miércoles, 12 de octubre de 2011

BANKING


Hablar de la Banca en los tiempos que corren acostumbra a convertirse en un acto terapéutico aunque también arriesgado en muchos casos por el tipo de conclusiones a las que se llega, casi siempre cercanas al simplismo, cuando no rayanas en la irracionalidad del despecho.

Pese a que el escándalo de las compensaciones y pensiones vitalicias de los altos cargos de las cajas – chiringuito invite a ello, no voy a caer en la tentación de hablar de ello. Sin embargo, no me resisto a enunciar una serie de premisas que se olvidan fácilmente cuando de hablar de los banqueros españoles se trata.

1. EL NEGOCIO

Los bancos no son instituciones de beneficencia. En términos generales, un banco, como el Santander, por ejemplo, es equiparable a Coloniales Pilarin, Transportes La Ponderosa o Mercería La Aseada, es decir, un negocio con un firme propósito: hacer dinero. Al igual que en cualquier otro negocio, hay gentes de todo tipo: buenos profesionales, excelentes personas, rufianes camuflados, honrados trabajadores, ladrones de guante blanco y muchos más. Quizás la única diferencia es que, a diferencia de una mercería, una tienda de coloniales o una empresa de trasporte, los bancos comercian con un producto no de primera, sino de primerísima necesidad, el dinero por otras señas. Un bien alejado de las confusas interpretaciones del valor de cambio y uso. Un producto que, por mucho que algunos se empeñen, escapa al consabido juego de la oferta y la demanda. Pero, al fin y al cabo, un negocio y, en consecuencia, los banqueros no son otra cosa que comerciantes por mucho traje, corbata y chofer que exhiban.

2. LA FRAGILIDAD DE LA MEMORIA

Olvidamos con excesiva frecuencia el papel que han jugado los bancos en la historia del desarrollo económico de este país durante los últimos ciento cincuenta años. Su papel no ha sido otro que el de árbitros supremos en las graves decisiones a tomar. Los bancos al decidir a quien había que “ayudar” y a quien no, decidían también que sector se desarrollaba y cuál no interesaba. Esta fue la tónica en la segunda mitad del XIX y continuo siéndola durante la larga noche del franquismo y, como no podía ser de otra forma, se las arreglaron para mantener la situación bajo control durante ese periodo que hemos dado en llamar la Transición. Esto tiene su prueba y reflejo en la curiosa estratificación de las clases pudientes de este país. España cuenta con los “viejos ricos”, nobleza de alcanfor, altiva pero arruinada, pero, por otro lado tenemos a “los nuevos ricos”, surgidos al amparo de las oportunidades del desarrollismo de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. También contamos con los novísimos ricos nacidos con el pelotazo y el ladrillo posterior, estirados, horteras y rabiosamente insoportables. Pero, por encima de todos ellos, brillan “los ricos de siempre” que no son otros que las grandes familias financieras, distantes, discretas y distintas. Eran las familias de los consejos, los Argüelles en los seguros, los Sáez de Montagut en la automoción naciente, los Figaredo en la minería, los afables Garnica en las cementeras, los incombustibles Aguirre en las constructoras y suma y sigue. Una súper estructura

monopolista y monolítica que dictó los destinos económicos de este país con mano de hierro hasta bien entrados los años setenta.

3. EL CLUB DE LOS SIETE

Este es el curioso nombre que recibían los siete grandes banqueros de este país. Jose María Aguirre Gonzalo y su Banesto, Alfonso Escámez y el Central , Usera, Asiaín, Galindez y el piadoso Valls Taberner y a la cola de todos ellos el hosco y provinciano Emilio Botin- Sanz de Sautuola López.

El club controlaba directamente las primeras cincuenta grandes empresas del país y, en definitiva, eran los dueños y señores de la economía española. Esta posición de privilegio estaba garantizada gracias a la Ley de Ordenación Bancaria de 1946 que exigía una autorización especial para la apertura de un nuevo negocio financiero. Sobra decir que conseguir una autorización de este tipo era más difícil aún que ver a Franco arrancarse por soleares con la Pasionaria de palmera.

El club se las arregló para convertirse en el auténtico poder en la sombra durante muchos años. Apoyaron incondicionalmente al Generalísimo, supieron trasladar sus favores a la naciente monarquía en el momento adecuado, financiaron sin pudor a los nuevos partidos conservadores nacidos al amparo de la joven Democracia y cuando llegó el momento de los socialistas, supieron ganarse las simpatías del camarada González.

En definitiva, somos lo que somos, económicamente hablando, gracias a la banca de este país, para bien o para mal aunque las circunstancias parecen indicar que más bien para lo último. En consecuencia, no debe olvidarse este pequeño dato a la hora de pedir cuentas sobre decisiones desafortunadas del pasado.

La fuerza del club residía en el principio de solidaridad y buenas maneras que sus miembros practicaban, más allá aún de los almuerzos de hermandad que los cofrades celebraban mensualmente en la duodécima planta de Castellana 7, sede de Banesto para más señas. Pero, ya se sabe que toda santa compaña tiene su judas y éste no fue otro que el último de la fila, es decir el dinamitero Botin que, sin previo aviso, hizo estallar todo por los aires con la estrategia del pasivo. El resto es historia.

4. SECUESTRO

Recuerdo que en mi infancia siempre me aterraba encontrarme con Don Agustín en las escaleras del inmueble en el que vivía. La razón no era otra que la consabida frase que escuchaba de sus labios cuando coincidía con él acompañando a mi abuelo en “el vermut de los domingos”: “Yo a mi mujer le suelto un par de hostias todos los días para que no olvide quien manda. ¡Total! ¿A dónde va a ir la desgraciada sin mi dinero?”

Decía que los banqueros son, a todos los efectos, agentes económicos equiparables a un camionero, mercera o corredor de seguros, pero no es del todo cierto. El banquero juega con un as en la manga que no es otro que su privilegiada situación en “los ciclos infernales” que caracterizan a toda turbulencia económica. Como decía Don Agustín, ¿a dónde coño vamos a ir sin ellos? Es como si gozaran de una patente de corso que les permite armar la de San Quintín sin que nadie venga a pedirles cuentas, más allá de un tirón de orejas. No solamente pagamos la comilona, sino que también nos hacemos cargo de los platos rotos. Es el Efecto Secuestro.

Las indemnizaciones a consejeros y altos cargos de las cajas – chiringuito que tanta indignación están provocando en los últimos días, no son otra cosa que un mal menor aunque parezca lo contrario. Son las últimas gotas que han colmado el vaso, pero lo realmente importante, vital diría yo, es centrar nuestra atención en el chorro que lo ha estado alimentando durante décadas. Si hay que encontrar un culpable evidente a tanta inmoralidad, no lo duden, este no es otro que el Banco de España y su pésima y chapucera gestión de control. Pero reclamar la perpetua para estos golfantes de traje y corbata no va a solucionar ni uno sólo de nuestros males. La causa genérica es otra y la solución es más compleja de lo que aparentemente parece.

¿Qué hacer?

Hay muchas cosas por cambiar y va a llevar su tiempo. Pero, de partida, podemos empezar por abandonar esa indiferencia que siempre hemos mostrado hacia “lo económico” y, en particular, hacia el universo financiero de este país. Hablar de la Banca se ha convertido en una comidilla de café. Es como hablar del tiempo o del futbol. Nadie duda de su efecto terapéutico, pero pocos beneficios más se pueden encontrar en esta práctica.

Podemos hablar de la Banca si necesidad de entrar en cuestiones extremadamente técnicas, perdiéndonos en esa jerga incomprensible que, en muchas ocasiones, no es otra cosa que la expresión de una soberbia profesional. Hablemos de la banca como clientes, demandantes de servicios y generadores de beneficios. Sin nosotros no hay negocio, sin negocio no hay dinero y sin dinero no hay poder. Exijamos responsabilidades, pero hagámoslo más allá de la indignación. Exijamos reformas, control, castigo y responsabilidad a quienes tienen la capacidad de hacerlo, es decir la clase política. Pero no olvidemos que los partidos políticos encabezan la lista de deudores de la banca española, luego hagámoslo con fuerza, con la fuerza de la razón y el poder del ciudadano que no es otro que el voto.

4 comentarios:

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

Pues sí señor. Has nombrado al Banco de España como responsable del desaguisado y tienes toda la razón. Al final tenemos el derecho y la obligación de pedirles a nuestros políticos que hagan su trabajo y eso es lo jodido. Que nos tienen distraidos con lo de los "mercados" y demás historias, mientras ellos tratan de tapar sus excesos sea como sea.
A ver qué nos dicen las urnas.
Un abrazo.

Caminante dijo...

Hola Javi
Sí, en última instancia es el organo regulador y esta vez Ordoñez debiera ser tan quisquilloso con este tema como lo ha sido en el pasado reciente con sus "advertencias".
Cuidate

Fernando López dijo...

Hola José Luis:

Otra buena exposición llena de sentido común sobre lo que hay. No tenemos remedio, y mira que se intenta...
Me da la sensación que esto es un bucle eterno
Un abrazo

Katy dijo...

De Banca no entiendo demasiado como de tantas cosas. Pero culpar solo a los bancos de la crisis y a los políticos elegidos democráticamente no me parece ni justo. ni ético, ni responsable. Sé de muchos que han vivido como las cigarras gracias a los prestamos y ahora señalan con el dedo al prestamista.
Nos hemos pasado tres pueblos y ahora jhay que apechugar.
Un abrazo

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