaremos como algunas de nuestras
empresas se afiliaron a la Reingeniería de Procesos predicada por Hammer por
primera vez en su “Reengineering Work: Don´t Automate Obliterate”. Después
llegó la Calidad en cualquiera de sus variantes invadiéndolo todo hasta llegar
a convertirse en la estrella del espectáculo. Cuando pasó la fiebre, irrumpió
con fuerza la Innovación aunque en nuestro país adoptó un sesgo tecnológico de
difícil comprensión que unido a su explotación descarada por políticos y
grandes gurús como la solución
definitiva a todos nuestros males, acabó por aburrir a todos sin tan siquiera
haber conseguido levantar el telón. Entre medias, fenómenos localizados como el Kaizen y otros que, sin llegar al top
de los dioses, también han cosechado sus adeptos. Todas estas corrientes son
perfectamente validas y justificadas, pero no llegan a demostrar su valor en un
contexto de ausencia de visión estratégica global. ¿Quién no se ha encontrado
con el Departamento de Marketing impulsando procesos participativos de innovación,
mientras el de I+D+i se dedica a lo suyo, el de Calidad se resigna a la rutina
burocrática y los Recursos Humanos no acaban de comprender quién no les ha
invitado a la fiesta?
Incomprensiblemente,
el damnificado final de toda esta situación acaba siendo quien en realidad
estaba llamado a ser protagonista, es decir el conjunto de personas de la
organización. En el mejor de los casos, se requiere su concurso indiscriminado
por parte de los impulsores de las distintas corrientes de cambio, pero no sólo
se pide participación, también se requiere interiorización de procedimientos,
herramientas y dinámicas dispares, todo ello sin mayor armonización con las
rutinas diarias. El resultado es la progresiva desconfianza y apatía hacia todo
aquello que se salga de la normalidad. En el peor de los casos, es como si de
una liga futbolística se tratara en la que todos deben optar por un equipo, su
equipo, defendiéndolo a capa y espada frente a los colores del contrario.
Quizás
sean casos extremos, quizás sea la tónica habitual, pero una cosa es cierta, el
cambio es la esencia del valor interno de un empresa, su fuente de valor
sostenible y continuada y no estamos siendo capaces de visualizarlo
adecuadamente. La conclusión es evidente, no aprovechamos nuestras
oportunidades más cercanas, perdemos valor, infravaloramos la capacidad de las personas
para generarlo, desperdiciamos conocimiento y acabamos centrándonos en el corto
plazo sin darnos cuenta de que es la estrategia más débil.
La
empresa necesita una reflexión serena sobre lo que supone el cambio en su
visión, misión y valores. Necesita construir una creencia cierta y creíble en el
papel de las personas, más allá de sus rutinas. Necesita construir una
estrategia global a medio y largo plazo que permita la presencia de las
distintas manifestaciones del cambio de forma coherente y colaborativa. Pero
sobre todo, necesita creer en sí misma como protagonista del cambio.
3 comentarios:
Lo cierto es que hacemos las cosas sin pensar y en el mejor de los casos nos apuntamos a la moda de turno y si encima está subvencionada mejor que mejor.
¿Es que nadie se ha dado cuenta de que todo eso se ha acabado?
Un abrazo.
"El resultado es la progresiva desconfianza y apatía hacia todo aquello que se salga de la normalidad."
En la empresa y en la vida cotidiana. No queremos complicaciones, miramos para otro lado y pensamos que las cosas se arreglan solas.
Un abrazo
Como apuntas, fenomeno dispar. Los efectos son disfunciones al utilizar conceptos o metodologías que no acaban de asentarse o se solapan o se cambian por cambiar. Corregir estas disfunciones quizás debería ser la primera palanca para un cambio, para que una organización cree y crea en si misma.
Un abrazo
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