viernes, 13 de septiembre de 2013

EL ERROR ES POSIBLE, FRACASO JAMÁS




No deja de sorprenderme la cultura que existe en este país en torno al fracaso, unos hábitos que rayan lo absurdo si no fuera por las lamentables consecuencias que genera en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
En este país, tan malo es el fracaso como el error, al menos teóricamente. Pero puestos a establecer diferencias, existe una clara divergencia entre equivocarte, es decir errar, y fracasar. O dicho de otra manera, toleramos el error, pero no perdonamos el fracaso. Esta es una dicotomía que se ha arraigado profundamente en nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales y que aún continua cultivándose con éxito desde edad temprana, tanto en el ámbito familiar como en el escolar y, por supuesto, el social. De hecho, hasta fonéticamente parece tener más profundidad y gravedad la palabra f-r-a-c-a-s-o frente a la ligereza inofensiva y casual del error.
La diferencia fundamental entre fracaso y error radica en el conocimiento y la experiencia. Mientras que el error actúa en contextos teóricamente conocidos y controlados, el fracaso pertenece a horizontes inexplorados. Dicho de otra forma, podemos errar a la hora de aparcar nuestro vehículo en un área de carga y descarga  a sabiendas de que está prohibido y recordando ese viejo dicho de “al volante, atención constante”. Pero no podemos errar en nuestro intento de emprender un negocio totalmente innovador. Si no alcanzamos el éxito, a eso se le llama fracaso, nunca error.
Aunque no lo parezca, a estas alturas  he profanado más de un principio básico en el management. Del error se aprende, en el fracaso no hay aprendizaje posible. Sin embargo, a poco que reflexionemos, caeremos en la cuenta de que, como mucho, del error se aprende que no se ha aprendido. Dicho de otro modo, ¿cómo calificaría una acción de un operario de cadena de montaje que tuviera como resultado una merma en la calidad del producto final, teniendo en cuenta que dicho operario está preparado y conoce perfectamente los protocolos de producción? Evidentemente, se trata de un error. ¿Consideraría perdonable el error? Seguro que sí.
Ahora bien, si ese mismo operario detecta una oportunidad de mejorar el proceso, idea una solución y la pone en marcha sin éxito, ¿cuál sería su reacción? Con toda seguridad no existiría tanta benevolencia como en el caso anterior. Y si ese mismo operario reflexiona sobre su fracaso y decide experimentar de nuevo, esta vez con éxito, ¿cuál sería la reacción? La experiencia nos dice que una de cada cuatro veces se le reconvendría aunque finalmente se aceptaría la nueva solución, pero en los tres casos restantes, tendría que afrontar las consecuencias de no haber respetado el principio de autoridad.
El error es enmendable, pero nunca debe ser ni permitido, ni menos aún saludado como signo de emprendimiento. El error no es el camino hacia el éxito, como mucho es una advertencia. Y si esta advertencia se ignora, es el inicio hacia la ineptitud, la ineficiencia o consecuencias aún peores.
El fracaso puede ser el umbral del éxito, siempre que seamos capaces de asumirlo, sobreponernos a esa inexorable tentación hacia lo mal hecho, reflexionar y aprender para finalmente intentarlo de nuevo.
Si hablamos de fenómenos tales como la innovación o el emprendimiento, el error no tiene cabida, simple y llanamente porque es un componente ajeno al contexto. Tan sólo podemos contemplar el fracaso, más aún, aceptarlo y fomentarlo aunque esto sólo sea posible en colectivos maduros y equilibrados emocionalmente. Equipos cohesionados y de fuerte liderazgo compartido. De hecho, cuando esto ocurre, no existe el fracaso, tan sólo percibimos aprendizajes que nos hacen cada vez más fuertes hasta alcanzar nuestra metas.
Emprender o innovar no es sencillo, pero no tanto por el contexto de competencia, las limitaciones tecnológicas o financieras o simplemente los entramados estructurales de las empresas. La dificultad radica en las personas, en su visión primaria del riesgo y la incertidumbre, autovías abiertas hacia el fracaso; en su capacidad de superar los limites confortables de la seguridad donde el error es admitido. En definitiva, las personas son la clave, pero no por afinidad con el error, sino por su pánico a un fracaso que jamás será ni entendido, ni admitido.

La auténtica innovación no admite errores, sólo desea fracasos.

3 comentarios:

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

De ahí viene aquello de que "mejor no hagas nada que no te equivocarás ni fracasarás" :)
Un abrazo.

Katy dijo...

Me lo he leído un par de veces y me ha hecho pensar.
Hay errores que conducen al fracaso. Y desde luego el fracasar en algo no quiere decir que se sea un fracasado.
Creo que el fracaso se puede superar y hay errores que tampoco se pueden perdonar. (Errores médicos por ej.)
El error es un fallo humano y el fracaso no siempre.
Pienso que el fracaso se contrapone a éxito y de ahí el miedo a esa palabra: "Eres un fracasado" si que suena mal, si.
Perdona que me haya extendido tanto. (puedes ser un error pero no será un fracaso)
Un abrazo y buen finde

Fernando López dijo...

En este post me he perdido un poco, quizás porque tiendo a diferenciar el tipo de error (tolerable y no tolerable) es decir, el que nace de la exploración y no de la experiencia o conocimiento. En cuanto al fracaso, al igual que el acierto no es más que el resultado de una acción y para mi no tiene una connotación negativa sino de aprendizaje. No se si es una cuestión de semántica o perspectiva, pero como apuntas tiene que ver mucho con la percepción que tenemos de nuestros actos.
un abrazo

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