domingo, 28 de septiembre de 2008

VIAJE AL FINAL DE LA NOCHE


Toda revolución implica una transformación radical y profunda del pasado inmediato. Estas transformaciones pueden producirse en uno o varios ámbitos de forma simultánea: económico, político, social, cultural, tecnológico, etc. Cuando la transformación radical con respecto al estado anterior no se produce, hablamos de crisis.

Esta precisión es importante porque estamos utilizando un término adecuado para tipificar la situación económica por la que atravesamos a nivel mundial. Es una crisis en tanto en cuanto no tiene suficiente entidad para producir una transformación total y radical, ni tan siquiera en el ámbito económico general o financiero en particular. Pero sí es cierto que no es una crisis cualquiera. Probablemente sea una de las últimas por las que pase un sistema que nos guste o no se encuentra a punto de desaparecer definitivamente. Hablo, por supuesto, del liberalismo en cualquiera de sus formas y que no debe confundirse, como a menudo ocurre, con el capitalismo.

Los más optimistas, aunque no lo parezca, tienden a buscar puentes entre esta crisis y otras que se sucedieron en el pasado con el deseo inconsciente de asegurarse un retorno a la normalidad a medio plazo. Curiosamente, el Crack de 1929 presenta paralelismos en los ámbitos inmobiliario y financiero que algunos se empeñan en explotar. Pero, ni la burbuja inmobiliaria de Florida, ni la especulación bursátil tienen mayor equivalencia que el descontrol y la avaricia como factores últimos.

No nos encontramos al final de un ciclo, ni tan siquiera de una época. Estamos presenciando el relevo de un modelo estable, uno de los más estables y todopoderosos de los últimos siglos. Un modelo que, como todos los anteriores, ha producido grandes avances y progresos en todos los ámbitos, pero también ha provocado violencia y desigualdad como no podía ser de otra manera. Para que algo ascienda, algo tiene que bajar.

¿Cuál fue el momento de inflexión? Es difícil de contestar a esta pregunta en estos momentos. Quizás en el siglo XXII puedan hacerlo con suficiente perspectiva histórica. Pero indudablemente hay algo que nadie nos podrá negar. Hemos sido, somos y seremos los espectadores y protagonistas de este Cambio.

Es más que probable que dejemos de hablar de máquinas porque la tecnología llegará a un punto de fusión natural con el hombre.

Nuestra relación con el dolor y la muerte no desaparecerá, pero cambiará de una forma inimaginable, arrastrando a los paradigmas éticos y religiosos.

Con toda certeza, Estados Unidos está cerrando su historia como imperio. Pero tan descabellado es pensar que caminamos hacia la multipolaridad, como identificar a China con el nuevo imperio emergente.

Nuestro modelo de relación con el Planeta se verá transformado radicalmente de forma voluntaria o condicionada.

África dejará de ser un problema insuperable de una forma u otra porque están a punto de producirse cambios radicales en su papel y situación.

El ámbito financiero no desaparecerá porque es algo tan consustancial a la actividad humana como respirar, pero nada volverá a ser igual a como lo conocimos, al menos en sus centros de decisión, formas y maneras.

El ámbito político vivirá la multipolaridad lógica a todo vacío de poder reconocido como el que se está produciendo, pero un nuevo modelo acabará por imponerse. Tan sólo es cuestión de tiempo que surja una nueva camada de líderes que puedan y sepan afrontar el reto. Como en todo momento de agonía de un modelo estable, la clase política no está a la altura de las circunstancias. Necesitamos algo más que un mediático Obama o una prima dona como Sharkozy. Pero en el país de los ciegos el tuerto reina.

Demasiadas transformaciones para que hablemos de revolución y menos aún de crisis. Es el fin de un mundo que surgió tímidamente en las últimas décadas del siglo XVIII. Un modelo que parecía no tener nada que ver con todo lo anterior. Pero ha resultado que, como toda realización humana, nació, ha vivido y agoniza.

Queda mucho por hacer, prácticamente todo. Un nuevo modelo se está conformado y lo estamos haciendo nosotros, los mismos que estamos firmando el acta de defunción de un mundo que nos vio nacer y nos educó en sus principios y creencias. Es duro, muy duro, pero de una forma u otra saldremos adelante porque, en lo más profundo de nuestra naturaleza humana, hay tres componentes inalterables:

MIEDO

CURIOSIDAD

OSADÍA

El miedo a lo desconocido, la curiosidad por el futuro y la osadía que impulsa nuestra creatividad, emprendimiento, innovación y, en definitiva, PROGRESO.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Va a ser un viaje muy largo, me temo. El sistema encierra una gran contradicción que, una vez más, se ha puesto de manifiesto: roba un melón y acabarás en la carcel, roba cien millones y correrán a ayudarte. El ciudadano no entiende esta doble moral aunque se le insista que en busca del bien común.
Juan Ramón

Anónimo dijo...

¿Y Allan Greenspan? No es cuestión de buscar culpables, pero si de advertir, una vez más, sobre el peligro de los gurús.Hasta no hace mucho, el antiguo presidente de la Reserva Federal era como el Oraculo de Delfos. Más bien ha resultado el opio del pueblo que decía Marx.
No aparece mucho ultimamente y cuando lo hace, confirma su ascendiente: "Es necesario el dinero público para las operaciones de rescate"
Fernando Rodriguez

Anónimo dijo...

Como ya habreis visto, la marea se extiende y ya ha llegado a Europa. Pinta mal y puede ser más grave la ausencia total de liderazgo.
Un saludo a todos
Pedro Luis

Anónimo dijo...

Existen muchos paralelismos con el Crack del 29, pero no son situaciones comparables. En este caso, la gravedad de la situación puede ser igual o mayor, pero la capacidad de respuesta a nivel global considero que también es superior. Quizás la campaña electoral USA lo está complicano aún más.
Rodri

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