domingo, 26 de agosto de 2012

LAS LONJAS DEL PECADO


Se alquila, el cartel, escrito a mano, apenas se sostiene en el mar de polvo que se ha convertido la cristalera de la lonja, ni excesivamente grande, ni demasiado pequeña, el tamaño ideal en una zona de actividad comercial aceptable, clase media tirando a alta, amplias aceras, jardines, negocios de alimentación, hostelería y comercios especializados. Durante los años del milagro franquista fue un taller mecánico de barrio, pero la tecnología acabó con el chapuzas que apenas había oído hablar de electrónica. Después llegó el videoclub que hasta contaba con dispensador automático pero las televisiones de pago primero y la dictadura bolchevique de las descargas en la red acabaron por reconvertir el negocio en una tienda de móviles en la que un tránsfuga maquinero intentaba repetir el milagro democrático a base de chanchullos y tropelías. Llegó el ladrillo y el mercado dictó su sentencia cambiando los móviles de pega por carteles de se vende, se alquila, promoción única, materiales de lujo, crédito concedido y todo lo demás, pero hasta aquello tocó a su fin y después de unos meses en blanco, llegó la panadería artesana, horno tradicional, variedades cien mil aunque todas ellas llegadas de una nave industrial allende los montes, aquello parecía marchar, pero hasta las bicocas se agotan y ahora, hoy, el polvo y el silencio dominan el negocio.
La historia de las lonjas, perdón, locales comerciales, es la historia reciente de este país y ahora su vacío y tristeza nos recuerdan cada día lo que insensatamente quisimos creer que éramos, lo que en realidad fuimos y lo que finalmente hemos acabado por ser.
Las lonjas son esos lugares donde duermen los sueños de miles de emprendedores que han acabado por convertirse en pesadillas de las que difícilmente se recuperarán. Son el espejo de una sociedad, en ellas se comercia, se negocia, pero también se convive, se demuestra el afán de superación, la voluntad de futuro y hasta se comprueba la educación del cliente, la profesionalidad del servicio, la calidad del producto como pruebas irrefutables de la madurez económica de una sociedad. Pero hasta en esto hemos perdido nuestra identidad dejándonos llevar por las excelencias de la globalización que no ha hecho sino clonar ciudad tras ciudad  hasta convertirlas en un parque temático del consumo estúpido y alocado.
Pero, al final, la realidad está ahí en forma de lonjas y lonjas vacías, abandonadas, anónimas y, sobre todo, horriblemente deprimentes, constante recuerdo de nuestro fracaso, freno de nuestras inquietudes y deseos.
Hace ya unas semanas, comía con mi buen amigo Javier Rodriguez, maquis impenitente del emprendimiento en ese extraño lugar económico que se llama Baracaldo o Barakaldo, como prefieran. Hablamos de casi todo lo que se puede hablar y sin quererlo, acabamos en las lonjas y en un proyecto que Javier impulsa este otoño para cambiarles la cara a todos los locales vacíos, pintar, decorar, dignificar y, sobre todo, contribuir a que lejos de ser un recordatorio de nuestros pecados, se conviertan en una sugerencia de futuro. No es un proyecto faraónico, tampoco necesitará de demasiados fondos, pero es importante, vital diría yo. Es difícil emprender en un medio hostil, pero si no somos capaces de cambiar nuestro paisaje diario, difícilmente podremos divisar nuevos horizontes,
¡Suerte Javier!

lunes, 6 de agosto de 2012

LA RIQUEZA DE LA NACIÓN



Hace ya más de un año escribía sobre la "riqueza de las naciones" más allá del universo económico que todo lo domina. Reclamaba política y políticos, liderazgo y compromiso social como el primer paso para ponerse en marcha más allá de este valle donde dominan las tormentas. Año y medio después, publico de nuevo el post confirmando tristemente su vigencia.

 La riqueza de las naciones no se encuentra tan sólo en la tierra, el trabajo o cualquier otro concepto estrictamente económico. Fundamentalmente reside en sus personas y en el compromiso de convivencia que se imponen y consensuan generación tras generación. Decir que la riqueza de una nación reside en sus personas es afirmar que se basa en la educación, la cultura construida, sus valores y emociones y como todo ello se refleja en las distintas actividades que estas desarrollan. Aunque pueda parecer una simpleza, no es igual un fontanero alemán que uno griego, un panadero provenzal que uno de las campiñas de Surrey o un educador noruego que uno portugués. Cada uno de ellos no es peor ni mejor sino la consecuencia de ese compromiso de vida en común y esto es algo que, afortunadamente, ni la Unión Europea podrá cambiar.
 Si la riqueza de las naciones reside en sus personas y en la capacidad que estas tienen de llegar a un compromiso de convivencia espontáneo, pero consensuado, los políticos, como grupo de actividad, debieran ser parte de esa riqueza. ¿Qué condiciones debiera reunir la clase política española para asegurar su contribución a la riqueza de España? Se me ocurren algunas cosas de puro y simple sentido común… 
 1. La política debiera ser percibida como una actividad de servicio a la comunidad, nunca como una fuente de enriquecimiento o un lugar donde obtener la notoriedad que en otras actividades nunca podría conseguir y, jamás, un refugio para fracasados. 
2. Si la política es una actividad al servicio de la comunidad, jamás debiera ser percibida como una lid ideológica en la que siempre debiera existir un ganador y un resignado, ofuscado y pendenciero perdedor. La mejor forma de defender las ideas de un colectivo es hacer que contribuyan al bien común. 
3. Los políticos debieran escapar de lo probable buscando lo posible.
 4. Las decisiones y actos prácticos que acarrean debieran tomarse con independencia de los créditos y réditos a obtener. Las partes nunca debieran estar por encima del todo.
 5. Cualquier persona de la comunidad debiera tener la oportunidad de ejercer como político, pero ningún político debiera tener la oportunidad de actuar como persona individual. 
 Podríamos señalar otras muchas condiciones como requisitos para garantizar la contribución de los políticos a la riqueza de la nación. Pero estas cinco son tan básicas, evidentes y necesarias que, por sí mismas, ya suponen un primer reto a conseguir. Dicen que cada país tiene los políticos que se merece. Más bien parece una afirmación ingeniosa, cuando no pueril y desafortunada. Este país no se merece los políticos que tiene y, menos aún, en estos momentos de incertidumbre y desorientación. Dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Puede ser cierto, pero quienes debieran haberse mantenido alerta, optaron por la banalidad, cuando no el engreimiento o el simple enriquecimiento.
 Dicen también que necesitamos liderazgo. Pero el liderazgo, entre otras muchas cosas, exige sacrificio y, hoy por hoy, esta es una palabra carente de significado para los políticos de este país. El líder, descubre un día que puede y debe serlo. Pero, para ello, debe antes asumir el sacrificio de sus intereses más íntimos. Olvidar incluso el color del partido al que pertenece. Conseguir hacer suyos a los contrarios y contrarios a los suyos que no estén dispuestos al reto. 
 Hace ya quinientos años que este país pasa por momentos de reto y liderazgo. Quinientos años de momentos en los que ha debido desistir y mantenerse en la atonía y la incertidumbre. Quizás ello explique la envidia y el agudo sentido crítico que nos caracterizan. Hoy volvemos a situarnos en uno de esos momentos. Una vez más, nuestros políticos, aquellos que, para bien o para mal, deben expresar el reto, asumirlo y ganar voluntades, parecen escapar de ello. Ante nosotros se abre un mundo de posibles, pero nuestros políticos prefieren pensar en probables. Ante nosotros se abre un mundo de futuros, pero nuestros políticos son incapaces de ver más allá de la próxima cita electoral, expresión provinciana de simpleza y elemental inteligencia. Ante nosotros se abre un horizonte de oportunidades, pero nuestros políticos sólo ven problemas y necesidad de no ser inculpados como parte de los mismos, señal inequívoca de ausencia de sentido de la responsabilidad. 
Muchos de nuestros políticos miran con envidia a sus homónimos del Norte y, de forma particular, a los alemanes. No son peores ni mejores, pero ellos repiten, una y otra vez, esa vieja canción: “ es que son alemanes…” Pero esos alemanes son los mismos que tuvieron que superar la hermética cultura de poder de los junkers, superar la ignominia de las reparaciones de guerra que marcaron su destino durante los años veinte del pasado siglo, tratar de entender la locura compartida y asumida del nacional socialismo, contemplar un país en ruinas y dividido y, pese a todo, levantarse y seguir adelante, con sus virtudes y sus grandes defectos, pero adelante. No, no son mejores por ser alemanes, daneses, suecos o noruegos. Simplemente son conscientes de la necesidad de un compromiso de convivencia, más allá del sur o el norte, el este o el oeste, la derecha o la izquierda, abajo o arriba. Son conscientes de los retos y lo que ello implica. Quizás vean oportunidades donde nosotros sólo vemos problemas. Quizás prefieran seguir adelante en lugar de pararse indefinidamente buscando al culpable. 
John Maynard Keynes fue quien escribió aquello de “al final, todos moriremos”. Nuestros políticos actúan como si fueran inmortales tocados por el dedo divino de Miguel Ángel. Al final, efectivamente, todos moriremos, pero siempre habrá quien tenga que seguir adelante y eso es lo que nos debiera impulsar a buscar la auténtica riqueza de las naciones

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