viernes, 29 de octubre de 2010

NADIE TRABAJA POR NADA


Imagínense a la Madre Teresa de Calcuta trabajando por nada en los olvidados arrabales o a Marcelino Camacho deshojando la margarita en una celda de Carabanchel por nada. Piensen en los mineros asturianos o leoneses bajando al tajo por nada o al bueno de Picasso matándose la cabeza con el retrato de Marie – Thérèse por amor al arte.
Nadie trabaja por nada, al menos en su sano juicio. Pero, no debiéramos olvidar que la gente no trabaja sólo necesariamente por dinero. Y si alguien lo piensa, sinceramente, acabará muriendo sin saber exactamente qué hacía en este mundo. De hecho, es algo más que dramático encontrar personas que, apenas con media vida laboral a sus espaldas, sólo expresen sus deseos de llegar a la jubilación para acabar de ingenieros – asesores en las obras de alcantarillado de su barrio. No puedo saberlo con certeza porque no he llegado a experimentarlo, pero tiene que ser una sensación más que terrible. Desamparo, desconcierto, vacío o quizás simplemente resignación.
Nadie trabaja por nada, pero no necesariamente se trabaja sólo por dinero. Hay quienes lo hacen porque necesitan saberse necesitados. Los hay que agradecen una pequeña palmadita en la espalda por el trabajo bien hecho. Hay quienes lo hacen por el afán de descubrir. También los hay que desean saber si las cosas pueden cambiar. Algunos trabajan por sentirse acompañados, amparados en el equipo. Hay quienes ofrecen sus ideas, otros sus manos, quizás su cuerpo y hasta sus más intimas convicciones. Hay quien trabaja para sentirse simplemente bien y los hay que han conseguido identificar momentos de plena felicidad que superan los oscuros temores que también existen.
Cuatro millones y medio de personas no pueden experimentar ninguna de estas variantes en este país. Muchos de ellos quisieran trabajar, en este momento por pura necesidad y quizás mañana por simple felicidad. Algo menos de la mitad no volverá a trabajar y continuará sin querer despertar cada mañana a la oscura realidad del sol que ilumina su ventana. Algunos millones retornarán al trabajo poco a poco y dejarán pasar los días en rutinas apenas deseadas, pero necesarias. Los habrá que acaben por encontrar su primer trabajo, sus primeros sueños de futuro. En este país, hoy, muchos trabajarían por dinero, pero hay muchos más que lo harían por sentirse vivos.
Como le comentaba ayer a mi buena amiga Astrid Moix, las organizaciones, empresas si prefieren, nunca podrán ser instituciones benéficas, es más, ni siquiera debieran intentarlo. Pero sí debieran ser conscientes de un imperativo, ni siquiera moral, simplemente humano: llegar a ser beneficiosas para las personas que trabajan en ellas. Y todo ello sin llegar a citar la palabra dinero.

miércoles, 27 de octubre de 2010

TRABAJAR MÁS Y COBRAR MENOS


Siempre ha sido frecuente la confusión entre genio e ingenio aunque quienes atesoran lo primero, casi siempre dan muestras de lo segundo, pero rara vez se produce a la inversa. Gerardo Díaz Ferrán que, en breve, pasará a las brumas de la historia empresarial, nos dio muestras de lo segundo hace ya algunas semanas cuando se arranco por soleares con aquello de “hay que trabajar más y cobrar menos”, aserto que no le permitirá entrar en el panteón de los grandes pensadores de la ciencia económica, pero que, al menos, le permitió compartir titulares con la princesa del pueblo cuyo nombre y apellido me niego a recitar en estas líneas.
Trabajar más y cobrar menos puede ser un consejo, gratuito por supuesto, para aquellos que inician su andadura laboral. ¿Recuerdan aquello de “entrar el primero, salir el último y exhibir siempre una gran sonrisa”? Personalmente, seguí aquel consejo y me ha ido tan bien que, aún hoy en día, lo practico. Pero lo que me ocupa que no preocupa en estas líneas es la afirmación cada vez más real de “trabaja más y paga lo mismo”. Este sí que es un pensamiento que se merece un espacio en la galería de frases celebérrimas de la ciencia económica. El problema es que no sabríamos a quién atribuírselo ante el ingente número de candidatos a tan merecido reconocimiento. Pero el hecho comprobado es que cada vez trabajamos más para pagar lo mismo. Y, todo ello, bajo el peregrino argumento de la compra inteligente, el comprador sabio, el servicio rápido, el sano compadreo con el cliente, la razón de los tiempos modernos o incluso la revolucionaria innovación en el modelo de negocio.
Si por la razón que sea decidimos adentrarnos en un establecimiento de comida rápida, tengan por seguro que podremos contar a nuestros nietos que trabajábamos altruistamente en el gremio de la restauración. Pero, si el objetivo es acumular experiencias profesionales “por amor al arte”, no se preocupen, las gasolineras, las grandes superficies, las aseguradoras, las aerolíneas de bajo coste, los bancos y muchos otros más están dispuestos a ofrecernos esa oportunidad. Hasta los chinos han descubierto la bondad del invento.
Ya saben de qué hablo y sabrán también que el razonamiento para este ejercicio de ETT es el de ofrecer un producto asequible o incluso barato a cambio de nuestra colaboración en la cadena de valor. Sin embargo, a uno le asalta una duda trascendental, a saber: si contribuimos con nuestro esfuerzo desinteresado a la generación y venta de un producto, los costes se verán reducidos sensiblemente sin que ello tuviera que repercutir necesariamente en un incremento de las ganancias, sino más bien, en todo caso, en un incremento de la calidad del producto o servicio. Explicado en términos del doctor Aspirino: un objeto tiene un coste de cien y lo vendemos por ciento veinte , pero si implicamos al consumidor para que asuma ciertas cargas productivas, podremos reducir el coste a noventa y el precio final a ciento diez, pero todo ello sin merma de la calidad. Todo lo que escape a este razonamiento no debiera ser alabado, al menos por el sufrido consumidor, como la demostración del genio empresarial, sino más bien como derroche de ingenio rozando la tropelía.
Fíjense, sin ir más lejos, en la multitud de puestos de trabajo que podríamos generar de la noche a la mañana si, por un tiempo, retornáramos a una relación “más artesanal” con el cliente. Y, todo ello, sin merma del precio objetivo del producto en cuestión. Eso sí sería “trabajar más y generar más”.

sábado, 23 de octubre de 2010

LO QUE QUEDA DEL DIARIO


Definitivamente Don Mariano debiera cambiarse el apellido por el de Samaniego porque lo suyo son las fabulas y las analogías. Creo que poco le queda al pobre Zapatones por encarnar en el universo rajoyniano. Capitán de barco, entrenador balompédico, bombero torero, malvado sainetero y no se cuantas más. A Don Mariano se le ha olvidado emularlo como el Jabato, Tartarin de Tarascon o bandolero de Sierra Morena. Pero, no se preocupen, todo se andará. Mientras tanto, voy a ver si consigo unos napos llamando a un concurso televisivo que formula la siguiente pregunta: ¿Quién dijo en este programa “no me importaría tirarme un pedo”? Y , como de preguntas vamos, ¿qué fue de Tomas Gomez? A la pobre Leire le han dicho eso de “en este partido, hay que tener pata negra”, pero, de momento, sobrevive aunque debiera releer “Las Amistades Peligrosas”. Pobre Zarkozy, le crecen los enanos y con esto de la carestía del petróleo y sus derivados se le va a acabar la reserva de betún para las alzas. El León de Valladolid le ha echado huevos y se ha pasado siete pueblos meseteños, pero, en el fondo, más de uno ha sonreído mientras miraba pasar el tren. Francisco Pérez González nos ha dejado para fundar una nueva Taurus en otros lugares, que tenga suerte. Definitivamente, la visita de Benedicto no va a suponer un hito en BCN, ni los vendedores chuscos se han aprovisionado de estampitas aunque se dice que los pakistaníes venderán una edición especial de la lata cervecera con el escudo vaticano. Recoge Monzo en su columna el robo de una cosecha vinícola en el Languedoc, pero no hay que irse tan lejos, a mi tía la del pueblo le levantaron doscientos kiletes de castaña turca y tan majos, eso sí, no eran gitanos rumanos o, al menos, eso dice la Benemérita que, por cierto, ayer regalaba a los automovilistas una foto de Sabrina autografiada, sí, sí, aquella señora que decía que los ojos eran los pezones de la jeta. Siempre había sospechado que el Moratinos era buena gente. También había sospechado que el Millet no cenaba sopa maravilla aunque todo se andará. Y esto es lo que ha dado de sí el diario ya que, como podrán imaginar, los sábados no estoy demasiado inspirado.

miércoles, 20 de octubre de 2010

5 FAQs


1. En un mundo tan complejo y globalizado en el que todo se entremezcla y hasta un pequeño temblor en algún lugar olvidado puede acabar desencadenando una turbulencia planetaria, ¿Debe esperar mi organización a que otros dicten su futuro o puede imaginar y construirlo por sí sola?
2. En una sociedad cada vez más pragmática, ¿pueden las personas de una organización unirse para trabajar por algo más que dinero?
3. En un sistema económico dominado por el binomio trabajo – valor, ¿Puede convertirse la organización en una institución beneficiosa para la persona, proporcionando cauces para su desarrollo integral y la consecución de la felicidad?
4. En un mundo rebosante de datos e información, ¿puede la organización basar su valor en el conocimiento y el talento de sus personas?
5. En una realidad en la que la única certidumbre es la incertidumbre, ¿puede una organización aspirar a convertir la incertidumbre y los problemas en oportunidades, el futuro en presente en acción?
Sólo encuentro una posible respuesta…
¿POR QUÉ NO?

domingo, 17 de octubre de 2010

NO ES INNOVACIÓN


El pasado viernes me encontraba visitando a un potencial cliente en Madrid y, al comenzar nuestra entrevista, su primera pregunta fue directa: ¿qué debemos entender por innovación? Mi respuesta fue automática: la pregunta más bien debiera ser ¿qué no debemos entender por innovación? Y, a partir de ahí, me deje llevar…
Innovación no es convocar un concurso de ideas o desplegar un costoso portal donde los empleados dejen sus ocurrencias para que luego duerman el sueño de los justos. Tampoco es confundirla con el desarrollo tecnológico y, menos aún, asegurarse la normalización de la 166.000 y pensar que todo el monte es orégano. No es reunir a trescientos investigadores y dejarles jugar con sus ideas para acabar rentabilizándolas en términos de desarrollo en apenas un 10%. Innovación no es incluir la palabrita en la misión y la visión y olvidarse de los valores que deben alimentar a las personas en su futuro. Tampoco es nombrar a un director de innovación y dejar que descubra el porqué de su existencia mientras se toma un cafetito con el responsable de calidad. No es asumir la tarea de innovar en el reducido espacio del staff directivo. Menos aún confundir una buena gestión operativa con la auténtica gestión estratégica. Tampoco es permitirse el lujo de experimentar cuando hay dinerillo fresco. No es echarse atrás cuando se habla de las personas en su conjunto y del valor sostenible que representan. Innovación no es sacarse de la manga un ministerio que lleve ese nombre y dejarlo vagar por las arenas del desierto. Menos aún convocar concursos públicos que acaben en modernización de infraestructura ofimática, reformulación del plan comercial y desarrollo de planes estratégicos que acaben en un cajón durmiendo el sueño de los justos. Y podría seguir indefinidamente…
Innovación es valor, es competitividad, productividad, ventaja competitiva y, sobre todo, colocar a las personas en el centro de todo.
¿Cuándo empezamos? fue la respuesta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

COMPETITIVIDAD Y PERSONAS


Hacía mucho tiempo que no se hablaba tanto de “competitividad” en este país, pese a que nunca ha sido uno de sus puntos fuertes. La competitividad, para aquellos que no estén acostumbrados a la terminología, consiste en mantener una ventaja comparativa que permita alcanzar, mantener o acrecentar una ventaja en el entorno socioeconómico. Esta ventaja puede asegurarse actuando sobre los costes, diferenciándose en el producto o inclinándose a una segmentación en el mercado. Hasta aquí, lo mínimo que se puede decir de la teoría.
A partir de aquí, hablar de la “competitividad de España” es ciertamente complejo. Para empezar ni todas las regiones son iguales, ni todas las empresas mantienen, pretenden o pueden plantearse niveles de competitividad aceptables. Alguien pensará que me olvidado de los sectores productivos a la hora de establecer diferencias cualitativas en lo referente a las oportunidades de competitividad. Pero, a poco que examinemos nuestro parque empresarial, observaremos que contamos con corporaciones que se sitúan en puestos de cabeza en sectores aparentemente inalcanzables para nosotros. En consecuencia, no es posible ni deseable generar una estrategia global para el desarrollo de nuestro nivel de competitividad. Aquello que puede ser valido para Galicia, no tiene porque funcionar en Cádiz. Pero una cosa es cierta: necesitamos un plan a medio y largo plazo. El problema de partida es que ese tipo de espacios temporales son indeseables para un político con aspiraciones.
Aunque se puede decir y discutir mucho sobre los pretendidos factores de competitividad, rara vez se incide y, menos aún, se destaca como esencial el papel de las personas. Podremos contar con recursos financieros, tecnológicos, geoestratégicos y hasta con un poco de suerte, pero sin las personas, es dudoso que consigamos mejorar nuestros actuales niveles competitivos.
De partida, aunque nos duela admitirlo, constatamos serias deficiencias y carencias en relación con la capacidad de las personas para convertirse en el motor de competitividad de este país:

A) El bajo nivel de cualificación profesional de, al menos, una tercera parte de las personas en situación de desempleo. Hace algunas semanas, un consejero autonómico del ramo me confesaba que en torno a un millón de los actuales parados tienen bajas posibilidades de reintegrarse a una actividad profesional. Esta cifra, aunque sea exagerada, escapa incluso al miltoniano concepto de “tasa natural” o, si prefieren llamenla NAIRU – non accelerating rateo of unemployement. Algo a lo que los norteamericanos están “naturalmente acostumbrados”.
B) La inexistencia en los curriculums educativos de estrategias para el desarrollo de capacidades y competencias ligadas al emprendimiento, la Inteligencia Estratégica y Creativa, más allá de los contenidos específicos de las distintas disciplinas. Una educación que debe ser temprana y comprensiva sin esperar a los filtros de las etapas educativas superiores. Las personas, son las personas en su conjunto y no sólo quienes pueden portar una titulación superior.
C) La baja penetración de los conceptos de emprendimiento, gestión del conocimiento, etcétera en las clases empresariales de este país centradas en el corto plazo y la productividad en su acepción más simplista. La productividad no es necesariamente signo de competitividad.
D) La decimonónica concepción de la gestión de las personas en la empresa, reflejo de la necesidad inmediata de una revolución profunda de los conocidos hasta ahora como “recursos humanos”.
E) La ausencia de un marco de valores compartidos que, se quiera o no, tiene un amplio reflejo en la concepción que las personas tienen de su trabajo, por qué, para qué y cómo trabajo. En los últimos diez años, hemos fomentado la ecuación trabajo- dinero= placer. Y esta es una carencia que no podemos remitir a la “escuela” para su solución como si de una campaña de la DGT se tratase. Más bien al contrario, es una responsabilidad del conjunto de la sociedad.
La conclusión, una vez más, es siempre la misma: NECESITAMOS UN PLAN.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿QUÉ VAS A SER DE MAYOR?


Manolito, ¿y tú qué quieres ser de mayor?
Puff! Sobre todo concejal de urbanismo y, si se puede elegir, en un pueblo de la costa de esos con muchos posibles.
¿Y tú Samanta?
Yo quiero tener un programa de la tele para llevar a la gente guapa, ponerme modelitos y meterme hasta con la madre que me parió.
Raulino, tú qué quieres ser?
Futbolista, pero crack, dejarme coletilla y llegar a los entrenos en un Ferrari que te cagas.
Bueno, ¿y tú Rafita qué quieres ser?
Tertuliano, lo mío es la radio, opinar de esto, lo otro y lo de más allá y también del bien y del mal.
Mira que bien, ¿y tú Cristinita?
Yo, estilista de la muerte, cool que te mueres, fashion, fashion, fashion.
Vale, vale, ¿y Pruden qué quiere ser?
Millonario, tío, no pegar ni golpe y pasearme en un yate con helicóptero y jacuzzi.
¿Y Jessica qué va a ser de mayor?
Actriz y modelo, súper guapa y súper famosa.
Estupendo, y tú Jaimito, ¿qué vas a ser de mayor?
¡Yo quiero ser feliz!
¡Tú lo que eres es gilipollas!

lunes, 4 de octubre de 2010

NI SÍ, NI NO, SINO TODO LO CONTRARIO


Se supone que el “método científico” asegura que, una vez desarrollados todos los procesos inductivos posibles, los principios y leyes tienen un claro reflejo en la realidad. Al menos, eso dice la teoría. Sin embargo, en ocasiones resulta difícil encontrar ese transparente paralelismo en algo aparentemente tan científico como la ciencia económica. Uno lee y relee a los clásicos y después pasea su mirada por los lunes al sol y los miles de historias que se esconden tras ellos y no puede por menos dudar de la veracidad y la exactitud de una ciencia que, al final, recurre al “sentido común” para atrincherarse en sus afirmaciones.
Dice la leyenda que un alto responsable económico de los gobiernos comunistas de Rusia preguntó desesperado a uno de sus homónimos occidentales en su intento de comprender el sistema capitalista: ¿Pero quién es el encargado de la distribución de pan en Londres o París?
Desde la perspectiva comunista, un sistema siempre debe tener claros responsables asignados a todas las tareas posibles, por muy ridículas que puedan parecer. Desde la perspectiva del liberalismo, un sistema económico siempre debe poder ser explicado en sus más mínimos detalles. Un economista soviético podría decirte cuantas toneladas de acero se producirían el tres de abril de 1978 en los Urales aunque no sabría decirte si las tiendas de Moscu repartirían papel higiénico ese día. Por el contrario, un economista occidental no se preocupa demasiado de la cifra exacta de producción de tal o cual bien, más bien le preocupa poder explicar porque fueron mil millones de toneladas y no mil doscientas y poder establecer una curva de tendencia de futuro. En principio, parece que las ideas y teorías occidentales han sido mejores que las del bloque comunista. Primero porque estos últimos han sido recibidos en el paraíso capitalista y, segundo, porque los ciudadanos occidentales jamás tuvieron que preocuparse por el suministro de papel higiénico, siempre lo había aunque fuera del que raspara. Eso sí, quizás algunos tuvieran que recurrir al papel de periódico o a métodos aún más artesanos, mientras que en el sistema comunista o todos se limpiaban con papel o a joderse tocaban. En definitiva, la cuestión parecía residir en la doble alternativa: consolarse solo o acompañado.
En la increíble autorregulación capitalista se caía en la tentación de subir aquí, bajar allá, quitar de esto y llevarte aquello. Pero era una cuestión de selección natural que, sin embargo, no descartaba el que la “gran mayoría” pudiera disfrutar de un papel higiénico más que aceptable. En una palabra, al final todos se limpiaban el culito que era de lo que se trataba, aunque algunos lo hicieran con billetes de a cien. Pero, en el sistema comunista de no mercado el asunto era más discreto o, al menos, eso pensaban los padres de las patrias. El asunto se resumía en todos somos iguales hasta que llega la hora del cocido, unos sorben la patata y otros se trasiegan los sacramentos. Pero, como decía el bueno de Barinkov, al final todos comen.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, al menos en la economía de sí mercado. Bueno, mejor dicho, han cambiado sensiblemente porque, ahora, si estas cansado de no ser elegido por la selección natural, pues te jodes porque ya no puedes hacerte rojillo aunque siempre te quedará el consuelo de visitar la momia de Lenin.
Es como si la desaparición de la economía de no mercado hubiera traído como conclusión la validez universal del sistema de sí mercado. Sin embargo, personalmente prefiero verlo como una clara advertencia de que los times are changing moreno y lo que se impone es una severa reflexión. ¿A dónde vamos? ¿Qué deseamos? ¿Qué podemos hacer? Y todo ello, sin preguntar demasiado a los afortunados por la selección natural. Y, menos aún, a los economistas de lo de antes porque, ya se sabe, te dirán aquello de las virtudes del “sentido común”.
¡Oh tempora! ¡Oh mores!

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