Dicen
que el nativo digital es aquel individuo nacido a partir de la década de 1980
mientras que el inmigrante digital es quien tuvo la desgracia de llegar a este
mundo con anterioridad a esta fecha. No merece la pena entrar en mayores
digresiones sobre una cuestión que, en el fondo, no es sino la expresión de esa
paranoia tan humana que es clasificar todo aquello que nos rodea.
Dicen
también que los niños llegan ahora con un sentido y habilidades tecnológicas
innatas que les permite dominar el funcionamiento básico de un notebook o las
app de un smartphone en un santiamén que se decía antes. Con respecto a esto,
permítaseme un atisbo de duda que irremediablemente me conducirá a calificar de
estupidez supina tal idea.
El
niño no nace tecnológico, simplemente es inductivo por naturaleza y necesidad.
La curiosidad, traducida en exploración, es su principal estrategia para
comenzar a descubrir un entorno que le resulta no sólo extraño, sino también
sorprendente. Toca, manipula, se equivoca, pero no repite porque
instintivamente elabora sus conclusiones y llega a preconceptos primarios que
le permiten establecer protocolos de actuación básicos. Pero, en definitiva,
crea su propio conocimiento y percepción del mundo que le rodea.
Los
adultos, como no podía ser de otra forma, fuimos como ellos aunque ni tan
siquiera lo recordamos. Quizás por ello, nos hemos vueltos previsibles,
precavidos, intolerantes a la más mínima incertidumbre y, sobre todo,
aburridamente deductivos a partir de una educación formal basada en la transmisión
de información y convenciones sociales, científicas, económicas, religiosas y,
por supuesto, tecnológicas. Ejecutamos, no exploramos.
La
empresa, organización o como queramos llamarla, exhibe esta realidad en su más
alta expresión. El 90% de las personas que trabajan en ella han sido
contratados para ejecutar, no para explorar. Pero esta realidad, lejos de
convertirse en un agravio, se ha convertido en expresión afortunada del máximo
grado de confort. El que inventen ellos
unamuniano se ha acabado convirtiendo en estandarte virtual aunque no expresado
de la mayoría de las personas de una organización.
Si
nos pusiéramos trascendentes, llegaríamos a la conclusión de que este estado de
cosas es fruto de un sistema educativo caduco y retrogrado, quizás podríamos
hasta admitirlo en razón de un régimen de retribuciones cada vez más mísero y
escaso cuando no de una precariedad y rotación notoria. Podríamos recurrir al
principio de autoridad y propiedad que continua dominando la estructura
empresarial de este país de forma inconfesable. Puestos, podríamos llegar a
encontrar una conexión entre esta pandemia y las cuentas suizas del bárcenas de
turno. Pero lo realmente preocupante es la existencia de tanta excusa.
Entrar
a trabajar en una organización es como nacer. Perdón: entrar a trabajar en una
organización debiera ser como nacer.
Si así fuera, estaríamos ante un mundo de potencialidades y posibilidades
ilimitadas. Contaríamos con personas dispuestas a conocer y ejecutar protocolos
y procesos formalizados, pero al mismo tiempo, dispondríamos de una fuente
inagotable de exploradores de oportunidades, descubridores de valor y, en
definitiva, agentes activos del cambio en términos de desarrollo.
Sin
embargo, la realidad es muy distinta. Entras a una empresa para “aprender” que
no es otra cosa que ponerse al día cuanto antes en los modos y maneras de hacer
las cosas. Se te paga para aclimatarte cuanto antes y comenzar a ser un ente
productivo. Cuanto más rápido lo hagas, mayores serán las posibilidades de permanencia.
La veteranía no es un grado, es la sabiduría del resabido y, de momento,
simplemente eres un ignorante analfabeto al que se le pueden permitir ciertas
excentricidades en forma de ocurrencias o simples interrogantes sobre el por
qué de las cosas. Pero debes aprender rápido que esta permisividad tiene un
tiempo y grado limitado.
No nos engañemos, la cosa funciona porque las organizaciones sobreviven. La mayoría de los mortales preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer. Las organizaciones huyen de los resultados negativos, pero mientras sean positivos, el futuro es simplemente abominable. Gano ochenta, quizás podría ganar doscientos, pero ¿por qué arriesgarme?
Fenómenos como la innovación, la creatividad, la gestión activa del conocimiento o el emprendimiento interno son cuestión de ambición, algo que se echa a faltar en las empresas de este país, entre otras cosas, porque ser ambicioso está mal visto y, sobre todo, es arriesgado. La ambición nos pierde, nunca más cierto.
Nacemos
inductivos, crecemos deductivos y acabamos sumidos en la confusión al ver que
cada día nos presentan un cuaderno de pintar o un rompecabezas estúpido para
mantener activas nuestras escasas neuronas en lugares que eufemísticamente llaman
residencias para mayores.
No,
no existen nativos y emigrantes.
4 comentarios:
"Lo realmente preocupante es la existencia de tanta excusa". Ahí está todo.
Abrazos,
HOLA ASTRID
Efectivamente. A mayor excusa, mayor miedo.
Cuidate
Miedo... no, terror al cambio. No queremos cambiar, pero las circunstancias nos obligan. Por eso alguno dijo aquello de que "bienvenidas las crisis, porque ellas nos harán progresar".
O algo parecido.
Un abrazo.
Hola José Luis. yo me voy y tu vuelves con ímpetu. Así es la vida. Yo soy emigrante voluntaria siempre, eso de quedarme en un sitio no va conmigo. Siempre e gana aunque no sea calculable en moneda.
El mundo real ocupa toda mi atención siempre y es prioritario. Solo si este no me requiere puedo compartir algo de mi y empaparme de nuevos conocimientos. Se te echaba de menos. Un cálido abrazo
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