martes, 15 de julio de 2008

VARZELONA


Me decía el otro día un viejo amigo barcelonés: “antes éramos punta de creatividad e innovación, ahora, ya ves, ni agua…”

Estoy totalmente de acuerdo en lo de “antes”, no estoy seguro de que sea del todo cierto lo del “ahora” y estoy totalmente convencido en lo de “punta”.

Barcelona es, entre otras muchas cosas, una ciudad que se reinventa a sí misma cada cierto tiempo. Pero, de la misma forma que tiene picos, acoge regularmente valles. Esta alternancia es fruto de una evolución natural, pero la tendencia a la autocomplacencia también ayuda en algunas ocasiones. El año 1992 es mágico en la vida de la ciudad, siempre ligada a grandes despertares coincidentes con fastos. Después de un largo valle, interrumpido en ocasiones por pequeños destellos aislados, la explosión creativa se pudo observar desde las Fidji. Pero a este desbordamiento le sucedió, una vez más, la complacencia de lo bien hecho. El matiz diferencial con ocasiones anteriores lo aportó la tenaz voluntad de convertir la ciudad en un auténtico parque temático:quemajosomosluzdiseñomodernidadlibertadtodopuedeocurrirmagiaetc.

Alguien pensó que aquel milagro podría repetirse de nuevo creando un foro de encuentro global y otros pensaron que era una buena oportunidad de negocio. Todavía continuamos preguntándonos cómo pudo ser todo aquello.

El milagro no se repetirá porque entonces ya no tendría gracia (ni sería creativo o innovador), pero una nueva explosión está cercana. Es algo que flota en el aire y tan sólo es cuestión de tiempo que comience a tomar forma. Efectivamente, Barcelona es una ciudad de prodigios porque sus habitantes son prodigiosos y llevan la creatividad en sus genes.

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