lunes, 17 de noviembre de 2008

¿INNOVARÁN?


¿Innovarán nuestros hijos?
La respuesta es evidente: Sin duda.
Pero quizás la cuestión no está bien planteada. Hasta un escuálido pastor del Chad, asediado por la hambruna y la violencia indiscriminada, podría hacerse la misma pregunta y contestar en el mismo sentido.
La Innovación es consustancial al instinto de supervivencia, pero existe un abismo entre buscar el cambio por necesidad irremediable o hacerlo por convicción y con habilidad.
En consecuencia, la pregunta debiera formularse en estos términos: ¿Innovarán nuestros hijos por convicción y con competencia?
La respuesta ya no resulta tan evidente: Quizás, pero hoy por hoy es difícil asegurarlo.
Este pesimismo no deriva de un optimismo mal informado, sino de la observación de la realidad dominante. Innovar es algo consustancial a la naturaleza humana, pero exige una educación emocional y el desarrollo de competencias específicas en el campo de la resolución de problemas. Ambas cosas deben estar presentes, cuando no presidir, la planificación y ejecución del sistema educativo de un país.
Hoy por hoy, el sistema educativo español se caracteriza por la complacencia y un marco operativo aparentemente evolucionado, pero que esconde todos los vicios y defectos que han acompañado a la institución desde hace dos siglos. Ni existe percepción real del papel que deben desempeñar las generaciones futuras en la gestión del cambio, ni hay voluntad de introducir un plan de acción para la educación emocional y operativa que ello exige.
Esta situación choca frontalmente con la actitud pública de la clase política en lo que al papel de la Innovación se refiere. Y no sólo actitud, sino inversión, cuando no despilfarro mediático en proclamar la necesidad y vocación innovadora del país. Pero esto es algo que no debe sorprender, ni escandalizar. El político es un creyente fundamentalista del corto plazo. Los votos, las bases del partido, los barones, condes y duques, la historia y, en muchas ocasiones, la ceguera provocada por la ausencia de profesionalidad, le empujan al efecto que se convierte en su principal defecto.
Es dudoso que un país que asiste atónito al espectáculo de la educación para la ciudadanía, pueda confiar en el buen juicio de la clase política encargada, no de diseñar, sino de impulsar y designar a los mejores que necesariamente no son los de siempre con el fin de iniciar una profunda reforma educativa basada en el largo plazo y el futuro.
Hasta entonces, nos conformaremos con que nuestros hijos innoven por necesidad y supervivencia.
Y no, acostumbro a ser un optimista mal informado, no me lo achaquen a la desinformación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Centrar el problema de decisión y voluntad en la clase política me parece acertado, pero más aún la observación de que a quienes se encomiende la tarea de analizar y proponer no sean "los de siempre" porque acabarán haciendo lo de siempre.
Un saludo
Pedro

Anónimo dijo...

Como decía el otro "más les vale"...
Ahora en serio, el sistema educativo español es monolítico. Las distintas reformas que se han sucedido han arañado la estructura administrativa del acto educativo con algunas notas de modernismo, pero ninguna de ellas ha realizado un planteamiento serio y en profundidad del proceso de enseñanza - aprendizaje y, menos aún, de la posibilidad de un aprendizaje cooperativo y basado en la resolución de problemas.
PL

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