El concepto de Inteligencia Ambiental – AmI es relativamente reciente en su formulación, apenas diez años desde que Palo Alto Ventures y Silicon Artists se pusieron a ello por encargo de Royal Philips Electronics. Sin embargo, como muchas otras cosas en las últimas décadas, lo que debía tener un sentido universal se ha visto restringido al aspecto estrictamente tecnológico:
La Inteligencia Ambiental es un escenario generado por la aplicación de los últimos avances en computación ubicua y los nuevos conceptos de interacción inteligente entre usuario y máquina. La Inteligencia Ambiental consiste en la creación de una serie de objetos cotidianos con propiedades interactivas no intrusivas.
Pero desde una perspectiva más global, la Inteligencia Ambiental debiera ser definida de una forma más sencilla:
EL ENTORNO ESTÁ AL SERVICIO DE LA PERSONA Y NO AL REVES
Este es un concepto realmente interesante, por no decir apasionante, desde el punto de vista de la creatividad y la innovación. Pensemos en los cientos de miles de espacios que podrían ser innovados y en los niveles de calidad de vida o eficiencia que lograríamos.
Sólo por citar un ejemplo, pensemos en los espacios escolares, comúnmente denominados aulas. Estos espacios no han sufrido apenas variaciones desde que Tomasio de Antioquia impartía sus clases de oratoria en la trastienda de su negocio de especias. En este país tenemos a honra ensalzar los grandes cambios sufridos desde el final de la dictadura de Francisquito, pero en lo que respecta a las aulas, salvo el cambio de retrato institucional en la cabecera, pocas cosas han variado. Ahí continúan las mesas y sillas alineadas, los calendarios de editoriales más o menos afortunados, el corcho rara vez actualizado, un par de chicles colgantes en la pared como si de las cuevas de Nerja se tratara y esas cortinas que almacenan datos del clima del planeta en los últimos cincuenta años.
Nuestro cerebro se mueve fundamentalmente por emociones. Lo que los profanos llaman ganas de estudiar, en lenguaje técnico se denomina disponibilidad, predisposición o motivación. En definitiva, que el cerebro del niño en cuestión se diga a sí mismo: vamos a por ello.
Evidentemente, ni el mejor educador del mundo puede hacer mucho con un escenario tan deplorable en el que actuar, propio de cómicos de farándula arruinados. Un escenario que se repite día tras día durante diez interminables meses. Salvo el calendario de la editorial que sufre cambios hacia mediados de Enero, apenas hay cambios, salvo que algunos de los chicles caigan por pérdida de adherencia y cumplimiento de las leyes newtonianas en la coronilla de algún despistado que tendrá que poner a prueba las propiedades mágicas del champú XZ con chimpiritione.
En fin, es evidente que nuestras cotas de desarrollo tecnológico nos conducen a percibir las modificaciones ambientales en términos tecnológicos. Pero, mucho antes que eso y de forma más creativa y económica, podemos proceder a modificar los entornos con altas dosis de creatividad. Y no tiene que ser necesariamente un ejercicio de estética, sino más bien de obtención de mayores grados de eficacia y eficiencia. Si no que se lo digan a las afortunadas gentes que trabajan en organizaciones como Google.
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