Dejando
de lado las perspectivas normativas o positivas, la oculta ambición de la
ciencia económica por la exactitud y precisión le ha conducido, entre otras
muchas cosas, a esa extraña adicción por la disyuntiva paranoica en la toma de
decisiones estratégicas tanto en la vertiente macro como microeconómica.
Llegada la hora de decidir, la cuestión siempre se plantea en términos de “o”,
descartando toda posibilidad de contemplar un “y”. En este sentido, quizás el
keynesianismo haya sido la única excepción agnóstica a la norma.
Descendiendo
a tierra, las empresas siempre acaban por plantearse la única disyuntiva
admitida: personas o resultados. Y es que ambos
factores difícilmente se admiten en una misma ecuación. Nos guste o no,
al final, llegado el momento de decidir, los resultados son los que cuentan y
todo lo demás no pasan de ser concesiones ocasionales a un modelo
universalmente aceptado.
Las
personas continúan siendo fuerza de trabajo aunque, por supuesto, adecuadamente
maquillada por aquello del progreso y la modernidad. La higiene, seguridad, formación,
remuneración, respeto, conciliación y ese largo etcétera que parece no tener
fin se olvida, una y otra vez, del derecho más básico y humano: querer ser cada
día un poco mejor, encontrar un sentido a tantos años, meses, días y horas más
allá de la justa compensación económica, alcanzar la consciencia del querer y
poder, desarrollarse como persona inteligente más allá de las rutinas y
procesos controlados. En definitiva, saberse útil.
Sin
embargo, el modelo desprecia esta posibilidad, frente a la certidumbre que
proporciona la división de tareas y responsabilidades en aras de la
productividad y loor de ese oscuro concepto que es el bien común, eufemismo
barroco de ese contrasentido que se sintetiza en el “si yo estoy bien tú
también lo estarás” aunque lógicamente diez escalones más abajo.
La
cuestión no es invertir en las personas sino invertir en aquello que las haga
más productivas. Esta es la consigna que ha dominado nuestras empresas desde
que hace ya cien años, alguien pensó que ya era llegada la hora de humanizar el
sistema. Sin embargo, a poco que nos paremos a pensar, apenas si hemos
evolucionado desde los tiempos del inconmensurable Robert Owen y su New Lanark
junto al Clyde. Simplemente hemos creado un sistema más “amable”, pero en el
fondo, continuamos desconfiando no de las personas, pero sí de sus capacidades
y conocimientos prácticos.
Eso
que denominamos Recursos Humanos son la máxima expresión de un sistema que
intenta ser amable sin caer en el paternalismo, pero menos aún en esa lacra de
la ciencia económica que es el humanismo. Seleccionemos, contratemos,
remuneremos, formemos y si es el caso despidamos, pero siempre de acuerdo a un
modelo que ha dejado bien claro quién puede pensar, quién decidir, quién
conocer, quién crear y quiénes ejecutar. Es así, nos guste o no y si todavía no
están suficientemente convencidos, no tienen más que caer en la cuenta de cómo
somos aleccionados en ello desde muy temprana edad en esos curiosos templos que
llamamos escuelas, institutos y finalmente facultades.
Pero
si todavía les queda alguna duda, no tienen más que confirmar la reacción ante
cualquier posible alternativa al modelo dominante y que casi siempre se traduce
en la acostumbrada paranoica disyuntiva:
o invertimos en las personas o lo hacemos en la empresa. En definitiva, las
personas y la empresa no parecen ser la misma cosa.
No
pierdan de vista esta última reflexión porque, aunque no lo parezca, es la raíz
del fracaso de muchos intentos bienintencionados de cambiar el estado de las
cosas. Podemos inundar nuestros discursos de palabras tales como emprendimiento
corporativo, gestión del conocimiento, innovación extensiva, creatividad, redes
inteligentes y muchas más. Pero mientras no seamos capaces de avanzar del “o”
al “y”, todo quedará en buenas intenciones, pero recuerden que las buenas
intenciones son las que siempre nos han acabado por llevar al desastre.
No hay
personas y empresa, no puede haberlo porque hablamos de una misma cosa. Pero sí
debe haber personas y resultados porque lo uno no tiene sentido sin lo otro.
Cuando esto ocurra, habremos conseguido que los Recursos sean Humanamente
Humanos.
1 comentario:
Hola viajero, he estado ausente un mes pero veo que tú también te has ido sin decir adiós. Yo ya estoy i¡operativa a medio gas. Echo de menos el "Cuidate". Espero que estés disfrutando del veranito.
Un abrazo
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