No
deja de sorprenderme la cultura que existe en este país en torno al fracaso,
unos hábitos que rayan lo absurdo si no fuera por las lamentables consecuencias
que genera en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
En
este país, tan malo es el fracaso como el error, al menos teóricamente. Pero
puestos a establecer diferencias, existe una clara divergencia entre
equivocarte, es decir errar, y fracasar. O dicho de otra manera, toleramos el
error, pero no perdonamos el fracaso. Esta es una dicotomía que se ha arraigado
profundamente en nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales y que aún continua
cultivándose con éxito desde edad temprana, tanto en el ámbito familiar como en
el escolar y, por supuesto, el social. De hecho, hasta fonéticamente parece tener
más profundidad y gravedad la palabra f-r-a-c-a-s-o frente a la ligereza
inofensiva y casual del error.
La
diferencia fundamental entre fracaso y error radica en el conocimiento y la
experiencia. Mientras que el error actúa en contextos teóricamente conocidos y
controlados, el fracaso pertenece a horizontes inexplorados. Dicho de otra
forma, podemos errar a la hora de aparcar nuestro vehículo en un área de carga
y descarga a sabiendas de que está
prohibido y recordando ese viejo dicho de “al volante, atención constante”.
Pero no podemos errar en nuestro intento de emprender un negocio totalmente
innovador. Si no alcanzamos el éxito, a eso se le llama fracaso, nunca error.
Aunque
no lo parezca, a estas alturas he
profanado más de un principio básico en el management. Del error se aprende, en
el fracaso no hay aprendizaje posible. Sin embargo, a poco que reflexionemos,
caeremos en la cuenta de que, como mucho, del error se aprende que no se ha
aprendido. Dicho de otro modo, ¿cómo calificaría una acción de un operario de
cadena de montaje que tuviera como resultado una merma en la calidad del
producto final, teniendo en cuenta que dicho operario está preparado y conoce
perfectamente los protocolos de producción? Evidentemente, se trata de un
error. ¿Consideraría perdonable el error? Seguro que sí.
Ahora
bien, si ese mismo operario detecta una oportunidad de mejorar el proceso, idea
una solución y la pone en marcha sin éxito, ¿cuál sería su reacción? Con toda
seguridad no existiría tanta benevolencia como en el caso anterior. Y si ese
mismo operario reflexiona sobre su fracaso y decide experimentar de nuevo, esta
vez con éxito, ¿cuál sería la reacción? La experiencia nos dice que una de cada
cuatro veces se le reconvendría aunque finalmente se aceptaría la nueva
solución, pero en los tres casos restantes, tendría que afrontar las
consecuencias de no haber respetado el principio de autoridad.
El
error es enmendable, pero nunca debe ser ni permitido, ni menos aún saludado
como signo de emprendimiento. El error no es el camino hacia el éxito, como
mucho es una advertencia. Y si esta advertencia se ignora, es el inicio hacia
la ineptitud, la ineficiencia o consecuencias aún peores.
El
fracaso puede ser el umbral del éxito, siempre que seamos capaces de asumirlo,
sobreponernos a esa inexorable tentación hacia lo mal hecho, reflexionar y
aprender para finalmente intentarlo de nuevo.
Si
hablamos de fenómenos tales como la innovación o el emprendimiento, el error no
tiene cabida, simple y llanamente porque es un componente ajeno al contexto.
Tan sólo podemos contemplar el fracaso, más aún, aceptarlo y fomentarlo aunque
esto sólo sea posible en colectivos maduros y equilibrados emocionalmente.
Equipos cohesionados y de fuerte liderazgo compartido. De hecho, cuando esto
ocurre, no existe el fracaso, tan sólo percibimos aprendizajes que nos hacen
cada vez más fuertes hasta alcanzar nuestra metas.
Emprender
o innovar no es sencillo, pero no tanto por el contexto de competencia, las
limitaciones tecnológicas o financieras o simplemente los entramados
estructurales de las empresas. La dificultad radica en las personas, en su
visión primaria del riesgo y la incertidumbre, autovías abiertas hacia el
fracaso; en su capacidad de superar los limites confortables de la seguridad
donde el error es admitido. En definitiva, las personas son la clave, pero no
por afinidad con el error, sino por su pánico a un fracaso que jamás será ni
entendido, ni admitido.
La
auténtica innovación no admite errores, sólo desea fracasos.
3 comentarios:
De ahí viene aquello de que "mejor no hagas nada que no te equivocarás ni fracasarás" :)
Un abrazo.
Me lo he leído un par de veces y me ha hecho pensar.
Hay errores que conducen al fracaso. Y desde luego el fracasar en algo no quiere decir que se sea un fracasado.
Creo que el fracaso se puede superar y hay errores que tampoco se pueden perdonar. (Errores médicos por ej.)
El error es un fallo humano y el fracaso no siempre.
Pienso que el fracaso se contrapone a éxito y de ahí el miedo a esa palabra: "Eres un fracasado" si que suena mal, si.
Perdona que me haya extendido tanto. (puedes ser un error pero no será un fracaso)
Un abrazo y buen finde
En este post me he perdido un poco, quizás porque tiendo a diferenciar el tipo de error (tolerable y no tolerable) es decir, el que nace de la exploración y no de la experiencia o conocimiento. En cuanto al fracaso, al igual que el acierto no es más que el resultado de una acción y para mi no tiene una connotación negativa sino de aprendizaje. No se si es una cuestión de semántica o perspectiva, pero como apuntas tiene que ver mucho con la percepción que tenemos de nuestros actos.
un abrazo
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