domingo, 29 de abril de 2012

INSPIRAR, INVOLUCRAR, INTERACTUAR


Después de los felices años del híper consumismo, hemos aterrizado en la espartana realidad que nos hace pensar dos veces antes de dejarnos llevar por el capricho, la novedad o simplemente la desidia de la compra compulsiva. Tarde o temprano, todo esto pasará, pero la lección ha sido lo suficientemente dolorosa como para volver a caer en la trampa de la falsa opulencia y la prosperidad indefinida como ingeniosa alternativa para equilibrar  la demanda con una oferta desbordada.
No nos engañemos, si mañana desaparecieran el 60% de las marcas del mercado, ningún consumidor las echaría demasiado en falta y esto es más cierto, aún si cabe, en el mundo de la alimentación, un sector asolado en el pasado reciente por la peste de la ideación. Cualquier idea se convertía automáticamente en un producto o bien pasaba a modificar uno existente en base a unos parámetros de innovación y salud rayanos en la charlatanería de feria. Afortunadamente, nada de esto volverá a ocurrir en el futuro cercano.
La profunda y dilatada crisis económica y social está moldeando un nuevo modelo de consumidor al que será difícil engañar con las viejas tácticas del poder compensatorio que tan buenos resultados ofrecieron en los primeros años del siglo XXI. El marketing sobrevivirá pero no volverá a ser el eje del negocio en un mundo aburrido de consumir lo inmediato, lo novedoso, lo innovador y milagroso. En este futuro inmediato, no importará tanto el precio, el aparente efecto saludable o la tendencia impuesta. Menos aún la apariencia o la obsolescencia programada. Asistiremos al nacimiento de un nuevo paradigma: el valor de la marca sin que ello tenga connotaciones elitistas o limitadas al consumo superior. Continuarán existiendo marcas premium, pero frente a ellas, se revindicarán aquellas que, pese a estar dirigidas al gran consumo, ofrecerán un prestigio y credibilidad imbricados no sólo en la calidad de su producto, sino también en su filosofía y aura responsable.
Tres serán las condiciones para convertirse en una marca líder: INSPIRAR, INVOLUCRAR, INTERACTUAR.
INSPIRAR supone ejercer de hecho un liderazgo emocional, ser el ejemplo a seguir más allá de las facetas estrictamente empresariales huyendo de la provisionalidad del efectismo y del oportunismo mediocre. Las marcas esconden colectivos humanos que pueden ser identificados con convicciones y valores firmemente asentados en su cultura organizacional. El futuro cercano necesita de ejemplos a seguir más que de estrategias de obsolescencia y marketing afinado.
INVOLUCRAR supone atraer, pero no hacia el producto, sino a lo que realmente lo garantiza. Sentirse identificado es la clave. Ganar la adhesión conectando con unos valores que se persiguen.
INTERACTUAR supone conectar, establecer un vínculo más allá de la compra y la venta, hacer participe al otro, sentirse decisivo, importante, apreciado, escuchado. Las nuevas tecnologías tienen mucho que aportar en este sentido, pero llegando más allá de la acumulación por la acumulación en las redes sociales o del recurso al ingenio rayano en la bastedad.
Continuando en el sector alimenticio, no serán muchas las empresas actuales que consigan alcanzar estas tres condiciones. Muchas de ellas se quedarán en el camino o se verán relegadas al oscuro papel de proveedores comoditizados. Alcanzar la meta exigirá estrategia y disciplina, pero sobre todo una firme convicción en aspirar a ser algo más que  simples productores de aceite, galletas o lácteos. Exigirá resistir a la tentación de abaratar la marca en aras de las condiciones del mercado. Exigirá trabajar en la consolidación de valores y culturas internas que deberán ser adecuadamente externalizados. Obligará a replantearse los portafolios, abusivamente inflados por una creatividad mal entendida, ajustando la oferta a aquello que realmente pueda INSPIRAR, INVOLUCRAR e INTERACTUAR. Exigirá mucha ideación, traducida en creatividad y materializada en innovación, pero articulada en múltiples flujos internos – externos. Obligará a aprender a enseñar creer en lugar de convencer, ofrecer en vez de vender, colaborar en lugar de ayudar. En definitiva, caer en la cuenta de que esto no es otra cosa que una relación entre personas y personas, no entre marcas y consumidores.

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lunes, 23 de abril de 2012

EL DARDO Y LA PALABRA - EMPRENDIMIENTO INTERNO 2


El sentido semántico de determinadas palabras se acostumbra a dar por aceptado y compartido universalmente en el mundo de la empresa y, más aún, si esos términos pasan a convertirse, como ahora se dice, en trending topic gracias al oportunismo del discurso político. Sólo hace falta recordar el infausto destino semántico de la palabra “innovación” para comprobar la veracidad de la afirmación.
No voy a cometer el error de intentar describir cómo podemos potenciar el Emprendimiento Interno en la organización sin haber pasado primero por el aparente absurdo de intentar definir que debemos entender por “emprendimiento” en términos generales y “emprendimiento interno” desde un punto de vista específico.
Como muchos sabrán la historia de la palabra parece comenzar en el vocablo francés entrepreneur a principios del siglo XVI. El término  castellano “emprendedor” es definido por primera vez en 1732. El Diccionario de Autoridades lo describe como “La persona que emprende y se determina a hacer y ejecutar, con resolución y empeño, alguna operación considerable y ardua”. En cierta forma, ese es el significado que ha perdurado hasta nuestros días, pese a su progresiva contextualización al entorno empresarial. Así la RAE lo define en la actualidad como  aquel “que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”.
No es de extrañar por tanto que en este país se haya considerado emprendedor a todo aquel que se atreve a montar una empresa. Si consideramos que el emprendedor es aquel que contribuye al crecimiento de una economía, hay ciertas connotaciones que se nos escapan. Imagínense que Pepe Pérez decide “emprender” montando un taller mecánico de esos de los de siempre en la calle Santa Eurodigis de los Montes número 13. En principio, todo apunta a que asistimos al nacimiento de un emprendedor que contribuirá con su resolución y empeño al bien común económico si no fuera por el pequeño detalle de que su taller va a convertirse en el número treinta y cinco de la citada calle.
Desde el punto de vista del bien económico, no necesitamos emprendedores como Pepe, más bien debemos mantenerlos a una prudente distancia. Desde este mismo punto de vista, emprender no es “osar”, “atreverse” con resolución y empeño a ejecutar una tarea ardua y difícil. Aunque, por otro lado, en estos tiempos que vive el país, cuarenta y siete millones de españolitos están llamados a ser “emprendedores osados” para enfrentar la ardua y titánica tarea de “salir de esta”. Pero no es el caso que nos ocupa aceptar este tipo de acepciones.
El emprendedor positivo es aquel que afronta un reto en forma de oportunidad, necesidad o problema dando una respuesta creativa al mismo. Efectivamente, serán necesarias cualidades como la perseverancia, pero la naturaleza creativa y, por lo tanto, innovadora de los resultados es una condición sine qua non para que su acción pueda ser definida como emprendimiento positivo.
Trasladándonos al interior de las organizaciones, el emprendimiento interno es aquel que  potencia la Inteligencia Creativa de las personas junto a su conocimiento experimental y formal para conseguir detectar oportunidades, problemas y necesidades internas dando una respuesta positiva a las mismas que acabe provocando la generación de valor autosostenido.  En consecuencia, emprendimiento interno no es:

¤ Desarrollar una política de sugerencias, cajas de ideas o cualquier otra táctica que persiga recoger ideas sin el respaldo de una estructura que garantice el desarrollo integral de las mismas en un clima de participación y colaboración plena.

¤ Potenciar procesos de mejora, innovación o reingeniería contando con la participación de una parte de las personas de la organización que supuestamente tienen capacidad y conocimientos para acometer los procesos de cambio.

¤ Articular planes estratégicos desarrollados por una minoría con el concurso de asesoramiento externo, imponiendo su cumplimiento a quienes no se han sentido participes de los mismos.

¤ Perseguir el ahorro o la reducción de costes como objetivo exclusivo sin valorar la construcción de una cultura corporativa basada en el valor de las capacidades, habilidades y conocimiento de las personas.

En definitiva, el emprendimiento interno está caracterizado por una serie de notas que se convierten a su vez en condiciones inexcusables para convertirlo en motor de generación de valor y desarrollo personal y profesional de las personas:

UNIVERSALIDAD
El emprendimiento interno debe ser entendido como el concurso de la totalidad de las personas de una organización, independientemente de su cualificación profesional, capacidad de decisión o ubicación física para el descubrimiento del potencial valor interno convirtiéndolo en fuente de valor real, continuo y autosostenido.

CARÁCTER ESTRATÉGICO
El emprendimiento interno no está focalizado en las rutinas de la empresa y aunque uno de sus objetivos puede ser el de la mejora de procesos, su fin último es la detección de problemas y oportunidades generados por la saturación de estas con el fin de generar nuevas estrategias que, si se demuestran efectivas, pasarán a convertirse en nuevas rutinas de la organización.

RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
El emprendimiento interno exige la corresponsabilidad de todas las personas de la organización que conduzca a la necesaria autonomía en la gestión personal y grupal de las situaciones susceptibles de generar nuevo valor. El Emprendimiento interno no se gestiona, se potencia.

RED DE CONOCIMIENTOS Y HABILIDADES
El emprendimiento interno no puede desarrollarse de forma efectiva en el contexto organizativo regular de la organización. Las estructuras verticales están pensadas para la gestión de rutinas controladas, no fueron diseñadas para enfrentar con éxito fenómenos de cambio. El emprendimiento interno necesita una estructura en red que le permita optimizar los conocimientos experimentales y capacidades y habilidades creativas del conjunto de las personas de la organización en un contexto de cooperación flexible que se adapte de forma eficaz e inmediata a cualquier situación inesperada que exija una respuesta estratégica. La cuestión no es sustituir, sino admitir la necesidad de dos estructuras que necesitan convivir armónicamente para hacer frente con éxito tanto a las situaciones rutinarias como a las extraordinarias derivadas de la aparición de un problema o de una oportunidad que debe ser aprovechada.

CONCEPCIÓN MÚLTIPLE DEL CONCEPTO DE VALOR
El emprendimiento interno debe perseguir la generación de valor desde una perspectiva integral, no sólo atendiendo a las posibles oportunidades de carácter financiero. El emprendimiento interno potencia el desarrollo profesional y personal autosostenido asegurando la capacidad de respuesta inmediata, permeabilidad al cambio, optimización del conocimiento experimental, potencial innovador de la organización, reforzamiento de la cooperación y progresiva identificación con la empresa contribuyendo todo ello a mejorar la convivencia y el equilibrio social. Todo ello sin grandes exigencias de inversión o diversión de la actividad regular con lo que la frontera eficiente entre rentabilidad y volatilidad está más que asegurada.

LAS PERSONAS
El emprendimiento interno está basado en las personas. Es una apuesta por y para las personas como el valor seguro de la organización, el auténtico valor estratégico.

* En nuestra próxima entrega: ¿Por dónde empezamos?

jueves, 19 de abril de 2012

LAS IDEAS CLARAS - EMPRENDIMIENTO INTERNO 1


Este es el primero de una serie de entregas bajo el denominador común del Emprendimiento Interno, una de las cuestiones que la gran mayoría de las empresas españolas tienen pendientes en el campo de las personas, la productividad y la competitividad.

Estas entregas intentan caracterizarse por su sentido práctico y aunque en forma alguna pueden constituir un “manual”, al menos intentarán sentar las bases para aquellos que quieran descubrir el valor oculto que reside en su empresa.

El modelo práctico de Emprendimiento Interno que presentan estas entregas no está basado en un cuerpo teórico pendiente de experimentar. Más bien al contrario, está basado en las experiencias de éxito contrastado de una serie de conocidas corporaciones españolas que hoy pueden afirmar, sin temor a equivocarse, que las personas son su auténtico valor estratégico.

La Corporación Alimentaria Peñasanta, más conocida por una de sus marcas, Central Lechera Asturiana, ha sido la última de estas corporaciones en desplegar un modelo de Emprendimiento Interno que ha denominado Cultura Emprendedora. Es un modelo avanzado, atrevido y ambicioso, pero que dos años después de iniciar su aventura, ha confirmado todas las expectativas. Hace unos días, Laureano Cavia, Director de Personas y Desarrollo ( en CAPSA hace tiempo que la expresión “Recursos Humanos” pasó a mejor vida) era entrevistado en la publicación especializada Dossier Empresarial en relación con el Proyecto Cultura Emprendedora. En esta entrevista, decía entre otras cosas que CAPSA aspira a convertirse en un referente de Emprendimiento Interno en España. Personalmente creo que esa aspiración ya es realidad en estos momentos con un proyecto que ha llegado al 100% de las personas que trabajan en sus marcas (Central Lechera Asturiana – Ato – Larsa) y que se encuentran inmersas en la detección de oportunidades y problemas, así como en la generación de ideas creativas de solución y el desarrollo práctico de las mismas generando un valor añadido. En otras palabras: Emprendimiento Interno en estado puro.

Tener esta aspiración, atreverse a diseñar un plan y ponerse en marcha no es tarea fácil. De hecho, diría que es el primer y principal obstáculo a salvar. Tener las ideas claras, esa es la primera condición o, mejor dicho, “tener la idea clara” que no es otra que percibir a las personas como el auténtico valor estratégico de la organización y plantearse como meta llegar a la excelencia a través del desarrollo profesional y personal de las mismas. Hoy en día, CAPSA alterna un slogan que se ha hecho famoso en relación con sus productos con otro que se está consolidando en la organización: las personas, lo mejor por naturaleza.

Hablar de Emprendimiento Interno es hablar de generación de valor o, mejor dicho, de descubrimiento de un valor oculto que se encuentra en mayor o menor medida en toda empresa, independientemente de su tamaño y actividad.

Hablar de Emprendimiento Interno es hablar del principio sin obcecarse en centrar la atención sobre los medios: calidad, innovación, reingeniería o como quiera que llamemos a la expresión práctica del cambio derivado de la necesidad sentida ante un problema o una oportunidad.

Hablar de Emprendimiento Interno es hablar del alineamiento de todo el potencial de una empresa en pos de un solo objetivo: excelencia y valor. Hablamos del 100% de sus personas, no tan sólo de la división de innovación, los “chicos de la tecnología” o la calidad. Un problema resuelto por un operario directo puede tener un retorno de 3 frente a una oportunidad desarrollada por el área comercial que reporta un 17. Pero para la empresa, el número es 20 y el 3 es tan importante o más que el 17.

Hablar de Emprendimiento Interno es hablar de metas, objetivos y proyectos que podemos empezar a plantearnos desde mañana a las 9´00 horas, independientemente de la caótica situación de la economía española o de las desventuras a nivel global. Es ponerse a generar valor de forma inmediata y paralela a nuestras fuentes habituales que, por cierto, pasan por un mal momento.

Puedo asegurar que, a poco que se haga con perseverancia y, sobre todo, confianza, habrá amortización y retorno en un plazo máximo de seis meses.

En definitiva, hablar de Emprendimiento Interno es hablar de futuro posible, no probable.

De Emprendimiento Interno hablaremos.

lunes, 16 de abril de 2012

RECORTE SIN MIEDO SEÑOR WERT


Las medidas de austeridad anunciadas por el Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Jose Ignacio Wert a los consejeros de Educación en la Conferencia Sectorial han sido respondidas de forma airada por oposición y sindicatos como no podía ser de otra forma. Pero, una vez más, confundimos el culo con las témporas o lo que es lo mismo, insistimos en salir al campo con smoking aunque este sea realquilado.

El aumento de la ratio de alumnos por aula deteriorará la calidad de la enseñanza. Pero seamos serios, el deterioro se producirá sobre un nivel de calidad muy alejado del que se supone debe mostrar un “país desarrollado”. Llueve sobre mojado y este chaparrón no hará sino confirmar que estamos calados hasta dicha sea la parte. Este paraguas no sirve y nos empeñamos en remendarlo una y otra vez pese a que los aguaceros arrecian.

El problema no se encuentra ni en la ratio, ni en las horas lectivas y menos aún en complementos o bajas cubiertas. El problema es de fondo cuando no de partida. Necesitamos replantearnos una serie de cuestiones básicas que por muy elementales que parezcan, están muy lejos de haber sido respondidas por las sucesivos responsables de la Educación en este país.

¿Para qué debemos educar?

¿Cómo debemos educar?

¿Cuándo debemos educar?

¿Qué debemos enseñar?

¿Qué necesitamos potenciar?

¿Quién debe educar?

¿Cómo debe formarse?

¿Qué debe acreditar?

Y sólo por citar las más evidentes…

El modelo educativo de este país continua anclado en la adquisición de conocimientos vía recepción con un sistema de evaluación – valoración rayano en lo esperpéntico. Pero no podía ser de otra manera atendiendo a las vías de acceso a la profesión docente, formación didáctica ofertada, acreditaciones exigidas, niveles de formación continua y, por supuesto, retribuciones económicas y reconocimiento social. Dicho de otra manera, tenemos no lo que nos merecemos, sino a lo que aspiramos.

En esta vida, resulta interesante hacer la “o” con un canuto, resolver derivadas, conocer la composición del cloruro de potasio, leerse a ratos tontos El Lazarillo de Tormes y, si me apuran, saber que el Tratado de Utrecht fue canela en rama. Pero después hablamos de emprendedores, innovadores, investigadores y agentes de trasferencia tecnológica (léase comerciales de fotocopiadoras) como si el Ebro pasará por Valladolid y de paso también el Ródano, Danubio y Éufrates.

Señor ministro Wert, hace tiempo que dejamos de esperar al bueno de Godot, pero continuamos a la espera de un poco de sentido común que ponga orden en este museo de antigüedades que es la educación en España. Está bien esto de “un niño, un ordenador”, pero estaría mejor plantearse para qué coño se va a emplear tan magno descubrimiento y, sobre todo, si el que está al cargo de la nave sabe dónde hay que darle para que se encienda el aparatito dichoso. Por cierto, la suspensión del Programa Escuela 2.0. es una de las pocas medidas razonables que se han adoptado en los últimos tiempos dada su incoherencia en un sistema educativo como el actual. Dejémonos de frivolidades que no está el patio para juergas.

Está bien esto de conocer, pero si no se sabe pensar, es como regalarle a Chita una maquina de escribir y suponer que automáticamente nos va a escribir la segunda parte de Guerra y Paz o Paz en la Guerra si lo prefieren desde un punto de vista más patrio. Señor Wert, no es que los finlandeses, suecos o alemanes sean más listos, guapos o ricos. No, definitivamente no. Simplemente tienen un poco de sentido común y saben que en esta vida lo realmente importante es ser capaz de “pensar”, es decir generar nuevo conocimiento a partir del que se posee o, si lo prefiere, ser capaz de plantearse problemas, generando estrategias que den lugar a su resolución. Si además sabemos hacerlo en equipo, somos creativos, flexibles, estratégicos, colaboradores y soñadores, eso ya es la leche en verso.

Disculpe esta personalización injustificada. Usted es el último de una larga lista de gestores públicos que pasan sin pena ni gloria por ese ministerio desde que el Espadón de Loja (léase Ramón María Narváez y Campos, Duque de Valencia) jugaba al trúqueme con su prima María Antonia. Recorte todo lo que quiera, hasta del papel del váter si Europa así nos lo pide. Como mucho se ganará dos o tres reprimendas y algún que otro dislate por el responsable sindical de turno. Pero, de verdad, poco más en un sistema educativo tan caduco e inoperante como este que sufrimos desde tiempos de Viriato.

¿Sabía usted que ni los libros escolares de Lengua Castellana y Literatura utilizan ya la palabra “INDUCIR”?

Pues ya ve, en esas estamos.

sábado, 14 de abril de 2012

EL REY EN SU JAULA


El liderazgo supone, entre otras muchas cosas, un compromiso personal que conduzca a una conducta ejemplarizante como signo visible del compromiso adquirido con el sueño, objetivo o meta propuesta.

Este atormentado país tiene ante sí un camino largo y tortuoso hacia la luz, no sólo por sus deficiencias estructurales y los condicionamientos globales sino también por la absoluta ausencia de voluntad de liderazgo por aquellos que debieran asumirlo cumpliendo con las responsabilidades y confianza otorgada. Porque, no nos engañemos, no se trata de impotencia o incapacidad, sino de simple ausencia de responsabilidad y mínima madurez en la función pública. El líder nace y puede mejorar sus cualidades, pero aquellos que en función de los tiempos tan sólo han necesitado gestionar, llegado el momento, pueden y deben mostrar al menos una actitud equilibrada que asegure la necesaria confluencia de las distintas voluntades en pos de un fin común.

Los dos partidos políticos mayoritarios ya han demostrado con suficiencia su ausencia de voluntad en pos del bien común a la vista de su incapacidad para lograr unos acuerdos y pactos mínimos que asegurarán al menos un frente común a la hora de concitar sacrificios y voluntades, demostrando así que se han convertido en un fin en sí mismos.

Pero esta apatía ante la oportunidad y necesidad de liderazgo inspirador se ha extendido también a la institución monárquica, desaparecida del drama desde hace ya algunos años como si con el rutinario mensaje navideño ya estuvieran cubiertas todas sus obligaciones. Dos hechos han conmocionado nuestras conciencias en los últimos días. Por una parte el anuncio del ajuste de 170.000 euros en los gastos de la Casa Real y, por otro lado, el desafortunado percance sufrido por Don Juan Carlos en el transcurso de una cacería en Bostwana.

Todo ahorro es bien recibido en estos tiempos y todo hijo de vecino es muy libre de gastar su tiempo libre allá donde le plazca. Pero, más allá de esta evidencia, ambas noticias no hacen sino incrementar los activos de las sombras que presenta la monarquía de este país, más allá de las luces mil veces reconocidas.

Torpeza es la palabra que debiera pronunciar interiormente Don Juan Carlos mientras repasa el escenario social del país en el que vive. Ciento setenta mil euros es una broma de mal gusto para los cinco millones de desesperados que dejan pasar los lunes al sol, pero una cacería en ese curioso lugar no puede ser sino un insulto a la inteligencia colectiva de este país.

Don Juan Carlos comentó en su día que nada malo podría decir de Don Francisco Franco ya que todo lo que era a él se lo debía. Palabras que le honran en su sinceridad, pero que nunca debieran hacerle olvidar que ha sido y es lo que es gracias a la voluntad y generosidad de millones de españoles. Esos mismos que ahora se sienten confundidos, atemorizados, perdidos y que necesitan signos evidentes de que no están solos en la desesperanza y la impotencia a la que la ambición de unos y la estupidez de otros les han condenado.

Nunca se sabrá qué ocurrió exactamente en las horas anteriores a aquella aparición televisiva a la una y catorce minutos de la madrugada del 24 de febrero de 1981. Pero los errores que se repiten acaban convirtiéndose en fracasos personales ante la incapacidad de aprender de ellos.

Todos agradecemos el optimismo, la cercanía, campechanía y buen humor de este hombre. Pero eso no basta para confirmarse como la cabeza visible de un estado. Más allá de las virtudes personales y el protocolo debe estar un sentido de agradecimiento y responsabilidad que mueva a una figura como la de Don Juan Carlos a ir más allá de los formalismos y las contritas convenciones mostrando una mínima capacidad de liderazgo inspirador a un país que, si algo necesita, son mensajes claros de llamada a la acción.

Una vez más, la indignación no es suficiente. Hace ya algunos días lanzaba la pregunta ¿y tú que vas a hacer?

Personalmente, ya estoy haciendo al escribir sobre un asunto que es uno de los tabúes nacionales y que para un humilde sitio como este puede suponer un auténtico desastre. Pero la denuncia tampoco es suficiente.

¿Qué podemos hacer?

Nos queda la palabra que lleve al clamor.

Nos quedan las ideas que muevan voluntades.

Nos queda el ejemplo que remueva conciencias.

Nos queda la exigencia responsable.

Y, sobre todo, quedamos nosotros...

martes, 10 de abril de 2012

¿DONDE ESTABAS TÜ?


Después de casi cinco largos años de descenso a los infiernos, pocos son los que todavía se formulan aquella pregunta que en 2008 estuvo en boca de muchos: ¿Cómo no se ha hecho nada si ya se veía venir?

Efectivamente, se veía venir por un principio empírico que demuestra que este sistema, llámese liberalismo, capitalismo o como se quiera, se alimenta en prados de movimientos cíclicos recurrentes o, como dijo el otro, todo lo que sube, baja para volver a subir aunque sin posibilidad de predicciones a medio o corto plazo. Hemos complicado tanto el sistema que ya resulta imposible aventurar sus comportamientos. Sin embargo, las previsiones de futuro han estado, no sólo bien vistas, sino también generosamente reconocidas y remuneradas cuando, en realidad, no eran otra cosa que un fraude sustentado en una ignorancia sofisticada.

Efectivamente, se veía venir desde el momento en que las políticas neoliberales norteamericanas de desregularización financiera, iniciadas en la década de los 70 del pasado siglo, convirtieron la Ley Glass – Steagal en un mito del pasado. Se podía ganar mucho dinero bailando en el margen legal sin temor a provocar una debacle generalizada. Todo era ya demasiado grande como para venirse abajo. Enron demostró que hasta el aire pesa y que todo lo que sube, baja aunque puede llegar a hacerlo sin control.

Efectivamente se veía venir cuando un bien valorado en tres alcanzaba un precio de mercado de trescientos ochenta. Pero no podía ser de otra forma dada la extensión de la cadena generadora del bien. Todos debían ganar en este fraude organizado que sutilmente acostumbramos a llamar “burbuja”. Todos menos el último que se quedó con el bien como si del juego de las sillas se tratara.

Efectivamente se veía venir en una supra estructura nacional llamada Europa, nacida tras la pesadilla, fundada en buenas intenciones, pero corrompida finalmente por los viejos atavismos nacionales, los intereses económicos privados que no públicos y una desmedida ambición integradora que ha acabado uniendo a churras con merinas en un extraño convite donde algunos continúan preguntándose si deben utilizar la pala de pescado o el cuchillo jamonero.

Efectivamente se veía venir a nivel patrio con un sistema de partidos cada vez más próximo al turnismo paralizante. Una clase política cada vez menos profesionalizada y dominada por el exclusivo deseo de alcanzar el poder y mantenerse en el mismo todo cuanto fuera posible aunque para ello hubiera que declarar alcanzado el paraíso de la igualdad y la fraternidad costara lo que costase. El bien político se impuso al bien público mientras el bien común se perdía en las brumas meseteñas.

Efectivamente se veía venir con una sociedad rendida al éxito y la abundancia. Una sociedad que sustituyó a los magos del pelotazo por los ejecutivos y empresarios ejemplarizantes que, en realidad, habían aprendido el valor de la discreción a la hora de hacer dinero sin preocuparse demasiado del futuro inmediato adaptando la máximo orteguiana hasta dejarla niquelada en aquello de “que arreen los que sigan”. Una sociedad dominada por parecer antes que ser. Inculta y superficial, rendida a la promesa de la felicidad permanente.

Efectivamente, todo se veía venir, todos lo veían venir, pero de nada servía porque no existía futuro sino presente, hoy y mañana, pero sin pasado mañana.

Políticos, banqueros, granujas y oportunistas han tenido su parte de culpa, pero…

¿dónde estabas tú cuándo todo esto ocurría?


Quizás seas uno de los indignados, quizás alguien que ha perdido su casa, su trabajo y hasta su dignidad. Quizás te levantes cada mañana sin futuro. Quizás continues preguntandote cómo ha podido ocurrir todo esto, pero...


¿qué estas dispuesto a hacer?


Cuando un problema no se enfrenta, acaba convirtiéndose en molestia, pero si además pretendemos que otro lo resuelva, puede transformarse en una agonia indefinida que nos acabe convenciendo de que el futuro simplemente fue una palabra del pasado.

miércoles, 4 de abril de 2012

LOS MALES QUE NADIE QUIERE ACEPTAR


En pocas ocasiones encontramos un nivel de consenso tan generalizado como el que se produce a la hora de establecer los “males de España”, es decir las causas de nuestra actual situación económica. Sin embargo, este consenso no se extiende a otros parámetros del problema tales como los niveles de responsabilidad, la asunción de los mismos y, sobre todo, la voluntad de llegar a acuerdos que permitan enfrentar la situación desarrollando soluciones que vayan más allá del ahorro, la austeridad, el sacrificio y, en definitiva, la agonía permanente de un país que se dejó convencer por aquellos que convocaron a la fiesta sin pagar viandas, ni bebidas.

La casuística de la crisis general es sobradamente conocida, pese a que Don Mariano se empeñe en adoctrinarnos sobre ella.

· Déficit público insostenible

· Especulación financiera

· Baja competitividad

Pueden aducirse otras causas menores, pero estas y no otras son las madres de todos los males y el auténtico problema reside en su naturaleza así como las posibles consecuencias de las auténticas medidas encaminadas a atajarlas o, al menos, minimizarlas en un grado lógico y soportable.

El desastre financiero a nivel global y la hecatombe del ladrillo a nivel local no han sido sino pantallas de humo a la hora de analizar y diagnosticar la patología de nuestras dolencias. Lejos de ser coyunturales, hablamos de causas genéricas que se arrastran prácticamente desde los años cincuenta del pasado siglo. Ni Franco primero, ni los sucesivos gobiernos democráticos después, tuvieron lo que había que tener para modernizar el país al mismo ritmo de sus aspiraciones y soflamas públicas. Es como si nos hubieran invitado a una boda de la alta sociedad y nos hubiéramos presentado con el traje de pana, la maleta de madera, la gallina, el queso y la ristra de chorizo y salchichón.

“Déficit público insostenible” es el diagnóstico, pero la austeridad rayana en la miseria no pasa por ser la solución. Más bien es un remiendo de sastre venido a menos. La pregunta es evidente: ¿por qué?

Las respuestas también lo son, pero van más allá de las consabidas disculpas que nos hablan de un incremento desmedido del gasto público superior a los niveles impositivos; una mayor participación relativa de los gastos corrientes sobre los totales, en detrimento de los de inversión; y un crecimiento de los impuestos sobre la renta y los beneficios de las cotizaciones sociales en relación al aumento registrado en el impuesto sobre el gasto.

Pero existen otros factores que nadie prefiere nombrar por temor a la estigmatización y que, sin embargo, explican el problema de fondo y, en consecuencia, iluminan el camino a seguir:

· Estructura autonómica insostenible. La España de las Autonomías cumplió su papel hace treinta años, pero en la actualidad es una losa difícil de sobrellevar.

· Desbordamiento de las políticas de igualdad más allá de lo soportable en aras del clientelismo político y electoral.

· Estructuras de gestión pública anacrónicas y con una productividad rayana en el ridículo.

· Ausencia de control en el gasto público y total impunidad en la gestión.

“Especulación financiera” es el segundo diagnóstico y guste o disguste, la causa genérica del fenómeno se encuentra en el peculiar sistema financiero español. En este país no se ha movido una mosca sin que los grandes bancos lo hayan permitido. Ellos son los que vienen decidiendo desde hace décadas el modelo económico, a quien financian y a quien dejan en la cuneta. Puede parecer escandaloso el sistema regulatorio de prestamos hipotecarios y aún más ese nuevo filón que consiste en comprar dinero al BCE a bajo interés para invertirlo en compra de deuda estatal con dos o tres puntos de beneficio, mientras empresarios agónicos hacen cola a la espera de las migajas. Pero nada tiene de sorprendente a la vista de cómo se ha desarrollado el sistema bancario español. Simplemente es lo razonablemente previsible. La concentración es una posibilidad pero encierra en si misma un punto de maldad que puede acabar reafirmando el sistema.

“Baja competitividad” es el tercero y último de los diagnósticos y en esto no hay que ser un lince para alcanzar a comprender que no puede ser de otra forma con un sistema educativo olvidado y manipulado hasta la extenuación por los partidos de turno. Las reformas estructurales en nuestro sistema educativo no han hecho sino imponer un igualitarismo absurdo, una ausencia total de la cultura del esfuerzo y la superación, un desprecio absoluto hacia el “pensar” en beneficio del “conocer” y el desarrollo de un corporativismo exacerbado. Nuestra última línea de batalla compuesta por la Formación Profesional y la Universidad está más cercana a Marte que a las auténticas necesidades de un país que ha demostrado su total indiferencia hacia la educación de sus jóvenes, salvo contados casos casi siempre amparados en iniciativas privadas.

Estas y no otras son las causas de lo que nos ocurre. Causas difíciles de aceptar, asumir y enfrentar. Pero hasta que esto no ocurra, recurriremos al parche y la chapuza para ir tirando como buenamente se pueda, expresión castiza que, en realidad, esconde un fatalismo atávico que es hora de abandonar.

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