jueves, 8 de mayo de 2014

¡A LAS BARRICADAS!




Las revoluciones parecen ser grandes oportunidades colectivas, pero no creo que quienes las padezcan compartan esta sensación aunque, también es cierto que quienes toman partido por ellas sin haberlas promovido, tarde o temprano descubren que no todo era tan atractivo como parecía.
Recuerdo que en mis años jóvenes, traspasar la frontera por el Bidasoa para encaminar los pasos hacia las librerías de Biarritz o Bayona en busca de la verdad prohibida era un acto no tan heroico como algunos pretenden, pero sí al menos sublime en tanto en cuanto te aportaba cierta patina intelectual y hasta rebelde por mucho que, tras abandonar aquellos improvisados templos de la modernidad, encaminaras los pasos hacia el cine de turno para devorar tres o cuatro películas canallas en sesión continua. ¡Total! Con decir que habías “visionado” El Último Tango con cine fórum incluido con el guardia civil de turno en el acostumbrado control del viaje de regreso, arreglabas el ligero desliz propio de la tentación ibérica.
Recuerdo con particular cariño el caso de La Revolución Sexual de Wilhelm Reich. Compré un ejemplar de aquel delirio en una librería cercana al casino de Biarritz y, después de cien páginas de lectura, no sólo llegué a la conclusión de que me dolía la cabeza sino también de que aquello más que una revolución, parecía una oca disfrazada de cisne negro aprovechando la oportunidad que le brindaba la implosión de una Europa saturada de tanto horror y violencia.
Todo esto, aunque no lo parezca, viene a cuento de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, esa gran revolución post industrial que desde hace décadas se nos anuncia, pero no acaba de llegar.
La Revolución de la Información es un hecho, si no que se lo digan a IBM aunque resulte complejo formular un juicio de valor sobre sus bondades y milagros, al menos en términos comprensivos de igualdad y progreso social.
El Conocimiento, entendido como escalón superior a la simple información, sintiéndolo mucho es otro cantar. Los “trabajadores del conocimiento”, el “capital intangible”, las “personas como valor estratégico” y todas esas cosas que tan bien suenan, de momento son ideas, buenas, pero ideas que no han llegado a provocar revolución alguna en tanto en cuanto continúan predicándose aunque bien es cierto que cada vez con menor convicción.
Pero, como en toda situación aparentemente revolucionaria, existe mucho oportunista trabajando a la sombra de la oportunidad, demasiado bribón charlatán y, por supuesto un buen número de buenas personas convencidas de la necesidad del cambio que no deben confundirse con los ingenuos pragmáticos que viven en el limbo de los justos tecnológicos.
¿Hemos conseguido equiparar el conocimiento tácito – práctico con el conocimiento explicito – formal en el entorno de nuestras organizaciones?
¿Hemos conseguido normalizar el concepto de talento y hasta el de talentos múltiples como algo formalmente reconocido en términos de habilidades estratégicas más allá de las soft skills?
¿Es cierto que finalmente se reconoce que los trabajadores trabajan con conocimiento y son capaces de crear nuevo conocimiento valioso para sus organizaciones?
¿Se ha conseguido que los responsables de los “recursos humanos” de las organizaciones lideren la revolución hacia una gestión sabia del conocimiento corporativo?
En fin, ¿Hemos conseguido que las personas sean realmente el auténtico valor estratégico de la empresa porque ellas y sólo ellas poseen el conocimiento?
Si no es así, mucho me temo que no estamos ante una revolución, sino más bien ante una escenificación continuada de pirotecnia estival que nos mantiene absortos y fascinados.
Por supuesto que podemos encontrar organizaciones donde todo esto ocurre, pero es que no debiéramos encontrarlas, sino declararnos incapaces de citarlas a todas en base a su ingente número.
No es suficiente con poder bucear en cientos de blogs, estudios, papers varios y librillos de aeropuerto que claman por ello. De hecho, su abultado número nos indica que algo no funciona como debiera.
Asistimos a un cambio en los paradigmas y percepciones en torno al conocimiento, pero somos ya muchos los que nos tememos que se trata de una revolución sesgada que puede conducir a una brecha entre quienes son reconocidos como portadores y creadores de conocimiento en una empresa y quienes continúan siendo los “trabajadores de toda la vida”.
Soy consciente de que, llegados a este punto, muchos dirían aquello de “los trabajadores de toda la vida, son los primeros en desear seguir siéndolo”. Por supuesto, pero por cada dos de estos, hay diez que descubrirían el valioso conocimiento que poseen y no dudarían en ponerlo en acción para la creación de valor sostenido.

En las revoluciones hay quienes se empeñan en levantar barricadas y protegerse tras ellas para resistir a los que se resisten a cambiar. Curiosa contradicción que me lleva a finalizar con aquello de ¡A las barricadas! Pero para asaltarlas.

1 comentario:

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

Supongo, que unos luchan por conseguir el cambio social que nunca llega, mientras otros (a veces los mismos) luchan por el cambio en las organizaciones.
Desgraciadamente los retrocesos sociales también van en paralelo con los retrocesos en el mundo de la empresa.
Un abrazo.

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