El
término estrategia ha llegado a tal grado de desafección semántica que, como
dicta el romancero gitano, tanto vale para un roto como para un descosido. Si
además le añadimos la palabra plan, se guisa un pandemónium llamado “plan
estratégico” cuyo significado real sobrepasa la variedad de un bazar chino
aunque los precios a los que se cotizan, más se acercan a tienda de milla de
oro.
Personalmente,
siempre he acostumbrado a explicar a mis equipos que una táctica consiste en
hacer lo que hay que hacer cuando se sabe qué hacer. Por el contrario una
estrategia consiste es descubrir qué hay que hacer cuando no se sabe qué hacer.
La conclusión es evidente, las tácticas son a las rutinas lo que las
estrategias a los problemas.
Aclarados
los prolegómenos, podríamos caer en la tentación de afirmar que las empresas de
este país son poco amigas de estrategias y prefieren ampararse en el paraguas
de las tácticas. Sin embargo, a poco que se observe la realidad, es fácil
reconocer una estrategia repetida una y otra vez, burda y elemental, pero
estrategia al fin y al cabo y que no es otra que la que podríamos denominar
como “reactiva”.
¿En
que consiste una estrategia reactiva? Simple, se reacciona ante el estimulo, me
tocan, me muevo. Imaginen una almeja y lo comprenderán rápidamente. El problema
es que la almeja, sea del Cantábrico o del Antártico, siempre acaba en la
cazuela.
Afiliarse
a la “reactividad” es algo así como contratar una preferente o un hipotecario
al 48% TAE. En otras palabras, una bicoca para los suicidas de vocación. Y es
que, aparentemente, controlas la situación, pero el problema es que estas
convencido de que dicha situación es un estado de gracia permanente e
inalterable. En definitiva, no es que desconozcas el significado de la palabra
futuro, simplemente eres refractario a la incertidumbre y, en consecuencia, al
riesgo que supone convertirla en oportunidad.
Cierto
es que existen otras estrategias alternativas. Por ejemplo, ahí tenemos la
estrategia proactiva que no es otra cosa que ser capaz de detectar y aprovechar
las oportunidades. En esto, ya nos encontramos con algunos ejemplos notables en
este país aunque muchos de ellos adolezcan de esa extraña tendencia a confundir
la gula con la angula fina, siempre ayudados por la consultora de turno que vende
espárragos peruanos como si de la Ribera se tratarán. Ya saben, visualizar el
ahora y el después, no mirar por el retrovisor, vigilar la evolución de la
competencia y todas esas cosas que, tarde o temprano, acaban en esa vieja
reliquia que son los DAFOs a la manera clásica de nuestras abuelas. Y no es que
ser proactivo sea un pecado del pasado, lo que ocurre es que la proactividad
debe extenderse más allá de los equipos directivos hasta llegar a la medula de
la organización que no es otra cosa que el cien por cien de sus personas. Lo
contrario es como comprar un Ferrari para ir a la playa los domingos. En otras
palabras, el equipo directivo y mandos intermedios ya pueden sacar un cum
lauden en pro actividad que nunca llegarán a ser capaces de detectar a tiempo
un alto porcentaje de oportunidades que se presentan todos los días en su
empresa. Conclusión, esta peculiar interpretación de la pro actividad como
estrategia, no es otra cosa que la reactividad disfrazada de fiebre del sábado
noche.
Si
de consolarnos se trata, les diré que aún nos queda una última oportunidad que
llamamos estrategia preactiva y que
consiste en ser capaces de detectar los problemas a tiempo de poder
convertirlos en oportunidades. Y claro, aquí los ejemplos indígenas son más
bien escasos y la explicación es sencilla. Mientras que la reactividad puede
disfrazarse de proactividad limitándola a quien ejerce mando en plaza, la
preactividad no admite maquillajes y sólo puede practicarse en un entorno
general de talento, conocimiento práctico y estimulación de habilidades. En
otras palabras, o juega todo el mundo o se rompe la baraja. Y llegados a este
punto con la iglesia hemos topado o mejor dicho con esa extraña doctrina que
establece una inteligencia escalar equivalente a la jerarquía de mando y
responsabilidad que acostumbramos a llamar eufemísticamente “estructura
organizacional”. Dicen
algunos estudiosos que una empresa se organiza y funciona como un cuerpo
militar. Sinceramente, después de mucho meditar, no he conseguido encajar el tema
del escalafón y los méritos en tan profunda teoría. De hecho, conozco cientos
de casos que los tienen negros del humo de cien mil batalla y perdonen la
expresión, pero que siguen apretando la misma tuerca que cuando se inauguraron
en esto de la vida profesional. Un despilfarro.
Una empresa debe perseguir el crecimiento, el desarrollo, el progreso si quieren ser más poéticos o los resultados si de ser prosaico se trata. Pero, en este camino, hay una regla de oro: aprovecha las oportunidades y convierte los problemas en nuevas oportunidades. No mires al futuro o se te quedará cara de lelo, simplemente convierte la esperanza de futuro en tu fuerza del presente.
Mi
buen amigo Fernando López siempre me dice que tarde o temprano siempre acabamos
llegando al mismo sitio, es decir el rancio modelo educativo de este país. Me
temo que, si llega a leer estas líneas, reincidirá en la apreciación aunque,
amigo Fernando, no perdamos la esperanza, el señor Wert siempre puede empeorar
las cosas.
Pero
esa es otra cuestión que merece otro tiempo y lugar. Hasta entonces, buenos días,
tardes o noches, pero siempre proactivamente preactivos.
3 comentarios:
Estrategia a seguir es un plan pensado que siguiéndolo me lleva a a conseguir los resultados deseados. Hasta aquí mi poco conocimiento.
Pero creo que esto no solo no basta.
Y al leerte se me ha complicado más la cosa. No suelo hacer planes porque siempre hay quien me lo desbarata.
Un abrazo y buen finde
Esto de la proactividad me trae a mal andar.
Últimamente lo predico mucho pero más de uno me mira como las vacas al tren.
En fin...
Un abrazo.
Gracias por la mención amigo. A ver si lo que ocurre es que somos como vacas que miran al tren o a otro lado.
Un abrazo
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