Hace un par de noches me encontraba en el aeropuerto de BCN, listo para regresar después de diez días y sobre todo diez noches de hotel. En esos momentos, previos al embarque del avión, uno sólo piensa en su casa, su ducha y su cama. Y, en consecuencia, contempla el entorno con cierta placidez o, por lo menos, es lo que le ocurre a quien suscribe.
En esa pacifica contemplación, reparé en tres hombres y una señora o señorita que se encontraban charlando en corro en la vertical del mostrador de embarque. Buenos trajes dos de ellos, el tercero más bien desafortunado en las rayas modelo Chicago y la mujer sencillamente correcta. Dos maletines, uno Loewe y el otro Piquatro, corbatas asépticas de Loewe probablemente, quizás Lester. De los cuatro personajes, pronto deduje que dos de ellos llevaban la voz cantante, la mujer era una subordinada pelotera y el cuarto en discordia un jefecillo incomodo con la situación.
La megafonía llama al embarque con los acostumbrados veinte minutos de retraso y he aquí que me encuentro justo detrás de los cuatro en cuestión. No soy cotilla, pero si curioso cuando de confirmar hipótesis se trata. Efectivamente, no me había equivocado: ejecutivos de rango y poderío de una entidad financiera, acompañados de una adjunta y presumiblemente un responsable de zona.
Mi experiencia me dice que existen dos tipos definidos de alto ejecutivo en lo que a habilidades sociales se refiere. Uno de ellos es el que denomino Chester por conjunción con la solera y tradición del sofá del mismo nombre. El Chester es persona discreta, elegante en su sencillez, refinado en sus formas y con una educación a prueba de huracanes. Sabe tratar a cada persona con la exquisitez, cordialidad o frialdad que cada caso requiere. Es algo que lleva en los genes o, como dice mi tía abuela, que se mama.
El otro espécimen es el que denomino Reventón, aludiendo a su catadura de reventado. El Reventón es aparentemente discreto porque le han dicho que hay que serlo, pero las maneras le acaban traicionando cada tres minutos en este y aquel detalle. Destina un presupuesto apreciable a su aspecto exterior, pero intenta ser tan perfecto y exclusivo que acaba pareciendo un maniquí venido a menos. Su mirada recorre el entorno con displicencia, sabiendo que todos escuchan y alaban, pero dudando de su adhesión. Sus habilidades sociales son escasas y se muestra grosero cuando de relacionarse con inferiores se trata.
En la fauna que habitamos los aviones, los Reventones son legión. Acostumbran a aposentar sus traseros en las dos primeras filas, no sin mirar con desprecio al resto del pasaje antes de hacerlo. Cruzan rápidamente sus extremidades inferiores obstaculizando el angosto pasillo. Sólo leen Expansión o el Economista, ojear la revista corporativa de la aerolínea es algo inimaginable. Como mucho sacan de su portafolio la revistilla de turno que han levantado en la sala vip y que, en realidad, es un interminable catalogo de relojes, carteras, corbatas, deportivos, gadgets extravagantes y hoteles de a quinientos la noche encantadora.
Los Chester también viajan en avión, pero no sabría decir sin con igual intensidad que los Reventones. Y es que apenas son visibles.
La pregunta que queda en el aire es a qué categoría pertenecían estos dos interfectos de BCN. Sin duda eran reventones y además vascos. Esto último no es nada negativo, pero los vascos, sobre todo los bilbaínos, acostumbramos a ser discretos por norma por lo que cuando te sale un Reventón resulta aun más insoportable.
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