viernes, 15 de mayo de 2009

EL DISCRETO ENCANTO DE LA CLASE OCIOSA


Ayer tuve ocasión de compartir mesa y mantel con un reducido y selecto grupo de próceres de una capital norteña de la que disculparan no de más datos por aquello de la discreción y la elegancia en las formas.
Sobre el ágape poco o nada tengo que decir más allá de los elogios que siempre me merecen la restauración honrada y comme il faut. Sobre los comensales, las opiniones pueden ser variadas y discutibles, sobre todo cuando hablamos mayoritariamente de rentistas a la vieja usanza. Es decir, gentes herederas que heredaron y, siguiendo con la copla, en eso se quedaron. Impertérritos en su indefinición, cáusticos en su interpretación y fundamentalmente marcianos en su inserción social.
Dicho esto, quisiera apuntar también que, entre otras, tengo dos cosas terminantemente prohibidas por el facultativo. Una es dedicarme a escribir ensayos y tratados y la otra, callarme esta boca de piñón cuando en realidad las circunstancias lo aconsejan. Ayer noche, respete la primera y, una vez más, me olvide de la segunda. Todo ello a cuento de una inexpresiva conversación a los postres en torno al papel que debieran jugar estos próceres y sus fortunas en la reactivación vital de esa anodina capital.
Uno de ellos, sospecho que licenciado en Ciencias Económicas a la trigésimo novena convocatoria, tuvo una ocurrencia genial en sus formas y sencillamente estúpida en sus fondos al decir algo así como:
- Yo particularmente estoy bastante cubierto con los fondos soberanos, pero efectivamente mi apellido me obliga a tratar de contribuir a la reactivación de esta ciudad y se me ocurre que todas nuestras familias podríamos esforzarnos por incrementar nuestro consumo.
- ¿Cómo sería eso posible? - pregunte con la inocencia propia de un cabrito en crecimiento, es decir cabroncete-.
- Evidentemente, nuestras posibilidades se centran en el lujo cuando hablamos del consumo diario, claro está.
Llegados a este punto, el tronco de merluza a la parrilla que me había trasegado hacia escasos minutos, acabó provocándome la incontinencia verbal que ya sospechaba podía embargarme.
- No sé si he entendido bien, pero parece ser que lo que propone es alimentarse durante una temporada a base de una dieta de percebes, langosta, beluga, trufas y demás delicatesen. Me imagino, además, que sería obligado ampliar la flota de bentley, jaguar, masseratti quatroporte y quizás algún utilitario. También habría que pensar en usar y tirar los Canali y los Lobb a diario…
- Sí, exactamente, algo así.
- Siento decirle que está usted condenado al fracaso, bien por indigestión, gota, hernia de hiato, trompazo exquisito contra alguna farola o colapso general de sus funciones inteligentes.
- No le entiendo.
- No me extraña… En cualquier caso, le recomendaría una lectura encantadora de Thorstein Veblen, en concreto La Teoría de la clase ociosa. En otras palabras, el consumo es conspicuo, es decir en el caso de que fuera usted un mujeriego con posibilidades y fortuna, ello no le daría acceso a un consumo ilimitado bajo peligro evidente de palmarla en cualquier antro.
Me imagino que se preguntaran como acabo todo esto. Pues como siempre acaba en estos casos y con estas gentes. Carraspeos, alargamiento de cuellos y sonrisas interfectas. Educación prusiana que no inglesa obliga y esto es algo que nunca debe desaprovecharse aunque consumido conspicuamente.
Eso sí, cuando llego la dolorosa el pagano fue un menda porque, ya se sabe, cuando alternas con las viejas fortunas, nunca debes olvidar que son viejas y fortunas porque, al fin y al cabo, aunque ellos no lo sepan, son el paradigma del consumo conspicuo.
Por cierto, al hilo de todo esto, no se pierdan a Veblen y su Teoría de la clase ociosa, rabiosamente de actualidad e inesperadamente irreverente.
Buenos días

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No conocia a Veblen y me imagino que es quien aparece en la imagen. Desde luego, la cara es de ironia y cachondeo a más no poder. Voy a ver si consigo la Teoría. Gracias por la recomendación.
Juan Pedro Luque

Anónimo dijo...

La Teoría de la clase ociosa merece una lectura. Veblen es simplemente genial aunque al final de sus días se dejó tentar por el "pecado" y también se dejó llevar por la euforia inversionista previa al 29.
Glory

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...