¿Recuerdan aquello de “este chico ha
nacido con talento especial”?
Si aceptamos esta interpretación
determinista de las cosas, no queda otra que la resignación: se nace con
talento o se pace. No habría más que hablar.
Si por el contrario, aceptamos que hay
posibilidad de aprender, mejorar y progresar, evidentemente la cosa comienza a
cambiar y además, entraría en juego otro término que también se nos resiste:
competencias.
El término “talento” merecería estar en el
imaginario de Lovecraft o Poe, es tan etéreo, mágico, oculto y, en definitiva,
escapista que sobre él se han escrito ríos y se escribirán océanos de tinta sin
que lleguemos a ponernos de acuerdo. ¿Quieren un símil? Aquí lo tienen:
“calidad de vida”. ¿Qué similitud existe entre la calidad de vida de un eremita
y la de una estrella del rock? Pero ambos están convencidos de tener calidad de
vida aunque no vivan en Camberra.
Desde una perspectiva práctica que no
cínica, hay que entender el talento, al menos a nivel de empresa, de alguna
manera. Y con algo de cinismo diría que si esa interpretación deriva en valor y
progreso, qué más quiere…
No hay comentarios:
Publicar un comentario