Cuesta imaginar un aula de veinte alumnos donde se haya
establecido que todos deben obtener una calificación de notable en sus
resultados académicos. Quien más quien menos, diría que se trataría de una
situación de injusticia manifiesta. Tanto porque algunos merecerían un
sobresaliente como porque otros tantos no debieran llegar al aprobado apurado.
Pues bien, trasladen la situación a una empresa en la que el
paquete de compensación financiera total estuviera dominado por una retribución
fija, cosa que, por otro lado, es lo usual en estas tierras.
Alguien diría que esa posible situación de inequidad se compensa
con una buena política de descripción y valoración de puestos, pero esto, en
todo caso, sólo produce una segmentación de la injusticia ya que continua
siendo igual de irreal que en un
conjunto de cien personas ejerciendo las mismas tareas, su nivel de trabajo y,
en consecuencia, de resultados sea el mismo como para corresponderles igual
retribución. En otras palabras, la igualdad desiguala y eso lo sabemos todos,
incluido el comité de empresa.
La respuesta a este tipo de situaciones puede aglutinarse bajo un
solo término que no es otro que el “depende”, palabra tan mágica como el divino
fenómeno de la “mano invisible” que todo lo arregla en un sistema clásico de
mercado. Pero, al final, como ya apuntaba el bueno de Festinger, las personas
tienden a compararse unas con otras y el resultado no es otro que conclusiones
no necesariamente erróneas sobre el grado de equidad que acaban afectando al
rendimiento individual.
Volviendo al aula, las últimas tendencias en evaluación educativa
apuntan a la necesidad de establecer unos “mínimos” absolutos que deben ser
alcanzados para conseguir un aprobado, apto o como quiera que se quiera
etiquetar la valoración final. A partir de ese mínimo absoluto, el gradiente es
más sencillo y justo de establecer y aplicar. Imaginemos una prueba de
evaluación; el asunto es huir de esa chapuza que consiste en valorar las
distintas preguntas y dejar que el azar y la injusticia haga el resto
consiguiendo que individuos que no logran responder satisfactoriamente a
ninguna cuestión puedan alcanzar “un cinco” por el efecto de arrastre. En el
nuevo sistema, la cuestión es que la prueba presenta un primer bloque que
constituye el mínimo absoluto y si no se supera, no hay opción de continuar
evaluando y valorando.
Es fácil deducir que una traslación al contexto de la empresa, nos
conduciría a un sistema de retribución variable y, en definitiva, a una
política de objetivos. Sin embargo, esta variante no goza del favor del
respetable y las razones que se aducen son múltiples, empezando por aquella de
que mejor todos iguales que diferenciados, no vaya a ser que perdamos en el
camino. Hay quienes aducen problemas técnicos derivados no sólo de una correcta
definición de objetivos, sino también de la complejidad de verificación de los
mismos sin hablar del curioso “efecto trinquete”. Los hay que hasta apuntan a
posibles situaciones de injusticia manifiesta, sin olvidar a quienes recurren
al viejo soniquete de la perversidad de un sistema competitivo que arruina la
virtud de la colaboración, cooperación y retos compartidos. Sea como sea, entre
todos la mataron y ella, como no podía ser de otra forma, la palmo.
Comencemos por ratificar que una buena definición de objetivos
corporativos e individuales siempre es compleja, pero nunca imposible; sólo hay
que esforzarse por encontrar criterios verificables, cuantificables y
aplicables en equidad. Continuemos por confirmar que si lo primero se cumple,
los procesos de verificación y confirmación, aunque técnicamente complejos, son
perfectamente posibles por aquello de que ya abandonamos el ábaco hace un
tiempo. Pero, de una u otra forma, al final siempre topamos con la misma
dificultad: las personas. En otras palabras, si no se consigue consenso,
cohesión, compromiso y certeza, será difícil por no decir imposible alcanzar
situaciones realmente eficaces y equitativas en términos de retribución. Dicho
de otra forma, ¿de qué sirve que un cincuenta por ciento de las personas de una
empresa trabajen en pos de unos objetivos si el otro cincuenta por ciento va a
su aire? Pues de nada, amen de generarse situaciones de inequidad aún más
graves si cabe acabando en Guatepeor.
Pero no solamente eso, ¿cómo conseguir alinear el trabajo de las
personas con los objetivos de la empresa si no es a través de su bien más
preciado, es decir el talento?
La cuestión no es discutir eternamente si los objetivos son un
medio o un fin o, si por el contrario, las personas son lo primero. La cuestión
es conseguir que los objetivos se consigan y el talento aflore y se desarrolle.
En otras palabras, no hay talento sin valor, pero tampoco hay valor sin
talento.
Hasta que esto no sea comprendido, defendido y materializado,
continuaremos pensando que todos pueden y obtienen un notable porque la
igualdad es buena y saludable ya que no existen ni tontos, ni listos, ni
pringados, ni espabilados, tan sólo personas.
2 comentarios:
Ahhhhh!! Aquellos tiempos en los que intenté introducir la evaluación del desempeño y el salario variable en Inguralde.
Qué tiempos!!!
Un abrazo.
Bueno Javi nunca es tarde pero los temas de retribución variable son una opción de futuro nos guste o no aunque antes hay que cohesionar a la organización.
Cuidate
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