jueves, 4 de febrero de 2010

EL PACTO


La mecánica que conduce a la recesión generalizadas desde el verano del 2007 y, en algunos casos, al patrón de depresión, es sencilla de escenificar a nivel global aunque parezca lo contrario.
El pinchazo de la burbuja tecnológica en 1999, conllevó, entre otras consecuencias, la inyección de dinero barato desde los bancos centrales, especialmente la Reserva Federal de EE.UU. Es en este punto, donde hay que situar las bases para el desastre del 2007.
Ante esta situación de abundante liquidez, los bancos norteamericanos promovieron una hiperexpansión crediticia que tuvo su efecto más inmediato en la caza al ciudadano con ánimo de adquirir una vivienda en propiedad. Las condiciones hipotecarias, unidas a la tendencia alcista del mercado inmobiliario no dejaban lugar a dudas sobre las posibilidades de negocio. Y no sólo a los ciudadanos hipotecables “de primera” (prime) y a los “de segunda” (mezanine), sino también a los “de tercera” (subprime), es decir personas sin trabajo, ingresos regulares ni ahorros. En definitiva, auténticos Ninja (no income, no jobs, no assets) convertidos de la noche a la mañana en generadores involuntarios de la tormenta perfecta.
El pinchazo de la burbuja inmobiliaria en el verano de 2007 debido a la saturación de la oferta, provocó la reacción inmediata de los Ninja, devolviendo tal cual las llaves de sus viviendas en las oficinas bancarias, lo que popularmente se conoció como los “jingle mails” (téngase en cuenta que en EE.UU. las hipotecas son préstamos sin recursos, es decir en caso de impago, los bancos sólo van contra el bien hipotecado).
A partir de este momento, se destapó el negocio de los tristemente famosos “activos tóxicos”, producto de la revolucionaria e innovadora solución financiera del “slicing and dicing”, es decir “cortar en rebanadas y cuadritos” los préstamos hipotecarios subprime. Los bancos hipotecarios norteamericanos adquirieron una genial destreza a la hora de empaquetar la basura subprime para ofrecerla como atractivos títulos con imaginativas y aparatosas denominaciones como garantía para la obtención de créditos en bancos de negocios, hedgefunds, etc. Es lo que se conoce como CDO (collateralised debt obligations), es decir cédulas hipotecarias titularizadas.
A partir de aquí, la historia es sobradamente conocida. La codicia de los Yakuza norteamericanos se acabó convirtiendo en codicia global y los Kamikaze de la especulación surgieron en todas las esquinas del ancho mundo, desconocedores de la Pesadilla Ninja que heredaban. Las florecientes y oportunistas inversiones descubrieron su toxicidad. En un mundo globalizado, el miedo no viaja a pie. Los bancos se contaminaron en el mercado interbancario y el pánico sucedió a la incertidumbre con una contracción radical de la actividad crediticia.
En definitiva, una increíble historia de Ninja candorosos, Yakuza avariciosos y Kamikaze listillos.
A la sombra de este relato tan repetido en los últimos tiempos y volviendo a España, la primera reflexión que se le puede ocurrir al ciudadano de a pie es maldecir a los Yakuza del otro lado del Océano. Pero esta reacción no ha sido tan sólo exclusiva del españolito de a pie, sino que también ha sido suscrita al pie de la letra por el Gobierno de turno, la clase política en general y la cúpula empresarial y sindical de este país.
Y es que, una vez más, aflora esa reacción genética tan interiorizada en la sociedad española: ¿quién es el culpable?, como respuesta inmediata a cualquier situación problemática que se presente.
Y, ahora, la pregunta del millón: ¿Qué hubiera ocurrido en España sin una crisis financiera de naturaleza global?
No hay que ser un Doctor Caos para dar con la respuesta adecuada: crisis estructural.
El agotamiento del modelo de desarrollo, esbozado en el Plan de Estabilización franquista y consagrado en los Pactos de La Moncloa de 1977, es la explicación final y anunciada al “milagro español”. La formula “ladrillo+sol+consumo+inmigración” está agotada.
Vivimos de la resaca de los acontecimientos que se han venido sucediendo sin interrupción desde la madrugada del 20 de septiembre de 1975. Una corriente incesante que nos hizo caer en la ceguera y la imprevisión. Y todo esto, mal que les pese a algunos agoreros, no es exclusivamente achacable al señor Zapatero en su máximo momento de autismo. Como decía el otro: “te ha tocado”.
Todos, todos sin excepción, somos responsables en mayor o menor medida. Desde los grandes empresarios, encumbrados a la categoría de campeones nacionales, a los sucesivos gobiernos más preocupados por su imagen y valor en las urnas que por el futuro del país a la hora de mirar a los cerros de Úbeda, pasando por una clase sindical acomodaticia y terminando en el ciudadano medio, embriagado por la modernidad del consumo y el dinero fácil. Pim-pam-pum, aquí no se libra ni el tato.
¿Qué medidas hemos adoptado?
Las propias de la táctica rooseveltiana / keynesiana siguiendo la estela del común de los mortales. El Plan E y el FAAF (Fondo de Adquisición de Activos Financieros) iniciaron el camino hacia el desbordamiento del déficit público que amenaza con situarnos en el rating de los torpes y gentes a evitar.
Mientras tanto, la contracción del crédito se mantiene, el consumo no despega, al producción continua dormida y el desempleo comienza a cobrar tintes realmente dramáticos.
¿Podemos hacer algo?
Siempre se puede y se debe hacer algo. No vamos a hundirnos, pero, al menos, debemos aspirar a algo más que sobrevivir. Primero porque tenemos capacidad para ello y segundo porque tenemos suficientes errores acumulados para convertirlos en la senda hacia el éxito.
Es urgente recuperar la responsabilidad política. Y debe hacerse desde la renuncia a los intereses partidistas porque no son los españoles de derechas, ni los de izquierdas, ni tampoco los de los centros, ni naciones catalanas, vascas o gallegas quienes se encuentran en situación de riesgo. Somos el conjunto de la ciudadanía. La renuncia del Presidente del Gobierno no es la solución. La convocatoria de comicios anticipados nos llevaría a doce meses de paralización mortal. La formación de gobiernos de coalición tampoco se vislumbra como la mejor de las alternativas.
Es necesario un acto de redención por parte del señor Zapatero convocando un nuevo Pacto de la Moncloa. Es necesario un acto de sacrificio honesto por parte del señor Rajoy que secunde el resto de lideres del arco parlamentario. Se necesitan gestos de generosidad por parte de las grandes centrales sindicales, más allá de su razón de existir. Y finalmente, los grandes empresarios que labraron sus fortunas durante el milagro, deben acceder a devolver parte de lo que la sociedad les ha dado en forma de ambición, aunque esta venga bajo el uniforme de riesgo contenido.
Un pacto de estas características no va a ser la solución definitiva a todos nuestros males, pero si constituiría el punto de partida, la toma de dirección y, sobre todo, la afirmación de que el movimiento se demuestra andando.

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