Ya llevo una semana fuera de casa, trabajo, solitarias habitaciones de hotel, desayunos rápidos y cenas de bocadillo. Hoy, como es domingo me lo he tomado con más calma y he comido en un restaurante en el que habitualmente debías guardar pacientemente la cola para acceder a una mesa. Ningún problema, media capacidad y los mismos precios, pero las raciones han sido hábilmente recortadas. Como diría el otro: la crisis que no perdona.
Pero creo que, ahora que encaramos el último trimestre de un año tumultuoso, debiéramos ser algo más optimistas de lo que nos estamos mostrando. Parece que hemos olvidado una lección elemental en esa extraña ciencia que es la Economía: todo es cíclico.
Y si buscáramos algún argumento más contundente, hay uno que no ofrece duda: una recesión es el síntoma de un éxito anterior. Y de esto último no hay duda. Parece que hemos olvidado rápidamente nuestro punto de partida inicial y nuestra situación actual. Pocos países pueden exhibir un escenario de crecimiento como el que hemos construido en los últimos quince años. Es cierto que los fondos europeos, el crecimiento demográfico y las burbujas financiera y del ladrillo han ayudado a esta escalada de posiciones sin precedente. Pero no podía de ser de otra manera.
Es cierto que quizás no hemos sabido diversificar en los últimos tiempos. Nadie puede negar que nos hemos dejado embriagar por el consumo desenfrenado y algunos han mostrado la cara más zafia del nuevo rico con pretensiones. No hemos conseguido niveles de productividad e internacionalización que hubieran moderado el impacto y los índices de innovación general continúan siendo una asignatura pendiente. Pero, lejos de comportarnos como si hubiéramos despertado de un sueño, debemos ser conscientes de que quien escala una cumbre, necesita bajar al llano para iniciar la siguiente ascensión.
¿Hay que mostrarse pesimistas? Ni es una buena estrategia, ni tiene fundamento. Lo único que puede provocar una recesión grave son los errores o la estupidez. Hasta ahora no hemos cometido demasiados errores y debemos evitar caer en la estupidez que sigue al fatalismo tan característico en este país.
El empresariado debe comenzar la búsqueda de nuevos escenarios de actividad que los hay y en abundancia.
La clase política debe mostrar un grado de profesionalidad y responsabilidad mayor del mostrado en los últimos años.
El Gobierno debe arbitrar medidas de futuro y no contentarse con soluciones de contención que aportan un menor deterioro de imagen. Los ajustes son dolorosos. Sufran un poco caballeros.
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