miércoles, 2 de junio de 2010
PABLO Y BERTO
Llega con los primeros ecos de la mañana. Arriba con la puntualidad de un terrateniente inglés o la del hombre que considera el estilo una forma de vida. Pelo de Zanahoria esboza su sonrisa cómplice, esa que ilumina más allá de sus labios y pone en marcha la vieja cafetera italiana, renqueante en sus recuerdos piamonteses. En un abrir y cerrar de parpados, el cortado espumado, adornado con un tembloroso corazón de moca en su centro, vuela hasta sus manos. Pero, deja la taza y busca las calidas manos de ella, ásperas y callosas, acogiéndolas entre sus dedos, estilizados, preparados para la sonata de primavera. Después, bebe pausadamente el café. Descansa y desliza sus manos por la madera maciza y pulida hasta el infinito de eso que Zanahoria llama barra. Busca sus secretos, murmullos conjurados, declaraciones de amor imposible, despecho y amenazas, sonrisas amargas y calidas lagrimas. Nadie le saluda, un reflejo vulgar de la clase acomodada. Todos preferimos besar sus mejillas sonrosadas o buscar, una y otra vez, el calor de sus manos. Mensajes animados de sonrisas invisibles. Berto, amigo del alma, hermano confeso, observa las escenas, imperturbable, asentado en sus cuartos traseros sobre las lamas de madera, como queriendo descubrir los secretos de ese suelo eternamente hollado, pasos y carreras, bailarinas y lustrados mocasines italianos, recias botas de caña y estiletes imposibles, carritos de la compra y pantalones de lana desbrozada del infante quejumbroso. No es un perro cualquiera. Berto es un labrador, negro azabache de las pezuñas a su increíble y desmesurada cabeza, magnifico en su temple, incontestable en su amor a Pablo que ya apura el último sorbo de su café y deposita la tacita con la delicadeza de quien vive los sueños. Atenta, Azu, Pelo de Zanahoria, abandona sus dominios tras la barra, arrastrando sus desgastadas alpargatas, testigos de medio vida, mientras balancea la sillita plegable y Berto se incorpora seguro dirigiéndose a la entrada del bareto. Ya está el trono preparado y el paje, negro como la certeza del condenado inconfeso, vigila a uno y otro lado. Pablo, un día más, adelanta su mano izquierda, esa que todavía muestra los rigores del fuego de aquel infiernillo que en su infancia le recordó quién y cómo era, acaricia la madera y, por fin, se asienta en su atalaya para proclamar un día más: ¡El cuponazo para hoy!
Ese es Pablo y yo soy su amigo.
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8 comentarios:
Efectivamente, solo la existencia de muchos Pablos y muchos Bertos nos dan el sentido vital para seguir y luchar.
Y por cierto, yo soy tu amigo
Bernardo
Hola Bernardo
Gracias por tu visita y tu amistad!
Un abrazo
No había leido nunca este blog, pero, enhorabuena por este post, pura poesia.
Un saludo
Juanjo
Hola Juanjo
Pues muchas gracias por tu primera visita y espero que sean muchas más.
Un saludo
Hola Jose Luis:
Me has enganchado.
Lo he tenido que leer dos veces porque me parece un cuento genial.
¡Te has pasao!. Muy bueno.
Espera, que va una tercera.
Un abrazo.
Hola Javier
gracias amigo, no es un cuento, es lo cotidiano de cada mañana en mi pueblo.
Cuidate
Hola José Luis:
Historias cotidianas como esta son las que dan sentido a la vida. Si además están bien escritas merece la pena darse dos o más lecturas.
Enhorabuena, un abrazo y gracias por compartirlo.
Hola Fernando
Gracias por la vista, de vez en cuando hay que dejar de hablar de problemas y economía.
Un abrazo
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