El talento es como el alma, todos sabemos
que hay algo aunque no llegamos a definirlo con exactitud.
Hablar de talento en la empresa es como
tratar de atrapar el agua entre las manos, parece que lo consigues, pero
finalmente se escurre entre tus dedos de forma irremediable.
Por supuesto, tal futbolista, actor,
pintor o escritor poseen un talento increíble, pero desgraciadamente es un
ejemplo que no sirve de mucho en la empresa. No buscamos individualidades,
necesitamos una cultura corporativa que abarque al mayor numero de personas de
la organización.
¿Dónde se encuentra el talento en la
empresa?
Sobre esto existe un consenso universal:
el talento reside en las personas.
¿Qué es el talento en la empresa?
Aquí reside el problema, de momento,
irresoluble por mucho que algunos insistan en poner por delante tal o cual
definición de este o aquel autor. Cuando llega la hora de la verdad, resulta
difícil encontrar diferencias notables entre definiciones de altas competencias
y talento.
¿Qué diferencia existe entre alguien que
ejecuta de forma altamente notable sus tareas y alguien a quien se le otorga un
talento increíble en las mismas?
Sin embargo, las diferencias existen…
De momento, el talento es una rara avis en
la empresa. Las personas con talento reconocido lo poseen gracias a esa dosis
genética que nadie pone en duda junto a grandes cantidades de perseverancia,
esfuerzo, confianza en sí mismo y, sobre todo, un enorme disfrute de sus
capacidades. En otras palabras, y como diría Unamuno: quod natura non dat, Salamanca non prestat o lo que es lo mismo, lo
que la naturaleza no da, la Empresa no otorga.
Todos los estudios apuntan siempre a lo
mismo: no existe una cultura extendida de fomento y desarrollo del talento en
la empresa. Consecuencia: los head-hunter, la Gestión del Talento y otras
estrategias al uso, están dirigidas a un número muy reducido de personas,
aquellas llamadas a ejercer puestos de responsabilidad en la organización. Pero
no acaba aquí el asunto porque la prueba
de vida del talento siempre acaba siendo la misma: resultados, resultados y
resultados en los que, por cierto, intervienen algunos individuos más,
supuestamente sin talento aunque pueda ser que con competencias aceptables.
Algo no encaja…
No me pidan que arriesgue una definición,
una más, de talento, pero si puedo intentar esbozar cómo alcanzar ese estadio
superior al ejercicio suficiente del trabajo y permítanme para ello
retrotraerme a mis años escolares…
Seguro que todos recuerdan a aquellos
“cerebritos” que siempre copaban las “matriculas de honor” en la escuela.
¿Contaban con talento? Pocos, muy pocos de ellos, al menos a los que yo he
seguido la pista. Que alguien sepa darle a la tecla con gran habilidad no lo
convierte en un gran escritor. Se necesita pasión, ese alma de que hablábamos
al principio. Y esa pasión deviene de la felicidad de sentirse bien haciendo lo
que uno sabe hacer, haciéndolo cada vez mejor. En otras palabras, el talento es
“un estado de gracia” y eso es algo que la empresa no ofrece así porque sí. No
porque se niegue a hacerlo sino porque debe conseguirlo con esfuerzo y
convicción y, sobre todo, haciendo las cosas de otra manera a como acostumbra a
hacerlas para acabar con dos o tres talentos en la cumbre y un montón de
curritos disciplinados en las estribaciones de la misma.
En otras palabras, ¿queremos talento? Pues
hay que ganárselo.
¿Cómo gestionar el talento, cómo
potenciarlo en el mayor número posible de personas de la organización?
Empecemos por lo más obvio: formación y
desarrollo. Pero no pensemos que es esencialmente la clave. De hecho, resulta
difícil discernir dónde se encuentra la diferencia entre una intervención
dirigida a desarrollar competencias y otra específicamente destinada a
potenciar el talento. Pero, en cualquier caso, resulta ineludible aunque de la
misma forma que se establecen gaps de competencias, se deben diagnosticar
potenciales de talento aunando los niveles de aptitud con los de actitud.
Continuemos por algo no tan obvio. ¿Todo
talento es valido para la empresa?
Definitivamente, no. La empresa necesita
el talento que necesita, es decir aquel que realmente puede ayudarle a alcanzar
sus objetivos, el éxito y, en definitiva la excelencia. En consecuencia, la
decisión de invertir tiempo y dinero en el desarrollo del potencial de talento
de una persona debe venir precedida de un cuidado análisis del puesto y de las
relaciones y correspondencias con otros de su entorno inmediato. Contar con
talento comunicativo en un manipulador de palets es un lujo que sólo acaba en frustración.
Otra cosa bien distinta es invertir la estrategia, es decir buscar talento sin
asociarlo al puesto de trabajo definido en base a una política de movilidad y
promoción interna avanzada, pero de partida, es suponer demasiado. No busque
talento indiscriminadamente, hágalo en base a sus necesidades estratégicas.
Evaluación y desarrollo, pero ¿hay algo
más?
Por supuesto, lo esencial: alma.
Recuerden aquello de “nadie contrata a
nadie que le cae mal por muy bueno que sea”…
Pues bien, no olviden tampoco que nadie
hará nada fuera de lo normal en una empresa en la que no se siente bien. Por
supuesto, el problema es descifrar el significado exacto del término “sentirse
bien”, una expresión tan polisémica como la de “calidad de vida”.
Para unos sentirse bien en la empresa es
contar con una buena remuneración, para otros sentirse valorados, otros se
decantan por la imagen y prestigio de la compañía, los hay que prefieren la
seguridad y estabilidad y hasta encontramos a quienes ya se sienten bien sin
saber exactamente por qué. Pero “sentirse bien” es la primera condición para
que el potencial de talento pueda emerger y para ello se necesita una empresa
con actitud. Una actitud que se refleja en el compromiso reciproco, la
honestidad que deriva en equidad, la preocupación y ocupación en mantener un
equilibrio entre objetivos y bienestar de las personas y muchas cosas más
sobradamente conocidas, pero no por ello siempre practicadas.
¿Cómo lograrlo?
Permítanme, regresar a las aulas escolares
y recordar celebraciones tales como “el día del árbol”, “el día de la
violencia” y tantas otras que buscan eso que llamamos “sensibilizar”. No es que
sean inútiles, pero el hecho de que se
perpetúen en el tiempo ya da idea de su efectividad, fundamentalmente
porque, concluido el acto, se regresa a esa máxima de “cada uno a lo suyo y
santas pascuas”. La costumbre no sólo deriva en leyes, también lo hace en
actitudes y esta es la estrategia a seguir.
Nadie discute que una política de
compensación basada en la búsqueda continua de la equidad es un buen principio,
pero conviene no olvidar que “nadie trabaja por nada, pero no lo hace
necesariamente sólo por dinero”. La política retributiva de una organización
redunda en los índices de satisfacción, pero no es suficiente.
No me veo celebrando “día del árbol” en
una compañía papelera, pero tampoco es ese el camino y, menos aún, un masivo
plan de concienciación con sesiones formativas y fotos de todos saltando al más
puro estilo Viva la Gente a la entrada de la sede corporativa.
La actitud es una cuestión de esfuerzo y
perseverancia en el día a día. No es una cuestión que atañe tan sólo a la
Dirección y por delegación al área de los Recursos Humanos. Afecta al conjunto
de las personas por igual, luego es responsabilidad también de todas ellas
aunque, por supuesto, nunca viene mal que esa misma cúpula directiva permita
ejercer esa responsabilidad.
Por supuesto que alguien estará pensando
en el famoso iceberg y en lo ocultas y herméticas que son las emociones de las
personas en una empresa, pero la pregunta es simple: ¿hasta que punto nuestro
miedo a expresarlas las convierte en ocultas?
Confianza, confianza y confianza que
deriva en sinceridad, sinceridad y sinceridad que aboca a retos y compromisos.
No hace mucho escuche a un responsable de
Recursos Humanos: “ nosotros no hacemos encuestas de clima laboral, nos basta
con evaluar hasta qué punto las personas están de acuerdo con la cultura de la
empresa y al que no le guste, ya sabe…”
Pues bien, planteados los retos con
honestidad, sinceridad y confianza, entonces efectivamente, al que no le guste,
ya sabe dónde está la puerta…
En fin, el talento es como el alma, todos
confiamos en que exista aunque no conseguimos llegar a definirla. Pero quizás
la clave resida en que nosotros mismos somos el alma y hasta que no ejerzamos
como tal será difícil comprenderla.
Las personas son el alma de la empresa,
pero antes necesitan construirla.
1 comentario:
Sí señor.
Con tu permiso igual lo utilizo en Garapen en las próximas semanas.
Un abrazo.
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