jueves, 26 de marzo de 2009
LA GUERRA DE BOLONIA Y ESTUPIDECES AL USO
La resistencia al cambio es algo tan consustancial a la naturaleza humana como la firme creencia en el mismo como motor de progreso. Es esta aparente contradicción la que finalmente mueve nuestras existencias. Y en este contexto hay que enmarcar la Guerra de Bolonia que sacude nuestras facultades, fundamentalmente catalanas, en las últimas semanas.
Bolonia ni es la panacea, ni puede ser el final del camino, quizás tan sólo el principio de un cambio eternamente anunciado, pero infinitamente aplazado de algo tan caduco como el sistema universitario español. Una isla en medio de la nada que pretende reclamar su inocencia repartiendo culpas a diestro y siniestro, es decir antes y después del facto académico.
En estos días he tenido oportunidad de leer y escuchar juicios y valoraciones razonadas sobre la Guerra. Opiniones sobre las que se podrá estar más o menos en desacuerdo, pero, al fin y al cabo, honradas. Pero, frente a ellas, he tenido también la desgracia de perder mi valioso tiempo leyendo y escuchando sandeces, libelos falsarios, peroratas enciclopédicas, nacidas de los más arcanos temores y toda serie de imbecilidades propias de neo trotskistas de opereta.
La última de esta serie acabo de leerla en un diario catalán mientras paso el rato en un hotel de Madrid a la espera de tener el placer de cenar con vascos, madrileños y catalanes. Y es tal el cabreo metafísico que me ha provocado el citado escrito que me ha faltado tiempo para saltar de la cama, encender mi Mac y ponerme a la labor que, como ven, me ocupa.
El escrito en cuestión anuncia el Apocalipsis final con la entrada triunfal de Bolonia. La consagración de la herejía hedonista y el sacrilegio permisivo que asaltó en la década de los noventa las aulas de la Educación Primaria y Secundaria. La defunción de la memoria y el conocimiento. La bacanal de la vagancia, la orgia de la ignorancia llevada a su máximo extremo. Y todo ello dicho por un catedrático.
Bien, vaya por delante, que la Logse fue un paso en falso que nadie en su sano juicio puede continuar defendiendo. Pero como dijo el camarada Lenin, un paso atrás, dos adelante. O dicho de otro modo, lo que pudo tener de impulso al cambio, fue aprovechado por no pocos colectivos educativos que vieron la oportunidad para promover su propia reforma y hoy aseguran una oferta educativa integral y de calidad que, por cierto, no ve su continuidad en esa Barataria que es la Universidad.
En conclusión, nuestro sistema educativo de base, es decir 3 – 16 años, sigue necesitando una drástica innovación que no sólo salve la memoria, sino que asegure también el conocimiento. Porque, señor mío, nuestro cerebro necesita dos cosas: memoria y procesamiento. Necesitamos alimentarlo con datos e información que debe grabarse – memorizarse de forma ordenada y jerárquica en los fondos cognitivos – archivos base. Pero los datos y la información no sirven absolutamente de nada sin un procesamiento inteligente posterior que los convierta en auténtico Conocimiento. Dicho esto, permítame recordarle que si hay un lugar donde se prime la memoria y se olvide el procesamiento inteligente, ese templo se llama Universidad.
Las revoluciones no existen. Los cambios son las estrategias que utilizamos los humanos para transformar nuestro mundo. Estos cambios se realizan en ocasiones de abajo a arriba o viceversa, según sea el caso, azar u oportunidad. En este caso concreto, el cambio desde la base ha fracasado. En otras palabras, déjese de lanzar culpas a las clases educadoras inferiores y póngase a la labor porque la pelota la tiene en su tejado. Es decir, probemos de arriba abajo.
Bolonia debe percibirse como una oportunidad de cambio no como una amenaza a una estabilidad indeseable. La Logse no se percibió como oportunidad, sino como amenaza y ha acabado convirtiéndose en una molestia. Bolonia es una oportunidad para poner orden en su casa y convertirla en un templo de conocimiento activo y no en el Museo de la Historia del Conocimiento. Si lo logra, no dude que el cambio se extenderá hacia las capas inferiores.
A mi no me preocupan las protestas estudiantiles, me indigna la huida hacia delante de algunos trabajadores universitarios. No todos porque, como en farmacia, de todo hay y no son pocos los profesionales enamorados de su labor además de trabajadores universitarios.
Pero, mire usted, las personas no sentimos miedo ante el riesgo, sino ante el sentimiento de perdida. Si no que se lo digan a los estrategas del negocio de la incertidumbre por excelencia que son las aseguradoras. En consecuencia, estas rabietas que nos llegan no sería de extrañar que no fueran otra cosa que miedo, MIEDO con mayúsculas.
Miedo a no ser capaz, miedo a perder influencia, miedo a tener que aprender de nuevo, miedo a mantener una relación más estrecha y cercana con el otro protagonista de ese acto que se llama enseñar – aprender o, si prefiere, educar, miedo a no poder fabricar tanto paper, miedo al miedo.
No creo que Bolonia sea la última ocasión, habrá muchas más, pero, al menos convierta el problema en una oportunidad y deje de verlo como una molestia esperando que se lo solucionen los educadores de segunda división – léase maestros y profesores – o las universidades de la vida real que son las empresas.
Hasta entonces, le ofrezco mis más sentidas condolencias por la próxima defunción de su mundo caduco.
LA IMAGEN QUE ILUSTRA ESTE POST PERTENECE A LA OBRA GRÁFICA DE PAVEL KAPLUN
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3 comentarios:
Como profesor universitario me gustaría darle las gracias por una contestación en la que coiincido plenamente.
Juan Gabriel Rodriguez Amor
He leido el artículo y, sinceramente, me parece cuando menos bochornoso, propio de una mente estrecha y caduca como bien dices.
Un saludo
Joaquim
José Luis, cuál era el periódico?... es bueno poder conocer las referencias de primera mano.. Gracias.
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