jueves, 14 de mayo de 2009
LIDERAZGO EN TIEMPOS DE CRISIS
Tratar de decidir quién pudo ser el personaje más influyente del pasado siglo XX puede ser una tarea compleja en un mundo tan globalmente compartimentado. Cada uno es libre de proponer a sus candidatos, políticos, literatos, pensadores, malvados o santos. Particularmente yo siempre he considerado a Winston Churchill un firme candidato.
Sir Winston Leonard Spencer Churchill, primer lord del Almirantazgo durante la Primera Guerra Mundial, ministro de entreguerras, primer ministro durante la Segunda Guerra Mundial y Premio Nobel de Literatura en 1953 puede presumir de una biografía apasionadamente apasionante, pero, por encima de todos los cargos políticos y reconocimientos que acumulo, fundamentalmente fue un líder.
En Churchill los fracasos y decepciones se cuentan por decenas, incluida la perdida de unas elecciones en 1945, justo al concluir il Risorgimento de una nación que apenas cinco años antes se encontraba al borde del abismo. Pero, por encima de los errores y fracasos, se impone la convicción y la certeza posibilista que caracterizan a quienes se atreven y arriesgan a enfrentarse a la tormenta, esos personajes que finalmente son reconocidos como lideres trascendentales por quienes tuvieron la fortuna de acompañarles en la amenaza y la incertidumbre.
Muchas son las virtudes y los defectos que caracterizan a un líder en una crisis, pero, quizás entre todos ellos, destacan la sinceridad, el sacrificio, la soledad y la convicción. Todos ellas, acaban por imponerse a los defectos, errores y fracasos que también debe acumular en esa ruta del aprendizaje basado en la soledad del valiente.
Solo la sinceridad permite percibir las amenazas en toda su dimensión para acabar convirtiéndolas en oportunidades purificadoras en forma de retos y desafíos. Churchill así lo hizo nada más acceder al liderazgo de una nación derrotada cuando pronunció la famosa frase “No tengo nada que ofrecerles que no sea sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo”. Y todo ello, en un momento en que la Isla quedaba sola y aislada frente a la marea nazi.
El sacrificio es inevitable en una situación de crisis y amenaza. Churchill lo aceptó de forma inmediata, sabiendo que ello suponía renunciar a detentar el poder y reconocer que su misión era la toma de decisiones dolorosas y, en consecuencia, impopulares. Decisiones que suponían aceptar el riesgo y el miedo que este suscita a la perdida, es decir al fracaso político por definición que supone la pérdida del poder, como así ocurrió al concluir la amenaza.
La soledad es inherente al líder. No sólo porque pocos son quienes se atreven a acompañarle en el reto, sino también porque él y sólo él debe tomar las últimas decisiones, sin esperar complicidades que atenúen el riesgo. Churchill tuvo su pléyade de asesores, seguramente no tantos como el ejército de sabios y estrategas que acompañan hoy a los gobernantes. Pero, en último término, las grandes y difíciles decisiones fueron propias y como tales se visualizaron por el pueblo británico.
Frente a la desolación, sea cual sea su naturaleza, sólo cabe la convicción. Frente a la posibilidad del fracaso, sólo es posible la certeza. Convicción y certeza que permiten afrontar la soledad, el sacrificio de la renuncia a la permanencia en el poder como último objetivo y la desoladora sinceridad. Churchill acumuló una celebrada fama de egocentrismo, obcecación, humor cambiante de “perro negro” y, como diría Huhg Dalton, “personaje difícil al trato”. Pero, todas estas supuestas lacras, no eran otra cosa que la reafirmación personal de una convicción. Aquella que le llevo a afirmar “"Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra (You were given the choice between war and dishonour... you chose dishonour and you will have war) cuando Chamberlain regreso de Alemania con las falsas promesas de Hitler. Convicción que le permitió enfrentarse a Stalin, Tío Joe para los inefables norteamericanos, en su pugna por el futuro de la Europa de postguerra. Y certeza en la victoria final: "Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarques, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos".
Churchill enfrento la amenaza, acepto el sacrificio, la soledad en las decisiones a tomar y la imperiosa necesidad de acertar a transmitir las consignas al “frente de combate”.
“Señores diputados a la tarea” no pasa de ser una vulgaridad timorata.
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3 comentarios:
Hum! Yo a esto le llamo sutileza...Desgraciadamente, dudo que llegue a oidas del interfecto.
Saludos
Joaquim
No sabía que Churchill hubiera recibido el Nobel de Literatura, curioso.
¿Puedes recomendarme alguna obra suya si es posible?
Gracias, un saludo
Javier
Personalmente creeo que Churchill era un hombre muy inteligente, pero era un cerdo como persona, insultó a gandhi, impulsó la guerra, y no le importban un zorongo los pobres, ¿escuchaste su frase “A quienes no conocen otro lenguaje que la violencia, hay que hablarles en su propio idioma.”
Personalmente me parece una burrada
muy bueno el blog
juli_the beatles
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