Las
revoluciones parecen ser grandes oportunidades colectivas, pero no creo que
quienes las padezcan compartan esta sensación aunque, también es cierto que
quienes toman partido por ellas sin haberlas promovido, tarde o temprano
descubren que no todo era tan atractivo como parecía.
Recuerdo
que en mis años jóvenes, traspasar la frontera por el Bidasoa para encaminar
los pasos hacia las librerías de Biarritz o Bayona en busca de la verdad
prohibida era un acto no tan heroico como algunos pretenden, pero sí al menos
sublime en tanto en cuanto te aportaba cierta patina intelectual y hasta
rebelde por mucho que, tras abandonar aquellos improvisados templos de la
modernidad, encaminaras los pasos hacia el cine de turno para devorar tres o
cuatro películas canallas en sesión continua. ¡Total! Con decir que habías
“visionado” El Último Tango con cine fórum incluido con el guardia civil de
turno en el acostumbrado control del viaje de regreso, arreglabas el ligero
desliz propio de la tentación ibérica.
Recuerdo
con particular cariño el caso de La Revolución Sexual de Wilhelm Reich. Compré
un ejemplar de aquel delirio en una librería cercana al casino de Biarritz y,
después de cien páginas de lectura, no sólo llegué a la conclusión de que me
dolía la cabeza sino también de que aquello más que una revolución, parecía una
oca disfrazada de cisne negro aprovechando la oportunidad que le brindaba la
implosión de una Europa saturada de tanto horror y violencia.
Todo
esto, aunque no lo parezca, viene a cuento de la Sociedad de la Información y
el Conocimiento, esa gran revolución post industrial que desde hace décadas se
nos anuncia, pero no acaba de llegar.
La
Revolución de la Información es un hecho, si no que se lo digan a IBM aunque
resulte complejo formular un juicio de valor sobre sus bondades y milagros, al
menos en términos comprensivos de igualdad y progreso social.
El
Conocimiento, entendido como escalón superior a la simple información,
sintiéndolo mucho es otro cantar. Los “trabajadores del conocimiento”, el
“capital intangible”, las “personas como valor estratégico” y todas esas cosas
que tan bien suenan, de momento son ideas, buenas, pero ideas que no han
llegado a provocar revolución alguna en tanto en cuanto continúan predicándose
aunque bien es cierto que cada vez con menor convicción.
Pero,
como en toda situación aparentemente revolucionaria, existe mucho oportunista
trabajando a la sombra de la oportunidad, demasiado bribón charlatán y, por
supuesto un buen número de buenas personas convencidas de la necesidad del
cambio que no deben confundirse con los ingenuos pragmáticos que viven en el
limbo de los justos tecnológicos.
¿Hemos
conseguido equiparar el conocimiento tácito – práctico con el conocimiento
explicito – formal en el entorno de nuestras organizaciones?
¿Hemos
conseguido normalizar el concepto de talento y hasta el de talentos múltiples
como algo formalmente reconocido en términos de habilidades estratégicas más
allá de las soft skills?
¿Es
cierto que finalmente se reconoce que los trabajadores trabajan con
conocimiento y son capaces de crear nuevo conocimiento valioso para sus
organizaciones?
¿Se
ha conseguido que los responsables de los “recursos humanos” de las
organizaciones lideren la revolución hacia una gestión sabia del conocimiento
corporativo?
En
fin, ¿Hemos conseguido que las personas sean realmente el auténtico valor
estratégico de la empresa porque ellas y sólo ellas poseen el conocimiento?
Si
no es así, mucho me temo que no estamos ante una revolución, sino más bien ante
una escenificación continuada de pirotecnia estival que nos mantiene absortos y
fascinados.
Por
supuesto que podemos encontrar organizaciones donde todo esto ocurre, pero es
que no debiéramos encontrarlas, sino declararnos incapaces de citarlas a todas
en base a su ingente número.
No
es suficiente con poder bucear en cientos de blogs, estudios, papers varios y
librillos de aeropuerto que claman por ello. De hecho, su abultado número nos
indica que algo no funciona como debiera.
Asistimos
a un cambio en los paradigmas y percepciones en torno al conocimiento, pero
somos ya muchos los que nos tememos que se trata de una revolución sesgada que
puede conducir a una brecha entre quienes son reconocidos como portadores y
creadores de conocimiento en una empresa y quienes continúan siendo los “trabajadores
de toda la vida”.
Soy
consciente de que, llegados a este punto, muchos dirían aquello de “los
trabajadores de toda la vida, son los primeros en desear seguir siéndolo”. Por
supuesto, pero por cada dos de estos, hay diez que descubrirían el valioso
conocimiento que poseen y no dudarían en ponerlo en acción para la creación de
valor sostenido.
En
las revoluciones hay quienes se empeñan en levantar barricadas y protegerse tras ellas
para resistir a los que se resisten a cambiar. Curiosa contradicción que me
lleva a finalizar con aquello de ¡A las barricadas! Pero para asaltarlas.
1 comentario:
Supongo, que unos luchan por conseguir el cambio social que nunca llega, mientras otros (a veces los mismos) luchan por el cambio en las organizaciones.
Desgraciadamente los retrocesos sociales también van en paralelo con los retrocesos en el mundo de la empresa.
Un abrazo.
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