jueves, 27 de mayo de 2010

LA DESTRUCCIÓN CREATIVA Y EL POLLO DE CORRAL


Joseph Alois Schumpeter es un tipo curioso en el catalogo de economistas del siglo pasado. Moravo de nacimiento, vienes hasta las medula y americano por necesidad, gracias a las amables ocurrencias del oscuro cabo austriaco, Schumpeter destacó por sus teorías sobre los ciclos económicos expuestas en su Teoría del crecimiento económico en la que, entre otras muchas ideas, propuso la teoría del espíritu emprendedor (enterpreneurship), algo que daría mucho que hablar en el futuro.
Sin embargo, Schumpeter fue el economista maldito en el siglo de Keynes. Frente a la aversión acérrima de este hacia las depresiones, el bueno de Schumpeter defendía la necesidad de “no evitar las recesiones” como procesos purificadores de la economía. Y en este punto, por supuesto, se armo la marimorena.
La argumentación de Schumpeter, compartida también por su colega austriaco Friederich Hayek, era, hasta cierto punto, simple y lógica. Las economías carecen de un comportamiento previsible. Muy al contrario, muestran trayectorias erráticas que les hacen pasar por períodos de auge y crisis alternativamente. Durante los períodos de crecimiento, la oferta y la demanda se comportan admirablemente, es decir, tal y como dicta la maravillosa teoría clásica. El dinero circula sin problemas y los flujos crediticios viven crecimientos sostenidos. Hacer negocio no es una chiquillada, pero casi. En estas circunstancias, la tensión emprendedora se relaja y las empresas comienzan a volverse ineficientes e ineficaces hasta límites difícilmente aceptables en tiempos de menor euforia. Hasta aquí, el planteamiento es fácil de aceptar y se encuentra avalado por un sinfín de ejemplos prácticos desde el principio de los tiempos, muchos de ellos no necesariamente de raíz económica. ¿Qué ocurre cuando cambian las tornas? Aquí es donde la argumentación comienza a plantear curiosos dilemas de naturaleza moral.
Cuando la economía entra en un ciclo de contracción, las leyes clásicas de mercado comienzan a no ser tan clásicas y comienza a recurrirse a las explicaciones que pueda dar la Mano Invisible cuyo teléfono, por cierto, no conocemos por lo que resulta complicado comunicar con ella. El gasto se contrae, la demanda se hunde, los flujos crediticios se anulan y lo primero que ocurre es un proceso de purificación natural. Las empresas menos eficientes y con ausencia de espíritu emprendedor comienzan a desaparecer rápidamente. Los gobiernos con baja visualización estratégica y altas dependencias políticas comienzan a pasar por graves apuros (les suena, ¿verdad?) y así sucesivamente hasta llegar al ciudadano corriente y moliente. Hasta aquí, sigue sin haber mayor problema en el planteamiento, pero el asunto se complica cuando seguimos escuchando a Schumpeter.
Los que cometieron errores, se relajaron en sus planteamientos, vivieron más allá de sus posibilidades o dejaron pasar las oportunidades confiados en el dinero fácil, deben pagar las consecuencias. Ni los gobiernos, ni la sociedad debe acudir en su ayuda porque de ser así, esos mismos errores se volverán a cometer irremediablemente (les sigue sonando, ¿verdad?).
La conclusión de todo esto es la conocida como Ley de la destrucción creativa. Citando al bueno de Schumpeter: el proceso…revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo sin cesar la vieja y creando sin cesar una nueva. Este proceso de destrucción creativa es el hecho esencial del capitalismo”.
En definitiva, estamos hablando de la auténtica cara de la economía, el azar y la necesidad, la lógica y la realidad y, en definitiva, la conjunción, en ocasiones aparatosa y destructiva de cientos de miles de “libres albedríos”. La supervivencia de los más aptos, aquellos que habrán de reconducir la situación hacia nuevas sendas de crecimiento.
A estas alturas, uno tiene la sospecha de que, entre los miles de candidatos a Viejos Sabios de la cultura europea, hay dos nombres que destacan por encima de todos: Hegel y Darwin. De una forma u otra, siempre acabamos en una dialéctica interminable regida por los principios de la supervivencia de “lo más apto”. Y esto es lo que realmente nos duele: perder cosas por el camino aunque, muchas de ellas, ni las conocíamos o incluso las condenábamos. Es el atavismo de la manada.
Dicen los entendidos que, de la misma forma que el siglo XX perteneció a Keynes, el siglo XXI será el siglo de Schumpeter. No se si esto es alentador o más bien una mala noticia, según se mire. Pero una cosa hay cierta: el pollo de corral continuará influyendo en el IPC.

6 comentarios:

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

Hola Jose Luis:
Pues sí, me suena.
Me encanta recuperar a los clásicos a través de tu blog. Me rejuvenece.
Entrando en materia, si no fuese por todas las vidas e ilusiones que se lleva por delante todo esto, sería como un monopoli. Y hasta divertido. Pero como no lo es, insisto en que algunos lo tendrían que pagar muy caro.
Un abrazo.

Caminante dijo...

Hola Javier
Para ellos es como un monopoly, seguro! Y además sin carcel perdiendo tiradas
Cuidate!

Fernando López dijo...

Hola José Luis:

Me gusta el planteamiento de Schumpeter no por lo destructivo sino porque al final, como apuntas con lo de Darwin y Hegel todo se trata de una evolución natural. Los que mejor se adaptan sobreviven, que no quiere decir los mejores.

Todo fluye y solo los que mutan o se adaptan permanecen

Me ha gustado el planteamiento pero lo siento por el pobre pollo de corral que siempre acabará en el horno.
Un abrazo

Caminante dijo...

Hola Fernando
Sí es un poco duro, pero, al final, cierto...
El polllo de corral yo creo que ignora su papel de referente, si lo supiera, pediría aumento de pienso.
Cuidate

Josep Julián dijo...

Hola José Luis:
Respecto a lo de Nicol, estas cosas te pasan por no tener moderador de comentarios pero al menos, ya sabemos todos cómo hacer para que aumente el público de nuestros blogs, jeje.
Respecto a lo otro, lo de Schumpeter, se ve que una de mis antiguas novias, economista ella, lo había leído porque sabiéndome de letras me dio boleta diciéndome eso de que "para que algo nazca, algo tiene que morir". Ahora lo entiendo.
Un abrazo.

Caminante dijo...

Eres la pera Josep, muy bueno lo la novia, ja-ja!

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