
Este fin de semana he tenido oportunidad de confirmar el deplorable estado de nuestra restauración en lo que al servicio se refiere. Ello me ha recordado que el pasado viernes no publiqué mi acostumbrado "remake" por lo que aprovecho para hacerlo hoy y recuperando un viejo post sobre la educación.
Nueve de la mañana, Rambla de Cataluña, tengo tiempo para escribir mi post antes de empezar con mi ronda de reuniones. Me he levantado a las cinco de la mañana, aeropuerto, aeropuerto, taxi y aquí estoy.
Tengo por costumbre levantarme de buen humor. No tatareo canciones, pero no resisto el esbozar una ligera sonrisa ante el espejo del cuarto de baño. Los días están para vivirlos, intensamente a ser posible. Pero en algunas ocasiones llega un gracioso que te hace esforzarte un poco más de los habitual por seguir viviéndolos intensamente. Hoy, en apenas dos horas de transito, he podido confirmar mi teoría de la irremediable ausencia de eso que llamaban antes educación entre un buen número de jóvenes de ese tramo de edad comprendido entre los 25 y los 35 años.
Facturas tu equipaje y te diriges al bareto a tomar un cafelito que te despeje. La barra no está inaccesible, pero tampoco está para tirar cohetes. Me coloco frente a un individuo de estos que llevan el traje como uniforme y, en consecuencia, se convierten en adefesios ambulantes. Carraspeo para hacerle ver que es difícil acceder a la barra con su maletín encima de la misma y su abriguete necesitado de cepillado ocupando un taburete. Pero el caso es que ni se inmuta. Llega la camarera y sin decir palabra me increpa con su mandíbula cromañón. Uno que intenta ser bien pensado, contempla la posibilidad de estar ante un ejemplo de integración laboral de un discapacitado y opto por darle los buenos días, pedir mi cortadito y añadir por favor. Pero, en ocasiones lo que soy es un gilipollas. Vuelve la individua y caigo en la cuenta de que habla, bueno farfulla algo así como uno cincuenta.
Llegó al avión, me siento junto a una pareja de abueletes del Inserso que observan, que no miran, todo a su alrededor con la curiosidad del que se sabe aventurero. Llega un individuo a la plaza delantera, otro traje uniforme, maletín y maletón. Me pega un empellón con su indecente abrigo al tratar de doblarlo que descuadra mi escuálido flequillo, la palabra perdón no existe en el nuevo castellano para triunfadores mileuristas. Despegamos y por si ya fuera poco el espacio que tienes en estos aviones, el impresentable del abrigo reclina a tope su asiento para echarse un sueñecito. Carraspeo, me muevo, presiono mi rodilla contra su respaldo. Pero ya se sabe, los membrillos son inconmovibles.
Por fin aterrizamos en BCN y consigo salir como puedo del zulo. El impresentable ni ha puesto en posición el asiento durante la aproximación y ya se ha dado el dos como alma que lleva el diablo. Una vez en el pasillo, coloco bien el asiento, única estrategia posible para permitir la salida de los aventureros del Inserso. Pero mientras lo hago, una rubia casposa, botas plastiqueras y bolsito tachuelo me increpa con un es para ayer que me deja para allá. Por si fuera poco, efectivamente masca chicle y seguro que le huele el sobaco a tigrillo desde el saturday night.
Pero no acaban aquí mis males ya que en el autobús que nos lleva a la terminal, una pelirroja de pega, más bien magenta solferino degradado, me pega un pisotón con sus estiletes que me deja lisiado para el resto del día. No, tampoco conoce esa extraña palabra llamada perdón.
En fin, estoy un poco harto de esta polémica sin fin sobre la Educación para la Ciudadanía. Sobre todo, teniendo en cuanta que antes se debiera recuperar la Educación de la Joven Ciudadanía.
Vaya por delante que conozco maravillosas personas comprendidas entre los 25 y los 30, pero, al igual que el buen caviar, cada vez abunda menos.
Buenos días Barcelona